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El espejo habitado de Torijano

Después de cosido el tiempo, en una mañanita henchida de mañanitas, el viejo camión dejó a la familia Torijano en algún rincón cerca de las piedras por donde el río Parrita inicia ese interminable arabesco de espuma y sonoridad.

Después de cosido el tiempo, en una mañanita henchida de mañanitas, el viejo camión dejó a la familia Torijano en algún rincón cerca de las piedras por donde el río Parrita inicia ese interminable arabesco de espuma y sonoridad.
La familia Torijano-maestra la madre, el padre maestro- llegaron guiados por la esperanza de una tarde mejor.  Así se inicia esta hermosa presentación que nos hace el chiquillo de entonces-ingeniero escritor de ahora-en esta novela «El Espejo Habitado»  que ha ganado en España un premio literario de indiscutible mérito. Alguna vez se ha escrito y no basta repetir para que el pensamiento ayude o «desayude» a los que se inician en el camino áspero, obscuro, más que ingrato, de escribir. Sendero literario en donde si el autor nació sin una estrella de arte, caminos e intentos narrativos pueden llegar a ser diestros, pero jamás lúcidos, poéticos, o sencillamente hermosos.
La página primera y última del libro se inicia en San Marcos de Tarrazú.  Es el camino de los Santos, veredas del sur.  Inmerso en una dosis de dulce poesía con asomos de logros que encantan al lector.  Torijano nos narra la vida, vidas, tardes, de un tiempo bucólico.  Llegan y se van, vienen y se tornan a ir las lluvias, y el niño personaje empieza a crecer.  Aprende una a una y todas juntas, lo que es la redondez de un día en un pasar de pobre donde en verdad esa pobreza hasta se puede cortar -igual que al queso- con el filo de un cuchillo.  Y ya no es posible dejar de leer.  Ya es el momento en que Torijano conocedor de todas las técnicas de la novela, nos ata y desata en un piélago de metáforas, símiles, versos, para hacer nacer y renacer a sus personajes.  Y de un instante a otro la novela se aleja del rubiedal campesino y nos sumerge de una más increíble ciudad en Estados Unidos.  Lejos se han quedado para el joven el rizoma del ayer y está ahí para saber otro concepto de la geografía del niño negro, el latino, el chicano, el pocho.
Transferir la técnica de la novela así casi sin avisar al lector, no es artesanía de tontos.  El personaje se hace nebuloso, aprende la droga, el sexo, la lección de un mundo donde el corazón del joven no encuentra horizontes.
Es la técnica del escritor que se purifica, se agranda, se ensancha y también nos compromete.  Conocemos la política pedagógica de un mundo que ni siquiera creíamos que pudiera ser. Torijano, el  escritor, no se compromete. Deja que sea el lector quien reciba y recicle -si puede- su parte de compromiso.  Existe ya en el último momento de un viaje en autobús, la figura de un personaje uniquísimo.  Es una mujer, una niña, un número marcado por el desafuero de todos los males.  Es una niña-mujer que no entiende del pecado.  En verdad Torijano nos repite en la novela que el pecado no existe.  La forma en que Torijano hace huir a esta niña desde las gradas un autobús hasta la calle sin fin, sin esperanza, con el vientre lleno de semen, es uno de los grandes logros en esta novela que de seguro ha impresionado a los jurados españoles al otorgar este premio literario.
El lector sin previo aviso, puede que en un plan establecido del escritor, se aboca de nuevo a otra sorpresa: el personaje llega hasta una universidad en la Unión Soviética en la ciudad de Ucrania.
El paisaje cambia. El personaje se nos hace disímil.  La pedagogía universitaria es diferente.  Sabemos que la universidad no es casa que se hizo para los tontos, perezosos, mediocres. Y además que una Universidad no es y no será jamás un lugar para que puede surgir la democracia.  La universidad de esta novela es selectiva.  Como debe de ser una universidad.  En donde no exista campo para los haraganes, los mediocres, los abusones, los limpios del coraje.  Y este personaje que conoció la cruda en un colegio de América del Norte, está aquí en la Unión Soviética.  Y el lector se pregunta: ¿por qué hemos llegado hasta este lugar,  y que hacemos nosotros los lectores en este mundo de mujeres bonitas, hombres extraños?  La respuesta es nada.  Enhebrar tres mundos diferentes debe de ser duro trabajo para un escritor, unirlos como se hace en una sinfonía, es logro de pocos hombres y mujeres meritorias en el oficio de escribir libros.
Nos es dable pensar en los aprietos del jurado. Y más importante aún en un miembro del jurado en España.  Alguna vez escuché a mi maestro Camilo José Cela narrar lo que hace un jurado
—Coño, llegan mil libros: ¿Cómo diablos se ha de hacer para leer mil libros?  Nadie lo hace:  se toma un ejemplar concursante y se lee la primera página, solamente una página.  Oraciones, palabras, sentido y propósito de esta sola página no dirá si la obra es buena o mala y acaso el autor tiene o no el oficio.  De no haber dominio en ese paso, no es necesario leer más.
Alejandro Torijano finaliza su novela con la idéntica ternura desde hace miles de palabras atrás nos enseñó en el inicio de la novela.  El personaje regresa de la Unión Soviética, bajo el brazo trae un título que se ha tragado con hondo amargor.  Es un ingeniero agrónomo.  Ducho en luces que emanaron los sabios en cátedra y sombras que da el vodka.  También carga sobre los ojos una cadencia interminable de silencios.  Costa Rica no es la tierra-la patria pequeñita desde donde él salió ocho años antes-. Todo ha cambiado. La mediocridad, la fantasía y el aburrimiento imperan por todo lado. Los mediocres, tontos y atolondrados dominan la política y por ende el destino del personaje, el suyo, el mío, dicen y ordenan boberías sobre el alma de los costarricenses.
Encuentra una nación donde todo se maneja con ejecutivos extranjeros.  Han nacido palabras como maje, pura vida. En la Universidad una palabra repetida y repetida se convierte en el evangelio de la juventud ya no estudiosa: que mae, más mae,  ese mae.  Los profesores visten mal, estilo chatarra, su metalenguaje es pobre y casi nulo.
Alejandro Torijano tiene a su haber la lección de la pobreza, el éxito, también compartir los sueños.
Cuesta mucho -anota- en palabras pregonadas fuera del libro-lograr una mano para compartir un sueño.  Se comparte un carro último modelo, una finca, una casa lujosa, un anochecer en la playa.  Para compartir un sueño se requiere alma, mucha alma…
En verdad el personaje de la novela siente la necesidad de redimir  el tiempo.  Es ducho en libros, puterías, drogas, amistades haraganas.  Ya sabe -lo sabe- el valor que encierran los ojos de una mujer-mujer como aquella que pregonaba el Rey David.  Ha llegado a la última página de la novela El Espejo Habitado. Es la hora de la hora.  La hora de nadie.
Toma sus libros (los únicos amigos que en verdad duran para siempre) sube a un bus y se dirige por la ruta de San Marcos de Tarrazú, camino de los Santos, hasta el lugar donde el río Parrita es tierno como una madeja de seda, dulce como el mirar de una mujer y tierno como el recuerdo de un beso.

  • José León Sánchez
  • Los Libros
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