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Aunque no public÷ una autobiografâa, en varias de sus narraciones, amigos, familiares e incluso Úl mismo aparecen en escena. Considerado un verdadero «encantador de serpientes», obtenâa sorprendentes confesiones de famosos sin que Ústos se dieran cuenta, desnud½ndolos luego en sus cr÷nicas. Truman Capote fue capaz de tomar la realidad y volverla literatura, demostrando asâ que la vida podâa escribirse como una gran novela. Podrâa haber sido aquella vez que debido a una fortâsima intoxicaci÷n por el abuso de drogas tuvieron que aplicarle respiraci÷n asistida, o cuando convulsiones lo dejaron cerca de un mes en el hospital, o esa oportunidad en que al caer borracho se quebr÷ los dientes e hiri÷ la cabeza.Pero la muerte lleg÷ unas semanas antes de cumplir los 70 aöos, en casa de su amiga Joanne Carson en Los Angeles, la maöana del 25 de agosto de 1984. «DÚjame ir. SÚ muy bien lo que hago. He decidido ir a China, donde no hay telÚfono ni correo». Desganado y tendido en la cama, Truman Capote, uno de los âconos del Nuevo Periodismo, un hombre que a los 23 aöos – antes de publicar su primera novela- ya habâa aparecido en p½gina completa de la revista Life como uno de los escritores de moda y que a lo largo de su vida habâa incursionado en el cine y la actuaci÷n, le confes÷ a Joanne que no se internarâa en m½s hospitales. Los doctores le habâan advertido que si no dejaba las drogas y el alcohol, no vivirâa mucho tiempo; pero era difâcil tarea para un hombre que a los 15 aöos ya utilizaba el whisky como el mejor de los calmantes. Sus þltimas palabras fueron frases sueltas. Llam÷ a su madre, tambiÚn alcoh÷lica, quien se avergonzaba de Úl por su comportamiento afeminado, la misma mujer que habâa querido abortar al saber de su embarazo, y la que termin÷ suicid½ndose en 1954. A los cinco aöos de edad, cuando ninguno de los padres quiso hacerse cargo del niöo (los amantes para uno y los trabajos fuera de la ciudad para el otro eran un inconveniente), fue llevado a Monroeville, a casa de unas tâas solteras. Allâ esperaba las espor½dicas apariciones de Arch, su padre, y de Lillie Mae. «M½s de alguna vez Arch le jur÷ que lo llevarâa a las playas de la Gulf Coast. Truman daba saltos de entusiasmo, decâa Mary Ida (hermana de su madre). Daba saltos de verdadera alegrâa y se ponâa un baöador nuevo y se preparaba para salir. Pero Arch no venâa. No lo llev÷ a la playa ni una sola vez, escribe Gerarld Clark en Truman Capote, la biografâa. DespuÚs de algunos aöos en esta casona sureöa donde se inspir÷ para relatos posteriores, su madre lo lleva a Nueva York con su nueva familia. All½, viviendo una situaci÷n m½s acomodada, Lillie Mae se hace llamar Nina, nombre que le parece m½s adecuado para su nueva posici÷n. Truman tambiÚn empieza a modelar su nuevo personaje: a pesar de los reclamos del padre, cambia el apellido Streckfus por el de su padrastro, Capote, que es el que lo acompaöarâa en su salto a la fama. Novelar el mundo La fama de Truman Capote est½ fuertemente ligada a su forma de ver el entorno. Desde pequeöo, escuchar conversaciones y escribir eran sus pasatiempos favoritos. Cuando tiene alrededor de 10 aöos, une sus dos pasiones participando en un concurso de cuentos. «El premio era un pony o un perro, no lo recuerdo bien, pero lo deseaba verdaderamente», cuenta en «Paris Review». Talentoso y prematuro, Truman escribe una historia llamada «Old Mr. Busybody», que resulta la ganadora. La primera parte del cuento es publicada un domingo en el diario local, pero la continuaci÷n nunca aparece: los organizadores se dan cuenta de que el niöo no narraba una ficci÷n, sino que hablaba de personas reales. Lo que podâa haber sido una anÚcdota, se vuelve un esc½ndalo, y el joven escritor se queda sin su merecido premio. °ste no fue el þnico desaliento de quien serâa el niöo genio de la literatura norteamericana. Su baja estatura y cara de infante le juegan en contra en su comienzo como escritor. Al llegar a algunas casas editoriales, lo miran con desconfianza, pero finalmente su pluma cautiva a la audiencia. Asâ ocurre en la revista «Mademoiselle», donde aplauden su talento, y Miriam, la historia de una misteriosa niöa, se publica en 1945. M½s all½ de la ficci÷n, Capote se da cuenta de que de la realidad puede extraer bastantes elementos que enriquecen sus escritos. Ya en sus primeros libros los personajes se basan en lo que le era m½s conocido: la vida en el sur. Otras voces, otros ½mbitos (1948), su obra prima, que logra estar nueve semanas en la lista de los best sellers del The New York Times, tiene de protagonista a su alter ego Joel Harrison Knox. Ambos sobreviviven con padres ausentes y buscan cariöo con desesperaci÷n. «Dios, permite que me amen», reza el niöo que va a vivir al extraöo Desembarcadero vecino a Ciudad Mediodâa. Tampoco es casual que al finalizar la historia Joel asuma su homosexualidad, tal como lo hiciera Capote. Las mujeres que lo cuidaban en su infancia y las infusiones que preparaban en la casa de Monroeville aparecen en El arpa de hierba, publicado en 1951. Segþn el propio autor, «El arpa… es lo þnico real que he escrito y naturalmente todos pensaron que era inventado». Pero sin lugar a dudas, el caso m½s comentado de disfrazar malamente la realidad ocurre varios aöos despuÚs. El ya consagrado Truman Capote se arriesga con La cote basque (1976), y el resultado es el destierro de la mayorâa de su cârculo de amigos en Nueva York. La cote basque saca a relucir el estilo de vida de los millonarios americanos con los que habâa compartido cruceros y fiestas. En este relato no le interesa disimular los parecidos y s÷lo se contenta con cambiar los nombres. Las descripciones son tan directas, que las reacciones no se hacen esperar. Gloria Vanderbilt amenaza que si se cruzaba en la calle con el escritor, no dudarâa en escupirlo. Nedda y Wyatt Logan estaban furiosos por los comentarios de Truman sobre sus fiestas. Y Barbara Paley, como otras amigas cercanas, tampoco lo perdonarâa. Claro que el parecido de los amigos con sus personajes no causan siempre tanto revuelo. Con Holly Golightly, la frâvola pero querible niöa tejana que llega a Nueva York en Desayuno en TiffanyÇs, varias conocidas de Capote se sintieron identificadas, pero ninguna lleg÷ al extremo de una mujer de Manhattan, la seöorita Golightly, que lo acus÷ de violaci÷n de intimidad y le exigi÷ 800 mil d÷lares de indemnizaci÷n. No a la ficci÷n Su esfuerzo mejor logrado por novelar la realidad es A sangre frâa. Se dice que este libro -que fue el que lo consagr÷ universalmente y le llen÷ de d÷lares la cuenta bancaria- es la m½s pura expresi÷n del Nuevo Periodismo. Es decir, escrito sobre hechos reales con las herramientas de un narrador de ficci÷n. En 400 p½ginas, Capote describe el asesinato de la familia Clutter en el pueblo de Holcomb, Kansas. Detalla la forma de vida de Nancy y su hermano Kenyon, la depresi÷n que sufrâa su madre Bonnie desde hacâa algunos aöos y la buena reputaci÷n de la que gozaba Herbert Clutter, agricultor y fiel seguidor de la iglesia metodista en la zona. Para investigar este crimen -que saca de la cr÷nica roja- tuvo que ganarse la confianza de los habitantes del pueblo que nunca habâan escuchado hablar de Úl y que desconfiaban del escritor por la voz aguda y su ropa extravagante. Pero al poco tiempo su personalidad logra conquistarlos, hasta el punto de convertirse en el personaje que todos quieren invitar a cenar. Su celebridad con este relato sobrepasa las fronteras de Holcomb. Su rostro aparece en las portadas de Newsweek y en el Book Review del The New York Times. Life le da 18 p½ginas y la radio y televisi÷n, programas enteros. Pero el Úxito de este libro no fue gratuito. Durante los seis aöos que dur÷ el reporteo del relato realiz÷ largas entrevistas a los asesinos y aunque lleg÷ a una relaci÷n de amistad con ellos, en algþn momento reconoci÷ que le gustarâa que la sentencia llegara pronto. La insportable presi÷n lo lleva a creer que su talento se ha acabado, por lo que las dosis de cocaâna, alcohol y tranquilizantes aumentan con cada p½gina. A sangre frâa no fue su primera incursi÷n innovadora en el periodismo. Cuando en 1955 se embarca en una excursi÷n para recorrer la Uni÷n SoviÚtica junto a un grupo de actores, no se preocupa de las relaciones este-oeste. Inspirado en el cÚlebre Retrato de Hemingway de Lillian Ross, Se oyen las musas muestra las conversaciones, peleas y anÚcdotas de la compaöâa. Y aunque inventa algunas escenas y cambia el orden de los acontecimientos, recibe muy buena crâtica. «No permitas que te dejen a solas con Truman», le advirtieron a Marlon Brando, mientras preparaba las filmaciones de la pelâcula «Sayonara» en Kioto. Pero a pesar de las recomendaciones, el actor lo invita a cenar en su suite como un gesto de amistad. Con ese material, Capote da vida a la conocida entrevista «El duque en sus dominios», donde muestra su cualidad para engatusar a los entrevistados. «El secreto del arte de entrevistar (porque es un arte) es dejar que el otro crea que te est½ entrevistando a ti (…) Empiezas hablando de ti y lentamente vas tendiendo la tela de araöa y acaba cont½ndolo todo. Asâ cacÚ a Marlon», y asâ lo hizo tambiÚn con Marilyn Monroe en Una adorable criatura. Era difâcil saber cu½ndo Truman estaba entrevistando. Quiz½s era siempre. No usaba grabadora ni tomaba notas para no quitarles naturalidad a las narraciones, ni atemorizar a sus entrevistados. Pero su memoria era brillante y en ella dejaba registro de cada uno de los detalles. Por eso, ni Marlon Brando, ni aöos m½s tarde los periodistas que recorrieron Holcomb buscando algþn error en A sangre frâa, lograron desmentir sus escritos. Capote era aterradoramente perfeccionista. «Soy un escritor horizontal» Para Capote, m½s que una entretenci÷n, escribir era un proceso rutinario. A «Paris Review» confes÷ que s÷lo podâa pensar cuando estaba acostado. «Soy un escritor horizontal», alegaba, por lo que necesitaba estar recostado en una cama o en un sof½, con un cigarro y un cafÚ. En la tarde, eso sâ, el cafÚ lo cambiaba por un Martini y a mano escribâa los dos primeros borradores. El tercer manuscrito, sin salir aþn de la cama, tenâa que ser en papel amarillo. Con la m½quina de escribir en las rodillas hacâa una copia que no miraba por una semana o quiz½s un mes. Luego de ese tiempo de reposo, se la leâa a algunos amigos, decidâa quÚ cambios querâa hacer y si la publicarâa o no. «He botado varias historias cortas, una novela entera, y media de otra. Pero si todo va bien, tipeo la versi÷n final y eso es todo». Pero su vida no fue s÷lo escritura. La lectura tambiÚn era parte esencial, por lo que devoraba todo lo que caâa en sus manos, desde los libros de Katherine Anne Porter, Faulkner y Mc Cullers (en una entrevista reconoce que lee cinco libros por semana), hasta recetas, etiquetas y avisos. Otro de sus grandes entretenimientos era la vida social. Famosa es su fiesta de m½scaras en blanco y negro, que acapar÷ los titulares nacionales. Armado de un selecto grupo de conocidos, y dedicada a Katherine Graham, cabeza de la influyente familia propietaria del Newsweek y del Washington Post, cre÷ un ambiente que s÷lo podrâa verse en el cine. Provistos de m½scaras y lujosos trajes, arist÷cratas, estrellas de cine y otras reconocidas figuras recorrâan el sal÷n de baile del hotel Plaza. La fantasâa que imagin÷ Capote se habâa vuelto cierta: Sinatra llevaba bigotes de gato; el escritor Bill Baldwin una cabeza de unicornio, y la princesa Luciana Pignatelli, la cara pintada como una m½scara y un sombrero con un diamante de sesenta quilates. El anfitri÷n, quiz½s para ir contra la corriente o por demostrar que su personaje hiciera lo que hiciera era siempre el m½s atrayente, s÷lo pag÷ 39 centavos por su antifaz. Con o sin m½scara, Truman Capote sabâa que era el centro de atenci÷n de Manhattan. Mal que mal, en el þltimo libro que public÷ en vida, Mþsica para camaleones (1980), que es una pequeöa recopilaci÷n de su escritura, sentencia en menos de diez palabras su propia descripci÷n: «Soy alcoh÷lico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio».
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