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QUINO sin medias tintas

Este 29 de setiembre, Mafalda cumple 40 años. Es decir casi medio siglo de acaparar la atención de millones de lectores. Espíritu de aquella década en que nació, su vigencia hacer notar que los ideales que movieron esos años continúan, hambrientos e insatisfechos. Como homenaje presentamos esta feliz entrevista hecha por Ezequiel Martínez para la revista Ñ del Clarín de Argentina a Joaquín Lavado, el Quino.

Este 29 de setiembre, Mafalda cumple 40 años. Es decir casi medio siglo de acaparar la atención de millones de lectores. Espíritu de aquella década en que nació, su vigencia hacer notar que los ideales que movieron esos años continúan, hambrientos e insatisfechos. Como homenaje presentamos esta feliz entrevista hecha por Ezequiel Martínez para la revista Ñ del Clarín de Argentina a Joaquín Lavado, el Quino.
Hace 40 años, Mafalda aparecía por primera vez en las páginas de Primera Plana, y hace 30 que su creador, Joaquín Lavado (Quino), dejó de hacerla. Sin embargo, sus temas más recurrentes -los abusos de poder, las injusticias sociales, el autoritarismo-, siguen vigentes en los trazos de su autor. De todo eso habla el dibujante en esta charla. Además, un texto de Umberto Eco donde define a Mafalda como «una heroína contestataria».

Tantas veces me preguntan…», anuncia uno de los apartados de la página oficial que Quino tiene en Internet. Se trata de una versión fatigada del clásico «preguntas más frecuentes», pero en este caso la advertencia tiene cara de súplica: allí está todo lo que todos quieren saber sobre Mafalda, y lo que todos se animaron a preguntar. Porque la mayoría de las consultas -que Quino tuvo la paciencia de responder- están acaparadas por esa niña rebelde, sabia, reflexiva, lúcida, enfática y genial que este 29 de setiembre cumplirá 40 años de desbocada celebridad. «¿Por qué dejó de hacer a Mafalda?» «¿Cómo sería Mafalda ahora?» La lista avanza en una interminable sucesión de dudas previsibles, de ésas que «tantas veces me preguntan…».

Para colmo de males -la sencillez, modestia y timidez de Quino son de antología-, los 40 de Mafalda coinciden con los 50 de su creador como dibujante, cuando allá por 1954 publicó su primer dibujo en la revista Esto Es. Las celebraciones incluyen una gran muestra itinerante con toda su trayectoria, que ya ocupó las salas del Palais de Glace durante el mes de agosto, y continuará su viaje por Córdoba, Mar del Plata, Rosario y otras ciudades argentinas a lo largo de 2005. Como remate de lujo, se editó un catálogo ilustrado, Quino 50 Años, con un desfile de textos que condensan el homenaje a un verdadero maestro y amigo: allí están Roberto Fontanarrosa, Oscar Grillo, Luis Felipe Noé, Aída Bortnik, José Pablo Feinmann, Juan Sasturain, Tomás Eloy Martínez, Rep, Maitena, Sara Facio, Roberto Cossa, Carlos Ulanovsky, Daniel Divinsky y siguen las firmas.

Pero justo a Joaquín Lavado le tocó ser Quino y ejercer la patria potestad de Mafalda. Justo a él que eligió expresarse con dibujos -y sólo cuando la situación lo exige, con los globitos que los acompañan-, porque las palabras no le entusiasman demasiado. Cuando le toca hablar de sí mismo o de su trabajo, Quino siempre tira frases en frasco chico, cubre los blancos con monosílabos. Eso sí: contundentes.

Lo que Quino ruega, entonces, es no tener que repasar una vez más la biografía oficial de «la Mafalda», como él la llama -así, con artículo anexo-. Y uno le dirá, «pero está por cantar los 40», y sí, pero no… Bueno, un poco nada más. Entonces acepta la entrevista a regañadientes, y le huirá a la cita con el fotógrafo a través de excusas -más veces inventadas que reales- de molestos chequeos médicos o una seguidilla de viajes inminentes.

Siéntese un rato Quino, cuente… Dibuje, maestro, pero no como en ese autorretrato modelo siglo XXI donde se refugia en un apretadísimo cuadrito de historieta en el que apenas caben él, su lápiz y su genio.

-Ingenioso puede ser, genio no. ¿Si no dónde ponemos a Picasso, a Mozart? Ellos sí que eran genios -se ataja.



– ¿Cuando lo definen como un maestro, siente que es exagerado?

– Sí, exageran bastante.



– Pero no puede negar que con Mafalda creó un ícono de la cultura argentina.

– Creo que yo no salí con una cosa nueva; soy un seguidor de los que me precedieron: Lino Palacio, Divito, Oski… A veces pienso que lo que hago ya es antiguo, que mi línea tiene un estilo antiguo… A mí me gustaría ir cambiando, tener una línea mucho más libre y que se renueve, tener más poder de síntesis. Picasso siempre te sorprendía con cosas distintas, por ejemplo… tampoco te digo que soy Botero, ¡algo fui cambiando!



– Con las ideas también se sorprende.

– Sí, pero en eso coincido con Enrique Pinti, que dice que cuando uno tiene treinta y pico de años cree que tiene cinco mil ideas, y cuando los años van pasando se da cuenta de que son apenas cincuenta, siempre las mismas, que se van reciclando.



-Uno tiene sus obsesiones también, temas recurrentes que se imponen aunque no se quiera.

-Eso es cierto. Mis temáticas preferidas tienen que ver con la relación entre el poder y la gente, la indiferencia frente a los dramas sociales, la burocracia, la corrupción… cosas que me indignan.



-¿La Biblia sigue siendo su principal fuente de inspiración?

– ¡Claro, la Biblia tiene historias fantásticas y un gran poder de síntesis! Crear el mundo en siete días, ¡eso es poder de síntesis! Todo está ahí, resumido. También saco ideas del cine, de la gente de la calle, de cosas con las que sueño, de noticias insólitas que salen en los diarios… Así trabajo a veces: recorto una noticia que me llama la atención para cuando se me ocurra una buena idea que muestre lo absurdo de ciertos hechos que suceden. Otra fuente de inspiración son las cartas de lectores. Muchas de las cosas que le molestan a la gente son las que me molestan a mí, entonces mi forma de protestar es a través de mis dibujos. Por eso cuando a veces me preguntan de qué hablaría Mafalda hoy, digo que los mismos temas que le preocupaban a ella y que me preocupan a mí, son los que aparecen en las páginas de humor que publico actualmente.



-¿Hay temas sobre los que no haga humor?

-Sí, sobre cosas muy trágicas y muy jodidas, no puedo. A mí me tocó vivir en Mendoza el terremoto de San Juan, cuando tenía 12 años, y vi cuando llegaban los camiones con heridos y todo eso. Nunca pude hacer nada con temas sobre terremotos. Aunque la verdad es que a veces hay noticias que son tan terribles que uno se ríe. Recuerdo cuando encontraron el avión de esos chicos uruguayos jugadores de rugby en los Andes, y los brasileños sacaron todo un suplemento de humor dedicado a eso, pero los argentinos no nos animamos. También me resulta difícil trabajar con temas como el de los atentados terroristas. Justamente el otro día una amiga me decía: «Está jodido para ustedes, los humoristas». Porque ¿qué hacés frente a una cosa así, cómo lo tratás? Durante la guerra de Irak, si no dibujabas algo al respecto la gente pesaba que no te interesaba. Y si hacías algo, te recriminaban que cómo hacías humor con una situación tan difícil.



-¿Y cómo se resuelve ese dilema?

-Y… yo a veces espero a que la cosa no esté tan caliente. Con lo de Irak, sólo después de varios meses hice una página sobre un náufrago al que le han caído los norteamericanos buscando armas químicas…



-¿Se siente presionado a tocar ciertos temas de actualidad para que el lector note que sí le preocupan y le interesan?

-Lo que pasa es que a mí tampoco me gusta hacer esas páginas de humor que si las agarrás dentro de cinco años no las entendés. Me gusta que se entiendan siempre. Cuando seleccionaba trabajos para mi último libro, ¡Qué presente impresentable!, encontré algunas páginas que hice en la época en que estaba cayendo De la Rúa, y no las incluí porque me parece que habían quedado muy atadas a esa coyuntura, a pesar de que yo no lo quería. Pero, vistas hoy, no tienen la cosa que tenían en ese momento; sacadas de ese contexto quedan raras.



-¿No siente a veces que la realidad se puede poner así como viene dentro de un cuadrito de historieta?

-Bueno, el atentado a las Torres Gemelas no me digas que no es un dibujo de historieta, una película norteamericana de catástrofe. Cuando pasó lo del 11 de setiembre hice un montón de dibujos, con el avión, con las explosiones… pero los hice para mí, porque sentí una enorme necesidad de dibujar la escena… Aún hoy por ahí me despierto a la noche y otra vez veo el avión estrellándose.



-¿Le pasa mucho eso de encontrar una situación que necesita dibujar, por más que no trabaje en ella para publicarla?

-No, no tanto. Es que eso fue muy fuerte. Lo de las Torres a mí me puso en un conflicto muy gordo, todos sabíamos que se estaba muriendo gente ahí… y no he podido hacer nada. Después está el asunto de la belleza de las imágenes, aunque hay gente que se enoja cuando comento esto. Pero una vez, hablando con un grupo de amigos, coincidíamos en que las imágenes eran espectaculares. El hongo de Hiroshima también es un espectáculo bellísimo visualmente.



MUNDO QUINO



-En su página oficial comenta que por lo general no se divierte cuando trabaja. ¿Cuándo siente más placer que angustia?

-Cuando considero que una idea es buena.



-O cuando le salen rápido.

– No, rápido no salen nunca. Ese es un problema. Jamás entendí por qué si uno tiene una semana para hacer alguna cosa, recién se le ocurre los dos últimos días. ¿Por qué no antes? ¿Qué es lo que hace que esto que uno tiene adentro y que le tira el final de la idea, aparezca siempre a último momento? Y además de la idea, todo depende de cómo esté uno para dibujar. Porque hay días que uno dibuja mal, otros dibuja peor, eso pasa mucho también, y lo que se creía que era una buena idea, queda más o menos. Por ejemplo hace poco hice una página en la que Dios empieza a tirar pizzas… Terminó muy retórica la cosa, y yo no quería que terminara así; no me quedé nada conforme. No me quedé contento porque no es lo que yo quería decir: que la gente no aguanta que Dios le dé lo mismo a toda la Humanidad, eso. Pero estaba mal contado.



-¿Le llegan muchos comentarios de los lectores?

-Sí, y comentarios negativos también, ¿eh? Sobre todo cuando toco temas que tienen que ver con la religión, con el racismo, con la droga también…



-¿Son críticas respetuosas o con mucha indignación?

-Hay de todo. Con la religión por lo general la gente se pone más violenta, es más intolerante.



-¿Y les responde?

-Mmmm… si ponen un teléfono a veces los llamo, y se sorprenden. Ahora, si ya veo que son muy fanáticos, no contesto nada. Incluso algunas veces las críticas me sirven para aprender: una vez por ejemplo hice una página con Adán y Eva, la manzana y el sexo, y me escribió un testigo de Jehová, en muy buenos términos, diciéndome que «cómo un tipo, como usted, que se preocupa por estos temas, no se ha dado cuenta de que la manzana con el sexo no tienen nada que ver, y usted sigue repitiendo el mismo error. Lea tal versículo tal y tal…». Y tenía razón el tipo, y ya me cagó para siempre el tema de la manzana y el sexo. Entonces entendí por qué la Iglesia siempre tuvo lío con los librepensadores, y con Galileo, porque claro, la manzana es el conocimiento, no es el sexo. Pero la Iglesia ha dado vuelta a la cosa.



-Muchas veces dijo tener la ilusión de que su trabajo sirviera de algún modo para cambiar la parte más dura de la realidad.

-No sólo el mío, sino el de todos los que lo intentamos, el de los cantantes, los escritores, los cineastas. Creo que es un granito, y sumándonos todos, creo que algo hacemos. Mucha gente me dice: «Yo empecé a leer tus cosas muy chiquito, pero al principio no las entendía. Después de grande las seguí leyendo y me abriste mucho la cabeza». También hay muchos padres y madres que me comentan: «Mi nene no quería leer nada, pero cuando le compré un librito de Mafalda se enganchó con la lectura y entonces empezó a leer de todo». Eso me gratifica mucho.



-Mafalda seguramente le dio muchas gratificaciones como ésa. ¿Y algún contratiempo?

-Una cosa que me crea gran conflicto son los autógrafos. Una chica me pidió desde España que le mandara un dibujo de Mafalda, «porque los libros los tiene cualquiera», escribió. A esa chica ni me tomé el trabajo de responderle. Después viene gente que me dice «esto es para mi abuelo», y a veces se me cruza pensar: ¿y si el abuelo era un torturador, o un corrupto? ¿Cómo lo sé? Además, yo siento que lo que hago lo hago para todos, y me molesta que la gente quiera algo exclusivo. Una vez conocí a un catalán que me dijo: «A mí me da mucha alegría ir a un gran aeropuerto y pensar: ‘Coño, mira todo lo que han hecho para mí’.» Al principio me pareció un comentario pedante, pero tenía razón. Ese aeropuerto estaba hecho para él, para toda la gente, y yo ahora le copio la idea. Cuando escucho a Mozart, ahora pienso: «Mirá lo que compuso para mí», porque él no sabía quién lo iba a escuchar. Uno se pone más contento pensando así.



TODO MAFALDA



Hay un dato acerca de Mafalda que se pierde en los archivos periodísticos, porque nunca ocurrió: a último momento tropezó con la zancadilla de una reglamentación injusta. El 26 de octubre de 1988 llegaba al entonces Concejo Deliberante porteño un proyecto de ordenanza para que Mafalda fuera reconocida como Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Con la firma del intendente de entonces, Facundo Suárez Lastra, y de su secretario de Cultura, Félix Luna, la iniciativa se justificaba en que el personaje «simboliza lo mejor del espíritu de muchos jóvenes argentinos, que no se resignan a acatar el orden establecido y pretenden modificarlo y enriquecerlo con sus propias ideas. Mafalda hizo reflexionar muchas veces a sus lectores sobre la validez de los hábitos, creencias, prejuicios y lugares comunes, ayudando de este modo a construir una sociedad mejor». Y terminaba diciendo: «Mafalda sigue siendo, en la memoria colectiva de los argentinos, la chica preguntona, cuestionadora, irreverente e inesperada, que planteó en su momento tantos interrogantes molestos a la sociedad argentina».

El proyecto no prosperó porque los concejales dijeron que el título honorífico sólo es para las personas. No se detuvieron a pensar que, al fin de cuentas, Mafalda es más humana que muchos seres humanos. Y como tal, tiene una partida de nacimiento que quedó impresa el 29 de setiembre de 1964 en las páginas de la revista Primera Plana, donde apareció por primera vez. Hoy las reflexiones de esta niña irreverente y contestataria han recorrido el mundo traducidas a decenas de idiomas, desde el japonés, italiano y portugués, hasta el griego, francés y noruego. Pasaron cuarenta años, pero el nombre de Mafalda continúa vigente y universal.



-¿La extraña?

-Para nada, la verdad es que fue un alivio dejarla. Tampoco reniego de ella, porque es parte de mi historia. Muchos creen que Mafalda me persigue, pero no, sólo me acompaña.



-Y sigue acompañando a muchos.

– Eso ni yo mismo lo entiendo. Tal vez porque muchas de las cosas que ella cuestionaba todavía siguen sin resolverse, de eso no quedan dudas. Es más, en algunos casos, hasta me sorprende cómo algunas de esas tiras dibujadas hace más de cuarenta años todavía pueden hacer referencia a cuestiones de hoy. Por ahí con otros nombres, como el sida, la ecología, la manipulación genética… En realidad desde que dejé de hacerla no me puse a pensar en qué diría. De todas formas, yo creo que siempre siguen naciendo Mafaldas, ¿no? Es más, las Mafaldas de hoy están mucho mejor informadas a través de los medios de comunicación que la Mafalda de los ’60. Pero después de todo, si se sigue leyendo como antes, ¿para qué seguir dibujándola? Una vez me preguntaron si no pensaba en resucitarla. Y resucitarla significaría que está muerta.



De revista Ñ de Clarín Argentina

  • EZEQUIEL MARTíNEZ
  • Forja
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