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Fahrenheit 9/11

«Denigrarlo como propaganda es ingenuo o perverso… le pide al público pensar por sí mismo y establecer relaciones… se identifica con y es vocero de aquellos que normalmente no son escuchados.» The Gurdian, Gran Bretaña

«Denigrarlo como propaganda es ingenuo o perverso… le pide al público pensar por sí mismo y establecer relaciones… se identifica con y es vocero de aquellos que normalmente no son escuchados.» The Gurdian, Gran Bretaña



Pese al máximo galardón en el principal festival de cine (Cannes), me resistía a creerlo. Temía que el jurado -unánime- hubiese exagerado. Pero sí, es una obra maestra, no me cabe duda. La primera hora y media es demoledora; luego, a partir de los reclutamientos en los barrios pobres pierde un poco de fuerza, quizás se alarga y reitera, pero igual convence. Estupendo el humor negro y los guiños al espectador. El optimismo en medio de la barbarie. Cierta ingenuidad y la risa recobrada como arma frente al poderoso. Claro, todo esto nos recuerda a Chaplin. La música y los íconos que emplea son muy oportunos. Oscila entre el sarcasmo y la burla a los poderosos, y los sentimientos desnudos de las víctimas; pero sabe hacer uso de la mesura, como la pantalla en negro cuando los aviones se estrellan en las Torres Gemelas. El material de archivo es impresionante, los entrevistados son siempre interesantes. No es una tesis ni hace academia. Es la voz del coro, de masas silenciadas que ventean su protesta. Si hay un filme indispensable aquí y ahora es éste.

En 1895 los parisinos se asombraron, y hasta huyeron asustados, cuando los hermanos Lumière proyectaron la llegada del tren. El sétimo arte, como documental, cambiaba la forma de ver la historia. En 1928, una ficción surrealista de Buñuel y Dalí, El perro andaluz, mostró, con la metáfora de un ojo rasgado por la navaja, la inevitable confrontación con la realidad y sus innumerables representaciones a que nos condenan (en su acepción existencialista) las imágenes en movimiento.

Ahora, en el 2004, cuando los fundamentalistas religiosos norteamericanos, atrincherados en el Partido Republicano -antaño liberal- trafican con el cristianismo y sueñan con teocracias a su medida, análogas por cierto a las de los fanáticos musulmanes que detestan; y cuando las corporaciones estadounidenses y especialmente el complejo industrial/militar y las empresas petroleras, lucran demencialmente y se fortalecen a costa de la destrucción acelerada del planeta, la globalización de la miseria y la agonía de la democracia; irrumpe el testimonio fílmico de Michael Moore, Fahrenheit 9/11, la temperatura a la que arde la libertad, dice. Ese atentado que sirvió de excusa para que el mediocre Ashcroft cercenara libertades y desatara cacerías racistas. Una película que revela, por contraste, cuán corrupta y complaciente es la mayor parte de la prensa actual de los Estados Unidos, repetidora de las escandalosas mentiras de sus gobernantes.

Paul Krugman, sagaz editorialista del New York Times, recién publicó un libro que denuncia el cambio brutal que asuela con la libertad y la eficiencia económica en los Estados Unidos. El autor advierte alarmado sobre una desviación decisiva en la cultura del único imperio contemporáneo. El último filme de Moore es el acontecimiento mediático que en el nivel planetario hace evidente este asalto, lo denuncia y lo combate. Con excepcional vigor, este alegato abiertamente político procura defenestrar esa marejada reaccionaria. El objetivo es puntual. Moore comprende, a diferencia de sus críticos como Robert Jensen (Stupid White Movie), que no se puede resolver todo a la vez. La coyuntura electoral de noviembre es crucial para la humanidad. Luego vendrán otras tareas; la lucha por la libertad, la justicia y la fraternidad nunca acaba. Los extremistas no distinguen la gama de grises y tienden a polarizar. Moore, dichosamente no. Él se dirige a la mayoría de modo que lo comprendan, y les dice: no reelijan a Bush. Por ahora, eso es suficiente. Gracias Michael.

  • Gabriel González Vega 
  • Cultura
DemocracyExtremist
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