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Los papeles de Balli

Hace pocas semanas, al escribir un artículo sobre los múltiples aportes del Dr. Alexander Skutch -fallecido este año- para un coloquio en la Escuela de Filosofía y resaltar su curiosa faceta de biólogo y filósofo, me fue imposible ignorar al Dr. Antonio Balli Pranzini, a quien dedicara el artículo «¡Adiós, buen don Antonio!» en estas mismas páginas cuando murió, en 1986.

Hace pocas semanas, al escribir un artículo sobre los múltiples aportes del Dr. Alexander Skutch -fallecido este año- para un coloquio en la Escuela de Filosofía y resaltar su curiosa faceta de biólogo y filósofo, me fue imposible ignorar al Dr. Antonio Balli Pranzini, a quien dedicara el artículo «¡Adiós, buen don Antonio!» en estas mismas páginas cuando murió, en 1986.

De lo poco que he podido recabar sobre su vida, sé que nació en Correggio, Italia (en 1907), que obtuvo el título de ingeniero agrónomo en Gembloux, Bélgica (en 1931), y que regresó a su patria para cursar el doctorado, también en Ciencias Agronómicas, en la Universidad de Milán. Asimismo, durante unos 20 años fue docente e investigador en las universidades de Modena, Parma y Perugia, ocupando incluso puestos administrativos prominentes, hasta que lo atrajo el imán de Costa Rica, adonde llegó reclutado para la célebre Reforma Universitaria de 1957, obra visionaria y colosal del notable académico y administrador Rodrigo Facio, entonces rector de la Universidad de Costa Rica.

Lo conocí cuando ingresé en la carrera de Biología, en 1972. Entonces ya no participaba en la cátedra de Zoología, de la cual fue titular durante muchos años, sino que dictaba el curso de Ideas biológicas, para estudiantes de filosofía y de otras carreras. No obstante, un día lo busqué en su oficina -atiborrada de papeles y documentos mimeografiados- para hacerle una consulta de carácter zoológico y, desde entonces, ese fue un lugar de reuniones frecuentes y discusiones cálidas y formativas, como las que saben inducir los maestros genuinos.

Siempre me daba sus nuevos artículos, que empezaba a escribir desde las cinco de la mañana, lo cual hacía «con la alegría y el orgullo con que un panadero nos ofrece su pan aromático, recién horneado», como escribí en el texto antes aludido. De vez en cuando teníamos la oportunidad de discutirlos aunque, a decir verdad, yo más bien me deleitaba escuchándolo, tales eran su sabiduría, mesura y mansedumbre, así como tan escasos mis argumentos de biólogo en ciernes.

Lamentablemente, nunca publicó libros con sus estimulantes ideas y, cuando mucho, una vez se atrevió a empastar un grupo de sus fascículos, con cierta visión de conjunto. Hoy, revisando mis archivos, me percato de que presté y extravié ese folleto, y que conservo apenas unos 50 artículos suyos. Calculo que debe haber escrito unos 150 artículos, los cuales quizás no estén tan desperdigados, si es que fueron debidamente conservados en la Biblioteca Carlos Monge Alfaro.

Valga esta oportunidad para proponer que se acometa la labor de rescatar y publicar su obra, recopilándola en un solo volumen. Quizás esto podría hacerlo alguno de los acuciosos profesores que trabajan en el campo de la filosofía de la ciencia, con la colaboración de sus estudiantes. Y, a partir de allí, sería más sencillo emprender la tarea -que sugerí en el citado coloquio- de realizar un estudio comparativo de los paralelismos y divergencias en los enfoques filosóficos de Balli y Skutch, biólogos insólitos y coetáneos -pero que compartieran poco entre sí, quizás por el aislamiento de Skutch en las montañas de Pérez Zeledón-, quienes supieron trascender su vocación y formación inicial para adentrarse en la comprensión de la naturaleza humana.

Esta sería una manera de saldar parte de la deuda que tenemos con este noble maestro y pensador -debemos aceptar que nunca fue debidamente valorado ni comprendido-, así como de legar a las futuras generaciones un rico y original acervo intelectual y moral del cual nutrirse.

  • Luko Hilje Q.
  • Opinión
Italy
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