Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Se equivocan quienes, como Rodolfo Cerdas o Leonardo Garnier, rechazan el discurso del señor Abel Pacheco en la Cumbre Extraordinaria de las Américas recién pasada. Sin paradoja, también se equivocan quienes lo celebran, como el ex ministro de Educación, C. Gutiérrez. La razón para este doble extravío es básica. El señor Pacheco discrecionalmente avisó hace ya mucho que su comportamiento admitía dos principios. El primero lo condensa el dicho «Solo los ríos no se devuelven». El criterio de la fluidez absoluta, inspirado en Heráclito de Éfeso, hace que el señor Pacheco nunca diga lo que está diciendo y llevará también a la privatización de los activos públicos costarricenses que juró (momentáneamente) defender hasta su muerte.
El segundo fundamento del señor Pacheco es el de la «embarcada». Por este criterio se está siempre «en situación», pero nunca se es responsable de nada. Por ejemplo, se es objeto de financiamiento electoral galáctico, tanto que permite cubrir cuentas pendientes del ex presidente Rodríguez y allegados, pero el señor Pacheco nunca se enteró ni se interesó en preguntar quiénes enviaban donaciones ni cómo se gastaban. Él era el candidato, estaba ahí y firmaba. Mejor dicho, no firmaba porque según el principio de la fluidez tensional absoluta cuando uno firma, no firma. La tesis de la embarcada fluida se aplica, desde luego, a todos quienes manejaron sus cuentas. Ninguno es responsable porque ninguno manejó nada.
Así, el señor Pacheco nunca dijo nada en la cumbre, mejor conocida como sima. Cuando terminó de hablar, o sea de no hablar, en apariencia pronunció: «Ojalá despierte en alguien inquietudes», pero estaba diciendo: «Ronquen tranquilos de ese costado». La Escuela de Ganshoren, en Bruselas, especializada en discutir Heráclito, ha sugerido que todo discurso se devora a sí mismo. Decir, por lo tanto, consiste en estar callando. De aquí surge el habla. Que consiste en la mudez.
Paralelo a estas cuestiones elementales sobre el habla-que-calla, tampoco llevan razón quienes consideran o insólitas o novedosas las referencias de Pacheco. Su desvanecimiento del imperialismo es tópico neoliberal desde hace veinte años. «Vivimos un mundo sin excusas, sin culpa, sin yanquis». Hay versión de izquierda: reemplaza ‘imperialismo’ por ‘imperio’. Lo de la conciencia mágica lo socializó Paulo Freire en la década de los sesenta. El desprecio por los latinoamericanos empobrecidos lo gritó Sarmiento en el siglo XIX. Según la doctrina, los monumentos del empresario tendrían que salir de su crédito. Y las estatuas del Mercado, son omnipresentes. Pacheco tostó refritos, aunque seguro no lo sabe.
Pacheco se identificó en la cumbre como psiquiatra. Según la ley de Heráclito, lo hizo como mudo empresario furris. En algún instante Calderón Fournier señaló que el señor Pacheco carecía de las condiciones emocionales para ser presidente. Solo por esa fracción certera de segundo ya es reelegible.
Este documento no posee notas.