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Alejandro Amenábar, cineasta español de origen chileno, es todo una celebridad con apenas cuatro filmes a su haber, todos éxitos: Tesis, su opera prima, atrapó la atención porque pese a los escasos recursos logró una película solvente y muy bien narrada. Luego vino Abre los ojos donde pese a la complejidad que debía enfrentar por el guión, cosechó una vez más el aplauso de críticos y público. Con Los otros se atrevía a hacer cine con las normas y condiciones de producción de Hollywood, dirigió a la excelente Nicole Kidman con maestría y coronó una vez su éxito. Ahora, con 32 años, Mar adentro le mereció la Concha de Plata, premio del jurado en el Festival de San Sebastián y al protagonista Javier Bardem, de 35 años, el de mejor actor.
Ha vencido las voces de sirena de Hollywood para seguir su odisea cinematográfica en tierra propia. Alejandro Amenábar estrenó el 3 de septiembre Mar adentro, la dura y conmovedora historia del tetrapléjico Ramón Sampedro, que vivió inmóvil en una cama durante casi treinta años y terminó su vida convertido en el «apóstol de la eutanasia». Javier Bardem vuelve a dar lo mejor de sí mismo en un filme luminoso, un canto a la vida.
El cine de Alejandro Amenábar, hoy lo sabemos, puede ser oscuro y aterrador, pero también cálido y luminoso. Como Mar adentro, que viene a ser su forma de comprender la vida truncada y la muerte deseada del tetrapléjico Ramón Sampedro, aquel gallego amante del mar que tras treinta años amarrado a una cama y después de llamar repetidamente a las puertas del cielo, decidió despedirse de la vida ingiriendo cianuro de potasio. Y su forma de comprenderla, al menos cinematográficamente, es un melodrama escrito y rodado con tiralíneas, cuidado hasta el mínimo detalle, ideado para despertar las emociones del espectador, apelar a su llanto y a su simpatía hacia una persona que fue el centro de muchas vidas, y cuya decisión final despertó en su momento un agitado debate entre familiares, judicatura, autoridades políticas y clero.
Con este filme, Amenábar revisita su mayor obsesión temática. Oscuros o luminosos, cercanos o distantes, en clave melodramática o de thriller, todos sus trabajos transitan por un lugar común llamado muerte, sombra inevitable que envuelve las cuatro películas realizadas por el cineasta. La muerte como homicidio (Tesis), como invitación a realidades virtuales (Abre los ojos), al más allá (Los otros) o al refugio contra el dolor (Mar adentro).
-¿De dónde proviene esta obsesión?
-No lo sé. Es un camino absolutamente inconsciente. Hasta que no empecé esta película no me di cuenta de que, de una manera u otra, todas mis películas tratan sobre la muerte. No es algo con lo que viva obsesionado, pero inevitablemente está ahí. Creo que lo que me atrae es el concepto de viaje que hay implícito, que es muy cinematográfico. De hecho, la película iba a titularse El viaje. La verdad es que no tengo ni idea de dónde proviene esta fijación mía por la muerte, porque ni siquiera la he experimentado de cerca. Es un misterio.
Una agonía censurada
-Dice que se interesó por la historia de Ramón Sampedro cuando leyó su libro Cartas desde el infierno. ¿No le llamó la atención que su suicidio estuviese grabado?
-No. Soy muy sensible a imágenes reales de muerte y de violencia. En el vídeo hay una agonía de quince minutos que nunca se vio porque estuvo censurado. Como documento nos vino muy bien porque le sirvió a Javier [Bardem] para componer ese momento, muy importante en la película, pero realmente lo que me llamó la atención de Ramón Sampedro fue su vida y no su muerte, cómo cambiaba las cosas a su alrededor, lo que él significaba para mucha gente, las historias de amor en su vida…
-De nuevo ha realizado una película de género. ¿Por qué un melodrama?
-Yo busco una historia que me apasione y mis gustos, o mi mente, inevitablemente me llevan a un género, a la necesidad de provocar algo en el espectador. Para esta historia siempre pensé en términos de melodrama, en un cine de emociones. La historia de Ramón lo permitía por la relación con su cuñada, con su hermano, sus sobrinos, con las mujeres que rodearon su cama… el melodrama era perfecto. Además, el sentido del humor de Sampedro aportaba el contrapunto idóneo al drama. Nunca me atrajo el lado oscuro de esta historia.
-¿Tuvo a Spielberg presente?
-Constantemente. La gente por la que yo he pensado en términos de cine son Hitchcock, Kubrick y Spielberg, y Spielberg es el que más tiene que ver con las emociones. No es que me guste todo de él, a veces se pasa de vueltas, pero si hay alguien que sepa conectar con el subconsciente del espectador, apelar a sus emociones, es Spielberg. Mi película tiene mucho que ver con ET, pero también con Cinema Paradiso o con El hijo de la novia.
-Con el melodrama, la gran dificultad es no caer en el sentimentalismo…
-Sí, hay que trabajar en el límite, pero yo casi prefiero pasarme que quedarme corto. Si hago una película de emociones, la hago hasta el final. Siendo una película sobre la vida, la muerte, la eutanasia… temas tan «trascendentales», lo que quería era llevarlo todo a lo humano. Sampedro era una persona muy compleja, pero todo el mundo que le conoció insiste en su capacidad de seducir, su inteligencia, su serenidad… Todo ese lado humano del personaje es lo que conectaba conmigo, y lo que pensé que podía conectar con el espectador. No quería una película de grandes palabras, sino algo muy sencillo, luminoso… una celebración de la vida.
LA MUERTE LUMINOSA
-¿No resulta paradójico hacer una película con tanta luz, un canto a la vida, con la historia de una persona que, totalmente lúcida, decide matarse?
-Bueno, puede parecer contradictorio, pero su vida me sugería eso. Fue un hombre que llenó de luz las vidas de otras personas, y la suya propia. A Ramona, el personaje en el que se inspira Julia (Belén Rueda), le inyectó ganas de vivir, a pesar de que ella sufría una terrible enfermedad degenerativa. Él fue la razón de vivir para su cuñada, Manuela (Mabel Rivera), y para el personaje de Rosa (Lola Dueñas), para su abogada, que tuvo un hijo durante el proceso… Todo me conducía a la vida. La película apuesta por la aventura de la vida, en mayúsculas.
-Tratándose de hechos reales y tan delicados, ¿no se planteó realizar un documental?
-Lo que mejor sé hacer son películas de ficción. Me apasiona sumergir al espectador en una atmósfera creada e insinuar cosas, no mostrarlas. Un documental es básicamente mostrar la realidad. Yo no quería eso. Quería sacar de la realidad los elementos que me permitieran contar la historia que tenía en la cabeza. En ese sentido, fue un proceso muy natural.
-¿Cómo ha sido ese proceso?
-Conociendo la historia de Ramón Sampedro, empecé a escribir, pero enseguida me di cuenta de que necesitaba más información. Mateo Gil y yo investigamos a fondo su vida, que nos pareció apasionante. No sólo su relación con las mujeres, también con el mar, con la música que escuchaba, con la ventana desde la que miró el mundo, postrado en la cama, durante tantos años, y a través de la cual viajaba en sueños. Con esos elementos había una película. Y pensé: «Vamos a escribir la historia de Ramón porque se la merece. No nos vamos a ir a Hollywood a contar una historia parecida. Contaremos la de Ramón». Lógicamente, ha habido cambios al traspasar la historia a ficción, como la necesidad de concentrar varios personajes en uno para que la película avance dramáticamente.
UNA DECISIÓN PROPIA
-La neutralidad está reñida con la ficción. ¿Cuál es su postura moral en el caso de Ramón Sampedro?
-No he querido ser neutral. Eso es imposible. No sé qué hubiera hecho yo en el lugar de Ramón, si hubiera deseado la muerte o no, pero tengo claro que Ramón tenía derecho a pedir lo que pidió, que en el fondo no era más que reclamar la propiedad de su vida. Su vida no pertenecía a nadie más que a él, y sólo él podía tomar la decisión de suicidarse. Lo que yo no quería es que la película se convirtiera en un alegato en defensa del suicidio como respuesta a los problemas del mundo. Hay un montón de personas que quedan tetrapléjicas y luchan todos los días por salir adelante. No quería que la película fuera un insulto para ellos. Nuestra postura es la libertad. Nadie puede juzgar a nadie cuando decide sobre su propia vida. Son tan valientes los que luchan por superar su discapacidad como los que deciden no seguir viviendo en esas condiciones.
-En este sentido, Julia representa la otra cara de la moneda, el personaje que decide seguir adelante a pesar de todo. Su última escena es muy impactante, ¿es una toma de postura?
-Esa escena pasa por la necesidad de mostrar todos los caminos. Ella opta por seguir viviendo, aunque la degeneración de su cuerpo y su mente sea cada vez más insoportable, hasta el punto de no acordarse ni siquiera de Sampedro. Mi lectura es que su opción también es perfectamente válida. No queríamos en ningún momento que su situación pareciera patética. Juzgarla a ella sería tan absurdo como juzgar a Ramón Sampedro.
-¿Quería reabrir el debate sobre la eutanasia?
-No me hubiera metido en esta historia si no hubiera visto una altura moral en los personajes. La historia tenía suficientes elementos humanos y dramáticos como para que me interesara. Yo no me levanto un día y decido que quiero hacer una película sobre la eutanasia, sino una película sobre Ramón Sampedro, teniendo en cuenta que es alguien que con veinte años da la vuelta al mundo, tiene un accidente en el mar que le deja tetrapléjico y treinta años después se suicida. Lógicamente, la historia trae consigo el debate de la eutanasia, es inevitable. Pero Mateo y yo siempre intentamos poner los pies en la tierra, hablar de lo humano y no de lo divino, porque no lo conocemos. No quisimos insistir en la lucha legal o en el debate religioso, aunque ambos aspectos estén ahí. Nos interesaban las personas.
-Mar adentro retrata tres tipos de amor. ¿Cuál es el más genuino?
-El mayor amor que puede haber, el más puro, es el amor desinteresado. Creo que el verdadero amor lo siente Rosa (Lola Dueñas), que es quien finalmente ayuda a Ramón Sampedro a morir.
-¿Qué le llevó a incluir los fragmentos oníricos a lo largo de la película?
-Lo primero que hice al terminar Los otros, después de tres años de intenso trabajo, fue ir a la playa. Allí pensé que mi próxima película, fuera como fuera, tenía que acabar en el mar. Para Ramón Sampedro, el mar lo significaba todo, lo amaba profundamente. El mar era un elemento fundamental en esta historia, y además no deja de ser una metáfora de la muerte. Desde su ventana, Ramón veía una línea de mar al fondo y decía que eso le bastaba. Esta circunstancia me permitió entrar en sus ensoñaciones, porque decía que en sus sueños volaba. Me dio la posibilidad de volar a ras de suelo, algo muy cinematográfico que siempre he querido hacer. También me ayudó a salir de esa habitación, pues tenía miedo a que la película fuera demasiado claustrofóbica. Durante la escritura del guión, cada vez que percibíamos que llevábamos mucho tiempo en la habitación, buscábamos alguna manera de salir.
-A esta situación también se enfrentó en Los otros, ¿no?
-Efectivamente. Allí tenía a un montón de personas encerradas en una casa. Tenía que conseguir que la casa se percibiera como algo gigante. En Mar adentro me enfrentaba a un protagonista que está en la cama toda la película. Tenía que sacar al espectador del cuarto y evitar que la película fuera teatro filmado. Para ello me sirvo no sólo de las ensoñaciones, también de una serie de montajes de transición que explican el proceso legal, cuentan la vida de Ramón antes del accidente, las historias de Julia y de Rosa, etc.
ACTORES SIN IMPOSTURAS
-El guión ha requerido un gran esfuerzo por parte de los actores. ¿Cómo ha sido el trabajo con ellos?
-Con los actores ha habido un intento de quitar toda posible impostura. Quería poder cerrar los ojos y que lo que estuviera escuchando sonara a realidad, como si estuviesen en la habitación de al lado. Alcanzar este realismo ha sido una obsesión para todos, lo que no quita que el resto del tratamiento, la puesta en escena, la fotografía, la música, sea puro cine, artificio, espectáculo…
-¿Por qué pensó en Belén Rueda, que está magnífica, para un papel tan crucial como el de Julia?
-Es una actriz con la verdad por delante. Viéndola en televisión, en escenas anodinas incluso, me parecía una actriz con mucha verdad. Tenía ganas de ver una cara nueva en cine. El reto para ella y la pregunta para mí era si lograría un nivel dramático en escenas muy fuertes. Pero sabía que ella era incansable, y que podría repetir y repetir hasta darlo todo.
-¿Escribió el guión pensando en Javier Bardem?
-No. Cuando llegó el momento nos dimos cuenta de que él tenía todo su talento a favor, pero muchas cosas en contra para dar el personaje: su físico, su edad, su acento. Me daba miedo intervenir en el actor con un elemento tan artificial como el maquillaje. Pero el resultado es increíble.
-Cambiando de tema, ¿cómo cree que ha variado su concepto del cine desde que hizo Tesis?
-Creo que lo que ha cambiado en mí no es tanto el cineasta como la persona. Es algo en lo que me insistía mucho José Luis Cuerda cuando hacía Tesis. Me decía: «Haces muy bien cine pero tienes que aprender a ser persona». Eso lo impregna todo. Mi cine crece conmigo, y hay cosas que pierden su importancia y otras que la adquieren. Para mí el cine es un estilo de vida. En algunas cosas, como el lado del glamour, me ha decepcionado, pero también me ha dado cierta lucidez respecto a lo que realmente interesa.
-Y Hollywood, ¿le interesa?
-Pienso que el billete a Hollywood es un arma de doble filo. Siempre lo he mirado con recelo, pero ahora más que nunca. Puede ser una montaña rusa, pero también un verdadero infierno.
-Por último, ¿cuál es la razón de ser de una película?
-Sigo pensando que una película es un viaje, y lo pienso ahora más que nunca. Es un vehículo para comunicar cosas al espectador por la vía de las emociones. Estoy hablando de mi cine, por supuesto. Fundamentalmente, el cine es un medio de entretenimiento, que implica cultura, política, debate social… de hecho, si no hay nada detrás de lo que cuentas, todo se cae.
Tomado de El cultural.
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