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Recuerdos de un país que perdió el alma

¿Qué falta aquí? ¿Dónde está aquél país lleno de vida, aquella loca efervescencia que volcaba millones de ojos hacia Nicaragua, la vía del tránsito, esa pequeña república que el almirante Nelson soñó algún día en controlar para dividir la América española?

¿Qué falta aquí? ¿Dónde está aquél país lleno de vida, aquella loca efervescencia que volcaba millones de ojos hacia Nicaragua, la vía del tránsito, esa pequeña república que el almirante Nelson soñó algún día en controlar para dividir la América española?
Parece todo olvidado. Camino por las calles de la UCA, la universidad de los jesuitas, y me abruma el silencio.
Si se ha acompañado la historia desde hace algún tiempo, los cambios ocurridos en Nicaragua se observan desde la misma línea fronteriza con Costa Rica. Las instalaciones del tiempo de Somoza, construidas a pocos metros de la frontera, destruidas por la guerrilla, fueron sustituidas; primero, por otras reforzadas de los sandinistas, recorridas por trincheras, durante los años de la guerra, antes de ser llevadas unos cuatro kilómetros hacia adentro del territorio nicaragüense. Esas obras están hoy destruidas. Las nuevas están nuevamente en su lugar original, a pocos metros de la línea fronteriza.
La Managua de los años revolucionarios ha quedado oculta en los barrios, con los pequeños monumentos, homenaje a los caídos. La nueva ciudad, la de los «malls», los restaurantes y los casinos, surge por otro lado y desconcierta a cualquiera que no haya vuelto desde entonces al país.
¿Qué recuerdos guardar?
 
«Sandino. A Sandino no lo pueden enterrar. Muchas veces buscamos en el futuro y lo que hay que hacer es ver para atrás.
«En la obra de Sandino, en su pensamiento, ahí están las pistas de futuro, los elementos de utopía; incluso en el pensamiento de Carlos Fonseca Amador, el fundador del Frente Sandinista», dice Alejandro Bendaña, representante de Nicaragua en las Naciones Unidas durante el gobierno sandinista.
El pequeño ejército loco de Sandino se alzó en rebeldía contra la ocupación del país negociada por Moncada en el Espino Negro, en mayo de 1927. Años antes, en sus memorias sobre «La guerra de Nicaragua», Walker había escrito:»Sólo los necios hablan de establecer relaciones perdurables, sin el empleo de la fuerza, entre la raza americana pura, tal como existe en Estados Unidos, y la raza mestiza hispanoindia, tal como se encuentra en México y Centroamérica».

QUÉ QUEDA


¿Cómo volver a Sandino? (¿No estará allí el alma perdida?)
Todo eso parece historia lejana. Veinticinco años después, ¿qué queda de la revolución sandinista? Naturalmente, la respuesta depende del punto de vista de cada quien.
La revolución significó un cambio radical en la vida de dicho país, en opinión de Dora María Téllez, excomandante guerrillera y exdirigente sandinista.
«Alguna gente piensa que todo se perdió con la derrota electoral», afirma Ramón Cabrales, comandante guerrillero como Dora María, exministro de comercio interior durante dicho régimen sandinista. «Creo que el sandinismo dejó enormes huellas en este país. Primero me parece que somos artífices de la democracia, en el sentido real de la palabra. Se ha permitido la participación; en un bando y otro la gente aprendió a reclamar sus derechos, a participar, y eso es un legado del sandinismo.
«Hay otras cosas específicas, como la campaña de alfabetización; la tierra en manos de los campesinos. Pero lo más importante es que nosotros los nicaragüenses somos capaces de hacer una revolución para provocar un cambio de gobierno».
Hay que recorrer el país para ver crecer las nuevas raíces de la rebelión. Miles de campesinos dejan sus tierras en las zonas altas de Estelí y Matagalpa, donde las fincas de café ya no producen.
Camino hacia Somoto, en la frontera con Honduras, centenares se acomodan en «champas» de plástico negro, a la orilla de la carretera, hombres, mujeres, niños, en espera de una alternativa para sobrevivir.

RECUERDOS

Quizás la memoria falle. Pero el pasado está allí, muy presente.
«Tal vez cuando estábamos en una guerra no faltaba nada dentro del país, mas que todo lo que la familia necesitaba lo encontraba. En el tiempo que estamos viviendo no ha habido una guerra, simplemente tres períodos de gobierno que han estado a partir del 90, sin guerra, sin estar con el país bloqueado, no ha habido nada. Más bien lo que hemos tenido es sufrimiento», afirmó Santos Modesto Andino, un exmilitar sandinista que hoy tiene 40 años.
En Ticuantepe, a unos 25 kilómetros de Managua, María Antonia Gómez y su marido, Alejandro Ampié, siembran piña en cinco manzanas de tierra. La casa sencilla, de piso de tierra, y la sombra, de palos de mango. Pero teme perder su tierra. Antes, recuerda, «nos daban otras facilidades; al campesino le daban una ayuda completa. Ahora no viene así y estamos pasando una tremenda situación pues no tenemos un desarrollo para trabajar». «Hay varias personas que han vendido sus tierras, porque no tiene acceso a los créditos. Otras han vendido sus tierritas para sobrevivir. En la época sandinista era distinto porque la tierra se la daban al campesino, había facilidades para laborar, y organismos que facilitaban el préstamo. Pero ahora no nos prestan».
Si bien algunas cosas quedan de la revolución, otras han desaparecido por completo. «No queda nada de las reformas económicas, prácticamente todo está desmantelado, un 80% de las tierras regresaron a los empresarios, las empresas del Estado privatizadas; todo está en manos privadas», dijo Noel Zepeda, agrónomo, exmiembro del ejército sandinista.
La guerra significó un deterioro económico de más de 60 años, asegura Jaime Morales Carazo, destacado empresario y exdirigente de la contra. En 1977 nosotros exportábamos tres veces más de lo que estamos exportando ahora, hay una cierta impotencia porque la pobreza no llegaba a la mendicidad extrema como ahora, generalizada,» dijo.
¿Valió la pena la guerra? «Para mí no la valió porque siguen las mismas condiciones, los pobres. Tal vez no aspiré nunca robar para enriquecerme, andábamos ahí por vía de andar, para mí», dice un exsargento de la Guardia Nacional, el Comandante Delfín, que estuvo con la contra en los años de la guerra.
El 31 de diciembre de 1998, cuando ya la crisis económica había llegado a niveles insospechados y la inflación superaba 6.000%, el presidente Daniel Ortega anunciaba, en un discurso, que entre 1980 y 1988 la revolución había entregado 3.084.949 manzanas de tierras a los campesinos, lo que representaba 38% de las tierras para uso agropecuario, beneficiando a poco más de 102 mil familias.
Aunque las cifras varían, más de la mitad de las tierras del sector reformado han sido vendidas. De las 582 mil manzanas que tenían las cooperativas, hoy tienen poco más de 100 mil.
Habían muerto más de tres mil personas en la guerra, solo en 1988. Las víctimas-muertos y heridos-era ya de casi 60 mil. El régimen estaba en su final, y no lo sabía.
Han pasado casi quince años de la derrota electoral del Frente Sandinista. La proporción de hogares en extrema pobreza pasó de 30 % a 38%, entre 1990 y 1996. Mas de 80 % de los hogares vive hoy en alguna condición de pobreza. Nicaragua exporta unos $700 millones por año, y el Producto Interno Bruto per cápita es inferior a los $500 anuales, muy por debajo de las cifras de 1977. La campaña de alfabetización, que redujo de 50% a 13% el número de analfabetos, en 1980, es cosa del pasado. El analfabetismo ha vuelto a subir.
«Si nosotros no cultivamos, todo va a ir peor. Vamos buscando el mismo rumbo de antes, que no teníamos nada…», dijo María Antonia Gómez.
Nicaragua parece un país sin alma.
«Sin alma, ¡está bien dicho!  Un pueblo muerto, pero los muertos resucitan. Por eso yo pienso en una revolución, aunque actualmente no note ningún síntoma de ella», dijo el poeta Cardenal.

  • Gilberto Lopes 
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