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En la calle Maloja, una de las calles más habaneras de La Habana, por la que cada mañana pasaban rebaños de vacas y en cuya cercanía librerías de viejo colmaban con libros de aventuras la voracidad de algún joven inquieto; nació en mil novecientos cuatro Alejo Carpentier.
La capital cubana era una «cuidad sin mujeres» por decreto dictatorial y costumbre castiza; en ella, entre travesuras, maldades de niño, pilas de libros, huracanes sobre el Caribe, cafetines fraternales, luchas Minoristas, Robert Desnos con su pasaporte falso y el agotamiento de las vanguardias europeas, transcurrieron los primeros años de formación de uno de los intelectuales más impresionantes de la historia Latinoamericana. Dejando atrás una Europa abatida por la decadencia y la desesperanza, al reencontrarse con lo propio, Carpentier asume la titánica responsabilidad de rehacer la historia de América. La labor de Adán es su nueva misión, y esta trae consigo la reapropiación y desmitificación de América, así como la reafirmación de la subjetividad criolla.
Con la misma emoción con que aprendió a nadar en el Mar Caribe a la edad de once años, estudió durante mucho tiempo todo lo que se podía estudiar de América, desde las cartas de Cristóbal Colón, pasando por el Inca Gracilazo, hasta los autores del siglo XVIII. El coraje y la curiosidad de un mareante o adelantado moderno, lo acompañaron al visitar la totalidad de las islas caribeñas: islas holandesas, islas inglesas, islas francesas, y más allá, el mundo latinoamericano que se abre en las Bocas del Dragón, en la desembocadura del Orinoco, allí donde el gran Almirante viera el agua dulce trabada con el agua salada desde los días de la Creación del Mundo: » la dulce empujaba a la otra porque no entrare, y la salada porque la otra no saliese». Tierras complejas, caóticas, extraordinarias, barrocas (cual animal que carga sobre su lomo la totalidad de las etapas de la vida y del paisaje humano), cuyas guerras, conquistas, dominaciones, constituyen el contexto que le permite a Alejo Carpentier formular la historia de América toda como una crónica de lo real maravilloso.
LA POÉTICA CARPENTERIANA
Lo real maravilloso americano no se circunscribe a lo bello sino, sobretodo, a lo insólito. Lo maravilloso carpenteriano, a diferencia de los surrealistas, es consustancial de una realidad histórica. Lo insólito no es azaroso, es cotidiano: «en América solo tenemos que alargar las manos para alcanzarlo». Lo maravilloso no se obtiene con trucos de prestidigitación reuniendo objetos que para nada suelen encontrarse; lo maravilloso no es una artimaña literaria ni un elogio de la locura o de la vida onírica, es una épica contextual cuya sensación presupone una fe. Implica más que una estética una episteme construida desde la relación dialéctica cultura-naturaleza, donde la naturaleza es indómita y el hombre es la medida de todas las cosas: «la medida del hombre es también la del ángel». Lo real maravilloso es una noción bisémica: por un lado se concibe como un modo de manifestación de la realidad y por otro como modo de asumirla y tratarla estéticamente.
Esta estética manifiesta una tensión dialéctica entre lo culto y lo popular, entre lo americano y lo europeo; que se traduce en lo diverso y abierto de la forma barroca. Para Carpentier la idea de barroco no es la de lo recargado y extravagante, sino la de lo expansivo y magnífico, como el andar de las mulatas caribeñas que caminan bailando.
La tensión que encuentra Bajtín entre el canon clásico y el anti-canon grotesco, es la misma que Carpentier encuentra entre lo culto y lo popular, lo de «Allá» y lo de «Aquí».
Esta relación permite diferenciar a lo real maravilloso americano del realismo mágico. En este último caso se asume la realidad del entorno como un universo cerrado en sí mismo (y de ahí la tendencia a crear esas «ínsulas» mágicas como Comala y Macondo), produciendo una apropiación mítica de la realidad, donde se borran las fronteras entre lo milagroso y lo ordinario. En la primera visión la comparación Acá -Allá (América-Europa) entendidas como polos antagónicos, le permite a Carpentier desenmascarar uno tras otro los mitos que sobre América han construido los Europeos. «Desde el diario de navegación de Colón -dice Leonardo Padura- sus cartas a los reyes católicos, y atravesando todos los siglos posteriores, la imagen creada sobre América en la conciencia europea, (y en la Norteamericana después), ha tenido fines utilitarios que no han dejado de mitificar a sus conveniencias ideológicas o económicas, la realidad americana en los más disímiles modos: desde el reino del gran Khan hasta la ciudad pérdida de los Cesares, desde la nueva Atlántida hasta la ciudad del sol de Campanella, desde la Utopía hasta las películas de Hollywood, desde Calibán hasta el buen, pero nada verosímil, pescador Santiago de Hemingway».
El realismo mágico reproduce la identificación impuesta desde la Europa Racional a la América exótica, de gentes prelógicas y pueblos premodernos; mientras que lo real maravilloso los confronta abriendo la posibilidad de construir una identidad latinoamericana desde la misma Latinoamérica.
Esta intención desmitificadora permite establecer peculiaridades históricas, sociales y geográficas desde una novelística que se propone explícitamente ofrecer una crónica de lo real maravilloso ajena de toda aquella pretensión europea de encontrar en América la materialización de viejos sueños malogrados en su mundo.
LO REAL MARAVILLOSO AMERICANO Y LA UTOPÍA
La reapropiación del pasado desde una perspectiva latinoamericana y no desde un modelo impuesto desde afuera, elimina la vieja visión de América como depositario de las utopías de otros, y abre la posibilidad política de proclamar el derecho inalienable de construir nuestra propia utopía sin temor a ser castigados por ello. Sólo desde está perspectiva es que Carpentier puede afirmar, al sonar el cobre impar de Louis Amstrong, abriendo el nuevo Concierto Barroco: «Todo futuro es fabuloso».
La metáfora de la trompeta de Amstrong, jugando con la imagen de las siete trompetas que abren el milenio y el éxito abrumador que tuvo la revolución cubana en sus inicios, lo hicieron afirmar, al cumplir setenta años en mil novecientos setenta y cuatro: «se han acabado los tiempos de la soledad y han empezado los de la solidaridad». Hoy, cuando la soledad y la desesperanza nos embargan, al celebrarse cien años de su nacimiento, rescatamos su apoyo y lucha por las causas de los oprimidos como impulso utópico y actitud de resistencia. Decía Cervantes que una de las cosas que más debe dar contento a un hombre es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa. De esta forma sigue andando por el mundo el nombre de Alejo Carpentier.
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