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Costa Rica es un ejemplo para otros países en la lucha contra la corrupción.
Carlos Catania (derecha) y su hermano Alfredo actúan en la obra «Sibelius», aplaudida durante el Festival Internacional de las Artes
La escritura como camino para ahondar a partir de sí mismo en las claves que rigen el universo, en el cual el hombre parece extraviado desde siempre, es una de las búsquedas que más apasiona a Carlos Catania, escritor argentino que volvió la semana pasada a Costa Rica tras siete años de ausencia.
Catania, quien residió en este país durante 20 años, se reencontró con amigos entrañables.
El autor de Las Varonesas nació en Santa Fe en 1931; durante su estancia en Costa Rica entre 1964 y 1984 se convirtió en uno de los principales impulsores del teatro, el cine y la literatura nacional.
En esta primera parte de la entrevista, Catania habla sobre las posibilidades del teatro costarricense y la realidad política de América Latina.
En una segunda parte, el autor se refiere a «Sibelius», la obra que presentó en el Festival Internacional de las Artes y a sus proyectos literarios.
¿Cómo encontró el movimiento cultural costarricense?
-Veo que hay un movimiento sumamente interesante. Solo el hecho de que me hayan invitado a este festival habla a las claras de que todavía en Costa Rica se sostiene el criterio de que la cultura es una inversión. Veo mucha gente de teatro trabajando bien, aunque también otros hacen teatro comercial.
¿Cree que el teatro nacional puede volver a su época de oro, de la que usted participó activamente?
-Sí se puede alcanzar esa época de oro. Hay que crear una conciencia. A veces los jóvenes reciben dos o tres clases de teatro y ya quieren dirigir, actuar, escribir, y no, este es un proceso mucho más lento, que requiere una reflexión intelectual muy seria. A veces muchos actores se caracterizan porque no leen, ni tienen noción de las corrientes ideológicas de su época. Eso hace que el trabajo teatral resulte poco profundo. Sí se puede volver a aquella época de locos, en la que hacíamos una obra tras otra. Algunas duraban tres años en cartelera.
Lo que constata que a la población costarricense le gusta mucho el teatro…
-Hay un público extraordinario. Siempre lo hubo y lo sigue habiendo. Me parece fantástico que el Festival se realizara en la Estación de Ferrocarril al Pacífico, porque acerca el teatro a los barrios, a la gente que a lo mejor nunca lo ha visto. En el Pacífico he visto colas de gente. Eso habla muy bien de un proceso cultural que puede tener frutos más adelante.
¿En el ámbito personal, cómo fue ese reencuentro con amigos entrañables?
-Todavía estoy agotado de emociones, porque hacía siete años que no venía. Lo más curioso es que me encuentro gente en la calle que me dice: «¿qué hubo, don Carlos?», me saluda como si yo no me hubiera ido.
Antes de irse a mediados de los 80, hablaba solo de una distancia geográfica en relación con Costa Rica, ¿qué tan cierto ha sido esa afirmación?
-Costa Rica es como mi país. No solo mi patria adoptiva. Tengo dos países. Soy argentico. Tengo tres hijos costarricenses.
Decía en una entrevista hace 20 años, en el Café de las Cuatro, que escribía con odio, con un odio regenerativo. ¿Hoy con qué desafíos escribe?
-Escribo con lo mismo. Odio mucho, pero es un odio creador, no despectivo ni insultante. Odio lo que hacen con nosotros, lo que han hecho con el mundo. Odio en los animales en que nos han convertido. Cuando me tomo un café en Buenos Aires y veo a la gente que sale corriendo, que va con teléfonos, con audífonos, o hablando solos, tengo odio contra lo que nos han hecho. Eso sucede en una gran ciudad como Buenos Aires y ha de suceder también aquí. Acá hay una fiebre de autos. ¿Por qué ese ajetreo? Se olvidaron de vivir. ¿Cómo se nos ha formado? Esa es la civilización, que quiere decir cultura de ciudades. En el fondo soy un pesimista, es decir, un idealista frustrado. Quizá sea hasta utópico, pero creo que el arte es uno de los pocos elementos que tenemos para regenerarnos y volvernos a hacer hombres; ser otra cosa, porque estamos muy desfigurados.
¿Hay una posibilidad de regresión cuando el mundo es regido por una única potencia que desprecia el arte, la naturaleza y lo humano?
-Creo que América Latina debe cortar los lazos que la unen a un poder hegemónico, imperialista. Tenemos todo para ser nosotros mismos, con nuestras fuerzas y con nuestros recursos. Argentina es tal vez uno de los países más ricos del mundo, pero hay millones de pobres que se mueren de hambre. Esto lo explicás por la globalización, que debería llamarse estupidización masiva.
¿Por qué? Porque dependemos de parámetros que no conciernen con nuestro modo de pensar, con nuestros ideales, con nuestro fervor patriótico y con nuestro nacionalismo bien entendido.
Martí planteaba en el siglo XIX esa necesidad de que América Latina respondiera a sus raíces, pero ha costado mucho crear esa conciencia.
Ahora en Suramérica se da un movimiento muy interesante con Lula Da Silva, en Brasil; Néstor Kirchner, en Argentina, y Hugo Chávez, en Venezuela. ¿Es esta una real posibilidad de cambio?
-Esperemos que no los frenen de una manera violenta. Porque esto puede pasar. En Argentina hay una especie de respiro. Kirchner está haciendo cosas interesantes y luchando contra todo, no es fácil para él, pero hay fe, después de tantas represiones de los militares, después de todo lo que le hizo Menem a Argentina, ay, Dios mío. Por eso es un ejemplo el hecho de que Costa Rica tenga a dos expresidentes presos.
Ojalá todos nuestros expresidentes corruptos estuvieran presos, o los militares que mataron presos, pero no, andan ahí o están en sus casas en prisión privada, con piscina y de vacaciones.
¿Lo que ha sucedido en Costa Rica podría tener algún efecto en América Latina?
-¡Cómo no! Sí, sí, claro. En Argentina se dice. «vea cómo un país sí puede contra la corrupción». Cuando un pueblo dice no, como sucedió con el Combo del ICE, sí se puede. O sea, que la mayoría a veces tiene la razón, no como dice Ibsen, de que la mayoría nunca tiene la razón. Y cuando se pone firme el pueblo unido, consigue lo que quiere.
El escritor siempre es movido por una búsqueda perenne. ¿Cuál es la suya?
-Te va a parecer raro. Se escribe para meter en la cabeza del lector la visión que uno tiene del mundo; yo pensaba que se escribía para rastrearse en uno mismo, para averiguar quién es uno y qué hace en este mundo y qué se debería hacer.
El escritor, y esto es metafórico, casi siempre escribe sobre sí mismo. Uno busca aclararse y de ese modo aclara a los otros. Cuando uno echa luz sobre su corazón ilumina muchos corazones. Y cuando ilumina la mente ilumina muchas mentes. No se inventa nada, todo sale del corazón y de uno mismo. Creo que esta debe ser la misión de la literatura: ahondar, rastrear en uno mismo y si uno rastrea en uno mismo, está rastreando en el mundo, en el universo.
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