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Ruanda, donde las cámaras no estaban

Hace diez años, como una escena más de sus shows televisivos un afrodescendiente corría por las calles de Los Angeles luego de la acusación del supuesto homicidio de su exesposa  (O.J. Simpson).    Las cámaras, que  le seguían «en vivo» transmitían al mundo entero, estaban donde la «gran masa boba» quería que estuvieran.   Las cámaras no estaban al otro lado del mar, donde una nación africana se masacraba fratricidamente gracias a un conflicto creado por las potencias coloniales europeas hace más de un siglo, al separar en el papel el país de «las mil colinas» que habían perdido su color verde y lucían teñidas de sangre y de odio.

Hace diez años, como una escena más de sus shows televisivos un afrodescendiente corría por las calles de Los Angeles luego de la acusación del supuesto homicidio de su exesposa  (O.J. Simpson).    Las cámaras, que  le seguían «en vivo» transmitían al mundo entero, estaban donde la «gran masa boba» quería que estuvieran.   Las cámaras no estaban al otro lado del mar, donde una nación africana se masacraba fratricidamente gracias a un conflicto creado por las potencias coloniales europeas hace más de un siglo, al separar en el papel el país de «las mil colinas» que habían perdido su color verde y lucían teñidas de sangre y de odio.

En los años 80, en una revista de educación de adultos había leído acerca del fracaso, en Africa,  de  la forma favorecida por la hegemonía colonial para el desarrollo de la agricultura orientada hacia el monocultivo, y por otro lado la presión poblacional que sobre la tierra generaba una especie de cultivo de «mina» productor de un descenso rápido de la riqueza del suelo.

El Instituto Internacional de Agricultura Tropical afirmaba, según esa revista, la dificultad que tenían los países del trópico húmedo para producir alimento suficiente para su población por lo que la escasez de alimentos sobrevendría a corto plazo, pese a que la abundancia de lluvias con las altas temperaturas, dotan a esta zona de un alto potencial productivo casi cuatro veces mayor al de las tierras templadas, estas tierras africanas alimentarían, con sus propios recursos, a una población mucho mayor que la que tenía en ese momento.

Ruanda se decía en la mencionada publicación, es un país «donde la tierra está escaseando cada vez más y donde la erosión es un problema grave», y en el futuro inmediato, podría tener problemas de aguda escasez alimentaria.   El hambre genera violencia.

El 6 de abril de 1994 cae «accidentalmente» el avión que transporta a los presidentes de Ruanda y Burundi (ambos del grupo hutu) cerca del Aeropuerto de Kigali (capital de Ruanda).   Dos días después es masacrada Agatha Uwilingiyimana, de la etnia tutsi, elegida Primera Ministra en 1994.   Estos hechos se constituyen en la chispa nefasta que enciende a Ruanda en un período en que: hombres, mujeres y niños, principalmente tutsis van a ser acosados, masacrados, mutilados, rematados a machetazos en circunstancias atroces.   Ante el avance del Frente Patriótico Ruandés, miles de personas (unas 250.000) huyen hacia Tanzania.

Al tomar Kigali, en el mes de julio, el Frente Patriótico Ruandés, se cree que un millón de personas se dirige hacia Zaire.  Aparecen los primeros casos de cólera, disentería que harán lo que la masacre no completó: diezmar familias enteras.

Durante varias semanas sólo el Comité Internacional de la Cruz Roja estará en Ruanda protegiendo a la población y asumiendo papeles que trascendían su mandato pero que las circunstancias humanitarias obligaban.  No hubo intervención de fuerza militar internacional alguna, vuelos de refugiados ruandeses hacia países occidentales ni ayuda masiva para la reconstrucción.

Las cámaras del mundo occidental, la ayuda internacional no estaban.   Hoy, el Secretario General de la ONU nos conforta:  «La comunidad internacional le falló a Ruanda y eso debe dejarnos siempre con una amarga decepción».  Ante tales horrores,   ¿Será posible apelar a la existencia de una comunidad internacional cuando le hablamos a los niños y niñas acerca de la paz y cuando les expliquemos a los 3500 niños ruandeses huérfanos y a los 19.000 que aún no han encontrado a su familia?

  • Irma Reyes
  • Opinión
Violence
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