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Con el crecimiento de la pobreza viene aparejado también el aumento de actividades en la llamada economía informal (foto con fines ilustrativos).
El modelo de desarrollo exportador impulsado por los organismos financieros internacionales durante la década de los 90 -y que aún se mantiene-, lejos de cerrar la brecha más bien contribuyó a ahondar la pobreza de la población de América Latina, considerada la región de mayores desigualdades en el mundo.
Si bien las exportaciones en los países latinoamericanos crecieron en los últimos años, dicha ventaja no se tradujo en un mayor desarrollo socieconómico, y por el contrario la calidad de vida de estas personas sufrió un considerable deterioro.
Estos señalamientos fueron hechos por los expositores en el foro «Pobreza, desigualdad y desarrollo», celebrado el pasado 4 de agosto en el auditorio de la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica (UCR).
En la conferencia, dedicada a «Pobreza y desigualdad en América Latina», participaron Rebeca Grynspan, directora de la sede subregional -en México- de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y exvicepresidenta costarricense (1994-1998); Pablo Sauma, investigador del Proyecto Estado de la Nación; y Carlos Sojo, director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
El foro fue organizado por la UCR, por la fundación Friedrich Ebert, el Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL), el Proyecto Estado de la Nación; y la Defensoría de los Habitantes.
La exposición de los panelistas estuvo centrada en los resultados económicos y sociales registrados por las naciones latinoamericanas durante la últimos diez años del siglo pasado, calificados por la CEPAL como un periodo de «luces y sombras».
Tanto Grynspan, como Sauma y Sojo, coincidieron en que América Latina es el continente con mayor desigualdad en el mundo, al combinar extremos de riqueza y pobreza, enmarcados en un modelo de desarrollo exportador que no ha funcionado como la panacea que sus proponentes dijeron que sería.
MODELO FALLIDO
Para Rebeca Grynspan, los resultados de esa década en América Latina fueron mixtos en lo económico, en lo social y en lo político; es decir, con aspectos positivos y negativos entremezclados: luces y sombras.
«Si uno compara lo que pasó en los 90 como un todo e incorpora esta mitad de década del 2000 al 2004, en realidad las tasas de crecimiento que fueron experimentadas en los 90 no fueron tan altas, y estables como lo esperado, y no pudieron proveer el empleo suficiente y de calidad necesario, para un desarrollo positivo», reconoció la economista de la CEPAL.
En su criterio, este comportamiento fue el talón de Aquiles de esa década, pues si bien se recupera el crecimiento, este resulta mediocre en relación con las tasas latinoamericanas de los años 70 y 80, con excepción de dos o tres países que las sobrepasaron.
Grynspan destacó que en ese periodo las tasas de crecimiento no solo fueron mediocres, sino también inestables, y el promedio rondó el 3%. Sin embargo, «si hubiéramos mantenido esa tasa, actualmente estaríamos en una situación mejor».
Como factor negativo, citó la alta volatilidad del crecimiento, lo cual eleva el riesgo para la producción, las empresas, y las personas. Esta situación provoca que cuando las economías decaen, la pobreza y la desigualdad aumentan en mayor grado; o sea, «somos muy elásticos en el deterioro de lo social», acotó.
Lamentablemente -agregó-, cuando el efecto es inverso, y nos recuperamos del periodo de desaceleración y decrecimiento, la pobreza y la desigualdad nunca decaen en la misma medida.
Una cosa que le llama la atención, es que en América Latina se presenta un situación que pareciera normal, pero que no lo es si se compara con el resto del mundo, y es que no solo hay una volatilidad en el crecimiento, sino también en el consumo de las personas.
En otras palabras, durante las épocas difíciles los vaivenes económicos en las naciones desarrolladas se sienten más en el factor producción que en el consumo, en razón de que «tienen redes de protección social que hacen que ese impacto no tenga que ser asumido por las familias o personas». Lo anterior implica que los hábitos de consumo no tienen que ser sacrificados.
La funcionaria de la CEPAL precisó que «en América Latina tenemos una calidad de crecimiento que no está acompañada de las medidas adecuadas, para evitar que produzca lo que nos está provocando, un círculo vicioso del que nos cuesta cada vez más salir; necesitamos instrumentos más fuertes para poder combatir las pobreza y la desigualdad generadas por este tipo de crecimiento».
EMPLEO PRECARIZADO
Además de estas debilidades, Grynspan agregó las ineficiencias del mercado del trabajo para producir el empleo que se necesita en cantidad y calidad. El rubro laboral es importante en este contexto, ya que «es donde se puede articular lo económico con lo social», con miras a combatir la pobreza y la desigualdad.
Recordó que en los años 90 las tasas de desempleo abierto se mantuvieron altas y cuando se analizan por sexo la de la mujer fue mayor que las de los hombres, y ni se diga de los jóvenes, que resultaron el doble del promedio general de la región; «esto es una bomba de tiempo», advirtió.
Como aspectos negativos de la creación de empleo, mencionó que los estudios revelan que 7 de cada 10 trabajos que se abrieron en América Latina en el periodo referido, fueron en el sector informal, y pasaron a representar un 43% del total, mientras que en los 80 fue el 30%. En el 2000 subió al 48%. «En estos últimos 20 años hay aumento del 18% del empleo informal».
A lo anterior se suma que ha crecido la brecha salarial entre el empleo calificado y el resto, aparte de que las fuentes laborales se han vuelto más precarias, pues incluso en el empleo formal ha crecido la modalidad de contrato temporal o sin contrato. Asimismo, muchas personas cuando se reintegran al mercado laboral, lo hacen con salarios un 30% inferiores al promedio: de menor calidad.
Según Grynspan, dentro de esta coyuntura, más del 50% de los trabajadores no goza del derecho a prestaciones sociales o seguridad social, y la asociación sindical ha disminuido. Por el contrario, hay estudios que corroboran que los países que poseen sistemas fuertes de seguridad social son los más desarrollados.
Si se trata de mujeres, la condición laboral arroja números más deplorables, ya que en las áreas urbanas el 45% aparecen sin ingresos propios, en tanto que apenas el 21% de hombres sufre lo mismo. En condición de indigencia, una parte importante son mujeres jefas de hogar. En Costa Rica, los hogares encabezados por mujeres pasó del 36% en 1990, al 56% en 1999.
De criterio similar al de la exvicepresidenta de la República, el investigador Pablo Sauma estima que hay una relación directa entre el desarrollo socioeconómico y las fuentes de trabajo.
«Tenemos que Centroamérica y Panamá se caracterizan por elevados niveles de empleo en actividades de baja productividad, lo que llamamos sector informal no agropecuario, y agropecuario tradicional (economía campesina). Estos son además trabajos precarios: inestables, sin contratos o contratos temporales, sin seguridad social, sin salarios mínimos».
Sauma -quien ha estudiado la pobreza en Centroamérica- puntualizó que en los años 90, de cada 10 nuevos empleos generados 3 fueron formales no agropecuarios, 5.3 fueron informales no agropecuarios, y 1.7 fueron agropecuarios. «No estamos generando empleos de calidad que nos permitan mejorar la distribución de los ingresos».
Los estudios muestran que conforme sea mayor la calidad de los trabajos se reduce la pobreza. Además de esta tendencia centroamericana, otras investigaciones han comprobado que en México y República Dominicana se repite.
La conclusión -dijo Sauma- es que para lograr reducciones significativas en la pobreza, entre otras cosas, necesitamos generar empleos formales de calidad. Este es el reto para disminuirla.
MODELO ERRADO
Todo lo anterior son particularidades de un modelo que lejos de sacar de la pobreza a las naciones latinoamericanas, acentuaron sus desequilibrios sociales, económicos y políticos.
Así se percibe de lo expuesto por los especialistas Sauma, Sojo y Grynspan, quienes criticaron el modelo seguido a partir de las recomendaciones de los entes financieros internacionales.
Sauma trajo a colación un estudio reciente promovido por la CEPAL y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 16 países latinoamericanos, en el cual se analizaron los resultados del modelo de promoción de exportaciones en términos de crecimiento, pobreza y desigualdad.
Tras comparar los estudios nacionales se concluyó que «las estrategias económicas lideradas por la promoción de exportaciones, no han sido la panacea para mejorar el bienestar mediante la reducción de la pobreza y la desigualdad que muchos de sus proponentes esperaban cuando abogaban por este tipo de política; pero tampoco han sido el diablo que sus detractores predijeron».
Reducir la pobreza y la desigualdad de los graves niveles que muestran la mayoría de los países de la región al comienzo del nuevo siglo, puede requerir de combinaciones mucho más complicadas y ajustadas a las especificidades nacionales, que las recetas que Washington preconizó una década atrás, enfatizó Sauma.
Ese estudio -añadió- comprueba también que hay un aumento en la desigualdad, y está asociada principalmente con la mayor contratación de la gente más calificada en las economías en donde los sectores más desarrollados pagan mejores sueldos y generan a la vez con ello diferencias con los sectores que no están vinculados a la exportación.
Por su lado, el sociólogo Carlos Sojo aseguró que aunque la estrategia de desarrollo impulsada en los 90 logró una estabilidad económica, ello no condujo necesariamente a la paz social, y eso se refleja en el mantenimiento de importantes desequilibrios políticos en América Latina.
Es cierto que mermó el índice de represión política; pero, no ha disminuido el número de muertos por hechos violentos, el desencanto político, la volatilidad gubernamental: 6 gobernantes en los últimos ocho en Ecuador, por ejemplo, detalló.
Sojo insistió en que «es importante analizar los sesgos del desarrollo impulsado en los últimos años. No hubo impericia o mal desempeño, sino que los resultados se han derivado de la naturaleza misma del tipo de crecimiento impulsado, cuyo enfoque primario ha estado concentrado en el mantenimiento del equilibrio de los precios (control de la inflación), y el mejoramiento del índice de apertura: exportaciones e importaciones en el componente total de la producción del país en un año».
El director de la FLACSO opina que «esta es una visión reduccionista del desarrollo económico de una sociedad, que no da cuenta de las necesidades de encadenamiento entre actividades económicas».
LO QUE FALTA
Al analizar en su globalidad la realidad socioeconómica de América Latina y plantear respuestas hacia el futuro, Grynspan lamentó que en los 90 se abrieron las economías, pero se debilitaron mucho los sistemas universales de seguridad social.
«Había que hacer las dos cosas al mismo tiempo, porque la apertura lo que hace es que haya más sectores vulnerables a los ‘shocks’ y realidades externas. Abrir y desproteger es el camino equivocado», afirmó.
Si uno ve las experiencias de otros países, lo que nos dicen es que si vamos a abrir hay que proteger más, y disponer de redes de protección social, de prestaciones sociales y ampliar la cobertura, porque si bien hay beneficios por la apertura, también hay vulnerabilidad, y precisamente esta última está unida a un proceso de apertura y globalización, donde hay más razones para la volatilidad. Esta es la combinación que han usado los países que han logrado mayor desarrollo económico y social, explicó.
Sauma, mientras tanto, ve los encadenamientos productivos como una parte esencial para el desarrollo futuro. «En mi opinión, la única forma de que toda la economía se pegue a los sectores más modernos es fortaleciendo a la pequeña y mediana empresa. Esto significa: programas de importante magnitud, de crédito, de capacitación».
Agregó que la inversión pública debería beneficiar tanto a los sectores exportadores y modernos, como a los pequeños y medianos productores; los puestos nuevos de trabajo deberían ser de calidad, con respeto a las leyes laborales del país; y que el crecimiento del gasto público serviría para ampliar la cobertura y la calidad de los programas sociales.
El sociólogo Sojo, por su parte, se inclina por reformas tributarias que amplíen los recursos a disposición del Estado y que sean distribuidos adecuadamente. De igual manera, aboga por erradicar la búsqueda ilimitada por riqueza, el enfrentamiento con el Estado como mecanismo de distribución de riqueza, y el sentimiento de una menor responsabilidad con los pobres.
Pobreza en América Latina*
-En el 2003 había 225 millones de personas (43.9%) en situación de pobreza y 100 millones (19.4%) en indigencia.
-En la década de los años 80 la pobreza alcanzó a 136 millones (40.5%) y la indigencia a 62 millones (18.6%).
*Fuente: CEPAL.
Rebeca Grynspan, directora de sede subregional de la CEPAL: «Una de las cosas más importantes para romper la dinámica de los 90, es reconocer que la democracia requiere de opciones. Este tema de la receta única es profundamente antidemocrática».
Con el crecimiento de la pobreza viene aparejado también el aumento de actividades en la llamada economía informal (foto con fines ilustrativos).
Los niños están entre las principales víctimas de la pobreza en América Latina.
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