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En la página 361 de Piedra azul: atisbos de mi vida, de don Guido Sáenz, una licencia literaria se desliza sin ser invitada, para poner en entredicho lo impoluto de la magistratura. Las musas condujeron a nuestro culto escritor por caminos escabrosos. Lo dejaron en la más pura soledad cuando el texto habló por sí mismo: quedó sin palabras por culpa de la palabra.
Calificar el fallo de la Sala Constitucional que impidió la reelección presidencial de «catástrofe», y poner a decir a don Oscar Arias que «cuatro magistrados» tenían promesa de «que me pasaban la reforma» y que «Uno me traicionó», no es ni más ni menos que obra de inspiración literaria incontrolada: el clímax de la creación artística.
Rematan las musas que obnubilaron a nuestro escritor, asegurando que el docto nobel «Me dio su nombre» (el del traidor). Clara evidencia de un juego de imaginación dentro de un texto que también está cargado de realidades.
A propósito, alguien me pidió que le explicara el concepto de licencia literaria. Solo atiné a decirle que mi concepto no se asemeja al que sostiene don Guido. Lo dejé igual.
Las memorias son juegos de Narciso, a decir de Saramago y bien que las del autor portugués en Cuadernos de Lanzarote son eso: llena páginas enteras de trivialidades con unos pocos párrafos geniales a como nos tiene acostumbrados con su manera de narrar. García Márquez se autocomplace, en juego de onanismo intelectual, en «Vivir para contarla». Ambas las leí recientemente y me dejaron la sensación de que la genialidad también tiene un precio en este mercado de consumo. Prometí ser más cauto con las futuras memorias que se publicaran, pues prefiero la imagen del autor desde su propia creación que la que él se propone dar a conocer de sí mismo. Es así como la distorsión de la imagen del personaje que uno se hace de una obra literaria y la que eventualmente se pudiera formar por una imagen de cine: cada quien se dibuja su Pedro Páramo o su Amaranta, según sus propias circunstancias.
Infiel a mi promesa, caigo en la tentación de comprar y leer el libro de don Guido Sáenz, por esa morbosa inquietud provocada por el escándalo más que por propio convencimiento. La duda que me queda al final de su lectura es que si su contenido es todo una licencia literaria (al modo de la clasificación hecha por el propio autor) que reinventa realidades con carácter de verosimilitud o son hechos ciertamente comprobables.
La duda parte del prólogo que hace Jacques Sagot en donde dice: «Sí, hay algo de mágico e inexplicable en estas memorias que son, a un tiempo, documento histórico, novela de suspenso, drama multitudinario, afirmación de fe, desgarrada confesión, evaluación retrospectiva y a veces, acto de contrición.» ¿El infortunado pasaje de la página 361 cumple con todas estas funciones o con ninguna?; o ¿solo es parte de una novela de suspenso, una desgarrada confesión o un acto de contrición?
A pesar de mis desencantos con las memorias, acabo de leer «Antes del fin» de Ernesto Sábato que me obsequió mi amigo el Dr. Walter Ureña. En verdad que Sábato se cuela por las grietas del alma con sincera humildad. Es el testamento de un sabio sin ninguna pretensión de grandeza. Un testamento para la juventud a la que dice: «Lean lo que les apasione, será lo único que los ayudará a soportar la existencia.»
En esta oportunidad volví a recuperar la confianza en las memorias.
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