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PAUL AUSTER: «Siempre hay política en mis libros»

En su nueva novela, La noche del oráculo, Paul Auster habla de las relaciones de pareja, del paso del tiempo y de la complicada relación de la literatura con la vida. De todo eso trata esta entrevista, y también del temor y el terror que le provoca el gobierno del presidente George W. Bush.

En su nueva novela, La noche del oráculo, Paul Auster habla de las relaciones de pareja, del paso del tiempo y de la complicada relación de la literatura con la vida. De todo eso trata esta entrevista, y también del temor y el terror que le provoca el gobierno del presidente George W. Bush.

Paul Auster regresa con La noche del oráculo (Anagrama), un libro sobre temas que no le son ajenos: las relaciones de pareja, el paso del tiempo, el deseo de ser otro y la complicada relación de la literatura con la vida. El relato está estructurado a la manera de las muñecas rusas. Sidney Orr, el protagonista, es un escritor que ha atravesado una gravísima enfermedad y mantiene una difícil relación de pareja. Orr escribe en un misterioso cuaderno azul una novela sobre un editor que cambia de vida radicalmente a partir de un contacto con la muerte. Y ese editor tiene en su mano un relato inédito de una escritora desaparecida. Los relatos se entrecruzan.


Entre tantos temas, ¿»La noche del oráculo» es sobre todo una historia de amor?



Es el tema más importante, pero la idea crucial es la del perdón. Saber si en el amor somos capaces de sobreponernos a nuestras vanidades y egoísmos y perdonarnos. Todos cometemos errores. Y hay quien no puede soportar esto.



¿Hay algún diálogo en este libro con la última novela de su mujer, Siri Hustvedt, «Todo cuanto amé»?



-No, y el personaje de Grace no es Siri. No se parece en nada. Grace es una diseñadora gráfica cuya comunicación con su marido es complicada y su vida está algo desestructurada. Siri es la persona más organizada que conozco, e increíblemente comunicativa. Y el método de trabajo de Sidney no se parece en nada al mío. El se sienta a escribir y tiene una idea que desarrolla hasta que choca con algo. Yo no hago eso. Necesito años y años para que una idea se transforme en un libro. No es autobiográfico.



-La tentación de ser otro vuelve a aparecer aquí. ¿Usted quiere ser otro o le basta con escribir novelas?



-Quién sabe, aunque es verdad que escribir me permite experimentar a través de muchos personajes que no son yo. En ese sentido, es verdad. Curiosamente, en este libro el personaje del editor, que cambia radicalmente, lo hace a partir de un hecho casual, de haber estado a punto de morir por el desprendimiento de una gárgola. Me inspiré en Flitcraft, un personaje de El halcón maltés de Dashiell Hammet que vive un hecho similar. Es un buen ejemplo de cómo escribo: conocí la anécdota hace 15 años y estuve a punto de hacer una película sobre ella con Wim Wenders, que no se hizo por falta de dinero. Y ahora la utilizo para esta novela.



-En su libro la literatura parece enfrentada a la vida. Uno de los personajes recuerda que «los pensamientos son reales, las palabras son reales». ¿Qué piensa usted?



-La literatura y la vida no necesariamente están enfrentadas, pero es una idea que viven los protagonistas del libro. Es cierto que creo que las palabras pueden tener consecuencias tremendas, que mueven a la gente a actuar o a suponer que las cosas deben ser de determinada manera. Ahí están los discursos políticos y las reacciones de la gente. Las palabras tienden a generar lo que sucede. Sobre el poder de la literatura en concreto, mi opinión cambia con frecuencia, pero en la novela hay un buen ejemplo. La trágica historia del autor francés que escribe un relato sobre un niño ahogado y dos meses más tarde su hija de cinco años muere ahogada durante las vacaciones, es totalmente real.



-Es paradójico que la literatura en su libro aparezca como premonición, y que sus personajes tengan la tentación de mirar al pasado, al caleidoscopio con fotos antiguas.



Este libro es sobre el tiempo. Contiene muchas referencias al pasado: las guerras mundiales, la revolución cultural, el holocausto…



¿Por qué?



-El escritor solamente tiene el cómo, no controla las fuerzas que vienen de zonas oscuras interiores.



-Su libro está lleno de referencias literarias. ¿Qué lee ahora?



-Cuando trabajo, sólo leo sobre ciencia, política… No quiero oír las voces de otros escritores dentro. Cuando no escribo, leo a gente como Don DeLillo, Ian McEwan, Peter Carey, Tabucchi, Coetzee, cuyo Esperando a los bárbaros es de lo mejor de estos últimos años.



-En su novela uno de los personajes dice que los gobiernos siempre necesitan enemigos, aun en la paz. ¿Hace referencia a EE.UU.?





-Es una verdad universal. Los gobiernos, particularmente los imperios, como EE.UU., necesitan enemigos para lograr cohesión.



-¿Cómo ve la campaña electoral en su país?



-Me obsesiona. Estoy más preocupado que nunca. La administración de Bush es la peor que hemos tenido nunca y espero que sea derrotada. Tanto aquí, en Nueva York, como en Madrid, sabemos lo que es el terror, pero Bush lo que hace es sólo empeorarlo.



-Pero aún así no habrá que esperar un libro político de Auster, ¿cierto?



-Siempre hay política en mis libros, aunque no explícitamente. Veo La música del azar como una parábola política sobre el poder. No escribiría nada obviamente político, pero la política subyace. Sin embargo, ahora estoy terminando una nueva novela de la que ya puedo adelantar el título, The Brooklyn Follies. Es un libro ligero que me rondaba por la cabeza hace años y necesitaba escribirlo ahora porque estaba comenzando a sentirme muy deprimido con EE.UU., Bush y la guerra. Como decía Billy Wilder, «cuando te sientes muy bien debes escribir una tragedia, y cuando te sientes muy mal, una comedia». Ahora trato de hacer mi comedia.

Tomado de La Vanguardia y Clarin

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