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Un equipo internacional recorrió cuatro países para recrear el viaje de iniciación de quien se convertiría en el revolucionario más significativo de América Latina, el Che Guevara.
El 15 de octubre se estrena en Costa Rica el filme «Diarios de motocicleta», aplaudido en el Festival de Cannes.
La iniciativa de elaborar «Diarios de motocicleta» fue de Robert Redford, el famoso actor estadounidense empeñado en el cine independiente y apasionado por América Latina, justo cuando el gobierno de George Bush desviaba la atención hacia los enclaves petroleros del Medio Oriente. José Rivera, un puertorriqueño formado en el Sundance Institute (debido al filme «Butch Cassidy -Paul Newman- y el Sundance Kid» -Redford-) escribió el guión con la estructura de una película de carretera (road movie), para revelar los antecedentes del héroe.
Se basó tanto en «Notas de viaje» del propio Guevara -que éste pulió durante años- y en el libro «Con el Che por Sudamérica» de su acompañante, el bioquímico Alberto Granado, quien aún vive en Santiago de Cuba -donde fue a radicar invitado por el Che en 1960- y aparece en el filme en un hermoso final poético atemporal, como lo podría haber imaginado el filósofo Wittgenstein. Final al que se agregan algunas conmovedoras fotos originales.
REDESCUBRIR AL HOMBRE
El realizador Walter Salles se dio a conocer en el mundo (ya Brasil lo había distinguido) con «Estación Central» (con dos nominaciones al Óscar) sobre el recorrido de una anciana y un niño que labran su amor no convencional en medio de la pobreza y pese a la soledad. Luego confirmó su genio con «Detrás del sol» (León de Oro en Venecia), que adaptó de una tragedia original de Albania, donde el tiempo y la muerte son desafiados por el anhelo de libertad y el amor fraternal. Su gran prestigio le ha facilitado ayudar a otros como a Fernando Meiralles y su formidable «Ciudad de Dios». Sumó, además, talentos como el del conocido compositor Gustavo Santaolalla.
El objetivo de los autores fue redescubrir al hombre bajo la efigie, al muchacho que devino en guerrillero, especialmente para provocar a las personas jóvenes de hoy, tan lejanos a los ideales del Che. Y redescubrir, asimismo, esa extensa geografía hermosa y agreste, desde la Patagonia hasta Venezuela, de los Andes congelados a la selva que hierve, y donde aún campea la injusticia y sobrevive el rostro múltiple de nuestro pueblo mestizo, curtido por la miseria y la resistencia, porque la revolución aún está pendiente: «Levántate y mira la montaña de donde viene el viento, el sol y el agua…hoy es el tiempo que puede ser mañana» (Plegaria de un labrador, Víctor Jara).
En 1952 Ernesto Guevara de la Serna, estudiante de medicina pequeño burgués de 23 años, y Alberto Granado, su amigo bioquímico de 30, se lanzaron a recorrer el subcontinente con fervor aventurero, para cotejar los libros con la realidad. Una vieja y defectuosa moto Norton 500 de 1939 apodada La Poderosa -paradoja que suena a utopía- los llevó hasta Chile y luego, liquidada ésta, siguieron a punto de caminatas y aventones.
La película describe su camaradería y traza perfiles someros. Vale la naturalidad con que se hace, aunque no falta el lugar común y la amistad no se profundiza.
Lo más interesante es que muestra a un Guevara reticente a la mentira, decidido a la franqueza y dispuesto a la admiración. El mexicano Gael García Bernal, con nítido acento porteño, hace un Che simpático y juicioso, y confirma la destreza de Walter Salles en la dirección de actores. Gael, que visitó Costa Rica para el estreno de la sagaz «Y su mamá también», sedujo al público como el joven sacerdote acomodado en «El crimen del Padre Amaro» y pronto lo veremos en la esperada «La mala educación» de Almodóvar.
De su meteórica carrera subraya la empatía con este revolucionario consumido ahora por la cultura pop y su permanente feria de baratijas. Rodrigo de la Serna hace de Granado, un panzoncito mujeriego y pícaro, un alter ego cuya vocación para el engaño y el sexo fácil, el filme contrasta con la honradez y honestidad de Ernesto; e incluso sugiere la alternativa entre el amor de pareja que intenta Guevara y el amor justiciero de militante que consagró al Che en la historia.
Queda la duda de si el antecedente de este viaje no muestra a un Ernesto depurado para hacerlo coincidir con su más conocida trayectoria de adulto. Y vale que a diferencia de mucho cine Hollywoodense no es un agente externo excepcional lo que encamina al héroe, sino un hallazgo socrático, él se conoce a sí mismo, poco a poco, en ese encuentro, de a pie, con los otros.
UNA VIVENCIA PARA LA MEMORIA
Su relación con los mineros comunistas y la operación brutal de la Anaconda Mining Company en el desierto de Atacama, vistas con gran sobriedad, tienen una fuerza extraordinaria. ¿Cuántos de nosotros no hemos vivido esos instantes de lucidez cuando cuaja una idea y se forma un sentimiento que implica un punto de giro? Más adelante, sabremos de un gesto decisivo del Che que simboliza esa toma de conciencia.
Y en las alturas del Cuzco y Machu Picchu, maravillado por igual con la naturaleza y la cultura inca -y pese a un diálogo forzado- el Che se identifica con el destino de los marginados y con el sueño de la América bolivariana.
Luego vendrá el compromiso cotidiano con los leprosos de San Pablo en la Amazonía. El afán médico, la convivencia que significa construir y retozar juntos (incluida la mejenga de rigor), la actitud que se hace rebelión ante las diferencias y todo culmina en la hazaña del río que para el Che fue probarse a sí mismo y para los espectadores probarnos que siempre hay esperanza, porque, como decía el apóstol cubano José Martí «En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro hay siempre otros que tienen el decoro de muchos hombres.»
Cuán oportuno ahora en Costa Rica este filme que torna real el héroe de piedra y el rostro en la camiseta donde «todos los gatos son pardos», no en su grandilocuencia, sino en su sencillez ingenua pero indómita.
Abrumados en Costa Rica por la corrupción y el cinismo recién develados, porque no son nuevos, así como por la hipocresía de otros pillos aún impunes, este filme bello y moderado nos recuerda que no todo está perdido, y que siempre, más allá de los errores que luego también cometió, habrá seres humanos que verdaderamente sientan como Ernesto Che Guevara -esa «clara transparencia»- que «La cualidad más linda de un revolucionario es sentir como propia cualquier injusticia que suceda en cualquier parte del mundo».
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