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Monseñor Román Arrieta es una de las figuras públicas más notables de finales del siglo XX en Costa Rica. Su personalidad ha definido el perfil social y político de un amplio sector del catolicismo costarricense. Por la misma estructura vertical de la Iglesia Católica, sus actuaciones como jerarca y como sujeto privado están fuertemente enlazadas y permean la institución eclesiástica. Asimismo, sus declaraciones arrojan luz sobre posiciones ideológicas de la Iglesia, o más bien de su jerarquía, pues como dice la escritora Natalie Davis: «una iglesia es su gente». Ese nutrido grupo, la grey, no es homogéneo aunque tenga necesidades comunes. Su riqueza radica en la diversidad, y diversidad implica diferencia y un liderazgo que la reconozca y respete.
Por estas razones, me molesta y me preocupa la forma despectiva como Monseñor Arrieta se refiere a los homosexuales en la reciente entrevista con el Semanario UNIVERSIDAD. Un líder de la Iglesia que hable de una parte de su grey en términos tales como «odio», «asco» y «anormalidad» muestra no solamente su propia intolerancia, sino que abre puertas al irrespeto, la violencia y la marginación. Un hombre tan prudente de su responsabilidad social como Monseñor Arrieta, parece olvidar el eco y las posibles consecuencias de sus palabras. Se le olvida, por ejemplo, que hay católicos homosexuales a quienes está ofendiendo. Tampoco parece recordar el peso de su autoridad, el riesgo de que su «odio», «asco» y «anormalidad» puedan ser asumidos como justificación para agredir a los gays y a las lesbianas.
La espiritualidad es un factor muy importante para la mayoría de las personas. La iglesia ofrece además el componente comunitario, permite establecer relaciones de identidad y de fuerza de grupo. ¿Habrá que recordar constantemente que los homosexuales también tienen dichas necesidades? La gran duda es cómo integrarse a una comunidad a partir del rechazo y la condena. Natalie Davis habla de la iglesia en términos de la casa espiritual, un espacio en el que los fieles esperan encontrar amor, compasión, seguridad y respeto. Si quien ha regido la institución religiosa costarricense por años siente asco por el homosexual y manifiesta odiar dicha condición, ¿cómo puede hablar a la vez de amor a Dios? Si los líderes espirituales piensan de esa forma, ¿se puede sentir un homosexual seguro en la casa de Dios? «Odio», «asco» y «anormalidad» son formas de expulsión. Así, ni siquiera la casa de Dios es segura. Por razones como éstas, muchos homosexuales abandonan las iglesias tradicionales en busca de un grupo que los acoja. Natalie Davis diría que es otra forma de salir del clóset, tanto porque debe hacerse en su momento y en los términos de cada cual, como porque es un acto de reconciliación con uno mismo. Por otra parte, seguir siendo católico a pesar del rechazo puede interpretarse también como un acto de valentía, siempre y cuando el individuo sea consciente de su situación y pueda asumir sin culpas ni miedos la -aparentemente irreconciliable- contradicción de homosexual católico. De otra forma, lo que queda es un nuevo clóset, y con ello el germen de la doble moral. Lo peor de la doble moral es cuando la asumen quienes no tienen poder, quienes la creen correcta, y por lo tanto se consideran merecedores de lo peor y se someten al abuso y la injusticia.
Siendo una persona tan sabia, Monseñor Arrieta necesita crecer en compasión. Sería bueno que reflexionara sobre los motivos de su odio, pues tolerancia y odio no hacen buena mezcla, ni responden a las enseñanzas de Jesús. Ojalá algún día la casa de Dios sea, en efecto, la casa de todos. Mientras llega ese momento, los homosexuales debemos seguir luchando. Y la lucha es política.
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