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A lo largo de la historia los atletas han logrado romper marcas porque la única manera de ganar es siendo mejor que los otros. Ante esta aseveración alguien podría preguntarse con asombro: ¿es posible ganar sin ser el mejor? Si un corredor tira de la camiseta del contrario, lo empuja o le pone un purgante en la comida, podría ganarle sin ser el mejor. Si eso fuese aceptado en el deporte, muchos medallistas de oro lo serían no por ser más veloces, sino por ser más mañosos. En esas circunstancias no se hubiesen roto marcas, sino que el atletismo hubiese degenerado hacia personas especializadas en impedir al contrario su victoria más que en mejorar sus propias destrezas.
Los males de la política radican en este punto. Para el bien de un país, en política debería ganar el mejor, quien tiene más visión y sabiduría, el más estudioso, el más honesto, el más coherente, el más prudente, el más respetuoso de las opiniones ajenas, el más amante de la Patria.
Pero en política muchas personas han ganado no superándose, sino obstaculizando al contrario. Muchos políticos aspiran a quedar más arriba que los otros, no intentando ser mejores sino bajando a sus rivales mediante cualquier medio. Para muchos sus únicas armas son la intriga y la descalificación de sus adversarios con mentiras y ataques ad hóminem.
Por ello la política de hoy y la de hace dos mil años no ha superado marcas ni ha desarrollado la capacidad de ser admirada como si lo ha hecho el atletismo o la natación. Reconozcámoslo, la política es aceptada por la sociedad como un mal necesario pero no como una fuente de inspiración como si se considera al deporte.
La política, tal y como la practican muchos es una contienda de tirones, empujones y golpes para ganar por sobre el otro, cueste lo que cueste y caiga quien caiga en el trayecto; nunca un esfuerzo de superación personal para llegar primero a través de los méritos y el mejoramiento propios. En los últimas semanas en Costa Rica, ante las contundentes denuncias sobre corrupción y sobre financiamiento de campañas de manera deshonesta y escondida, hemos visto con tristeza como los amigos de esas prácticas y aun algunos periodistas, tratan de impedir que un Partido sano como el PAC vuele. Lo hacen intentando manchar su nombre y el de algunos de sus miembros, por medio de acusaciones falsas, de generalizaciones injustas y de insinuaciones arteras.
¿Por qué no podemos hacer política basados en los principios olímpicos? ¿Por qué no poner a competir las mejores propuestas, en vez de desgarrar a los proponentes? ¿Por qué no basar la política en una ética «olímpica» de respeto y sana competencia?
¿Por qué no hacer propuestas para definir la ética y sus mejores prácticas en lugar de hacer mofa de las propuestas éticas de otros? ¿Por qué no proponer ideas para el desarrollo en lugar de tratar de destruir las propuestas de otros calificándolos de ignorantes o de interesados?
Soñemos con una política donde se ganen medallas a través de la confrontación limpia y respetuosa de las ideas, y no por medio de un dopaje alevoso de campaña sucia. Soñemos con una política donde los árbitros, es decir la ciudadanía, puedan escoger y decidir sobre las ideas y propuestas respecto, por ejemplo, el papel del Estado, la equidad de género, la ética en la función pública, el respeto a la diversidad, el compromiso con el medio ambiente, la descentralización, la disciplina fiscal, la despolitización, la recuperación del agro, la competitividad internacional, la productividad del Sector Público y que no encuentren distracciones ni manipulaciones en métodos amañados de competir.
Cuando una persona lucha para ser mejor en sus proyectos de vida contribuye de manera positiva a toda la comunidad, pero cuando se ponen los propósitos del triunfo por sobre la dignidad y el respeto de los otros, se inicia una carrera hacia el fondo que no beneficia a nadie.
Ojalá llegue a la política ese momento bello, similar al de las Olimpiadas cuando los y las jóvenes antes, durante y después de la competencia se respetan casi con solemnidad, pues se reconocen como personas dignas por su compromiso y su fuerza. Todo ello, a fin de cuentas, para engrandecer a la Patria y a la humanidad.
*Economista
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