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Autoayudas del corazón

Lucí Etxebarria.

Lucí Etxebarria.
La sociología de la cultura ha ido definiendo el tipo de producto que corresponde a lo que Daniel Bell llamó sociedad posindustrial y Gilles Lipovesky la «era del vacío». Se trata de una personalización creciente de los referentes, que ahondan esa dimensión del flujo individualista, personal, propenso a convertir en consumo incluso las alternativas ofrecidas por los grupos contestatarios (las ecológicas, las feministas o cualesquiera otras), de forma que en el altar del mercado se inmolan los grandes problemas de nuestro tiempo, en sacrificios oficiados por sacerdotes pertenecientes a algunos de los discursos de la antigua resistencia.__Lucía Etxebarria juega en esta novela las bazas del discurso feminista sobre la mujer ofreciendo la maternidad y el amor verdadero como forma de restitución para una criatura, su personaje Eva (nombre fundacional del feminismo), que se había perdido por los derroteros de los sucedáneos malignos de la liberación femenina: el alcohol, las drogas, el sexo, y por cierto en el contexto de una entrega asimismo indisimulada al mercado literario como autora (me refiero al personaje) de un best seller titulado Enganchadas.__La paradoja es que esta novela, escrita por una escritora supuestamente comprometida, acabe pareciéndose mucho a la de Susanna Tamaro Donde el corazón te lleve. En la novela de la italiana se trataba de unas cartas intimistas dirigidas por la abuela a la nieta, joven estudiante, con un repaso sobre la verdad de la vida, y una impía liquidación del proyecto político feminista (representado por la madre, perdida en su modernidad contestataria).En la de Lucía Etxebarria el mecanismo formal es parecido: se trata en sus dos primeras partes de una carta-diario dirigida por la protagonista a la hija recién nacida, a la que ha puesto el nombre de Amanda, en recuerdo a la canción de Víctor Jara. En esas cartas se va haciendo un repaso a toda la vida anterior de la protagonista y de su familia, hasta que llega el momento de la liberación última: la de acudir, como en Tamaro, a donde el corazón te lleva, y dejarse de reclamos sobre liberaciones alternativas, revoluciones feministas o revoluciones sociales, en cuanto a formas de vida que sólo deparan soledad, fracaso y enfermedad. __Nos encontramos por tanto ante una novela moralista, lo cual es tan legítimo como los manuales de autoayuda a los que tanto se parece. Si acaso lo único incómodo es que moviéndose en un terreno abonado de tópicos sentimentales muy primarios, la novela pretenda asumir otro dispositivo, un lugar discursivo culto, con citas literarias interpuestas del tipo de la Bovary, Hamlet, Karenina, hasta de Ortega y Gasset o el paroxismo de citar el ensayo de Derrida sobre la carta. Pero ese bucle es también un fenómeno posmoderno: hacer coincidir en el mensaje la circularidad de los referentes que se igualan en el movimiento del círculo, da lo mismo Hamlet (dormir, tal vez soñar, pág. 67) que Tómbola (pág. 112); y, ¿por qué no?, la representación de las intimidades de Eva acaba confundiéndose con Gran Hermano (otro programa citado en la pág. 77).__La primera parte es la más endeble. En esa carta-diario a su hijita, bebé de pocos días, hay una confesión que contiene el presente e inmediato pasado de la protagonista, y aquí vierte todas los minuciosos pliegues tópicos sobre el embarazo, lo fea que una está, lo gorda que se siente, lo mal que iba todo con un mercado literario que todo lo convierte en comercio (sí, sí, eso dice la novela). Y aunque en la segunda parte y por momentos remonta algo el vuelo, la novela no deja nunca de estar al servicio de un psicologismo primario, muy de consultorio de psicólogo de clase media-baja. Y es ese discurso psicologista y esa hipertrofia de lo sentimental lo que ahoga este producto. Pero da resultados. Por ejemplo, el Planeta.

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