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No deja de sorprender la tibieza con que algunos círculos han acogido esta obra crítica de Mario Vargas Llosa sobre Los miserables, de Victor Hugo. Porque, aunque novelista considerable, y posiblemente por eso, Vargas Llosa es, seguramente, el crítico vivo más importante del mundo hispanohablante. Combina él, si las circunstancias así lo requieren -es decir, el texto-, los métodos más diversos: el inmanentista, el biográfico y el histórico, pero siempre con el objetivo preciso de esclarecer la obra y sobre la base de su consideración como res literaria. Esto último es esencial: el crítico respeta la naturaleza del objeto abordado, no lo instrumentaliza, da cuenta de su especificidad, sin incurrir en artificiales lecturas cerradas, ni derogarse en limitados análisis formalistas.__La tentación de lo imposible es otra muestra del arte cimero que posee como crítico el autor de La casa verde. Arte: sólo la intuición profunda, creadora, apoyada por vastos conocimientos de lector (y sin duda por textos críticos capitales), puede llegar tan lejos en la elucidación crítica. No basta la artesanía de la erudición o del discurso académico tout court.En La tentación se ha enfrentado con fortuna a uno de los textos míticos de la novela europea, Los miserables, que es obra desmesurada, anacrónica y genial. El autor de La casa verde da cumplida cuenta de la desmesura de esta novela de Hugo, que es la expresión de un titán; del porqué de su envejecimiento, producto como fue de un romanticismo ya superado; de su genialidad como fruto de un consumado artífice de la palabra y portentoso imaginativo. Vargas aborda la magna fábula comenzando por lo más pertinente, lo que se impone desde el principio en el ánimo del lector: la figura del narrador.__«El divino estenógrafo»__Un narrador, a quien denomina «el divino estenógrafo», porque no pasa de ser, según el mismo narrador afirma, un «mero copista de lo real», un taquígrafo. (El crítico repite la fórmula en su magnífico ensayo; si verdadera en el concepto, no nos parece, con todo, lo más feliz de un libro lleno de felicidad.) No copia, en efecto, el narrador lo real; es, por el contrario, omnisciente, omnipotente, exuberante; es muy visible (contra lo que haría Flaubert) y es ególatra. El narrador ha operado una radical transformación del sujeto existencial: miente, exagera, reinventa la historia, no se parece demasiado a su soporte vital; desde luego, bastante menos de lo que él da a entender. El narrador es siempre distinto de ese soporte, sostiene Vargas; en el caso de Hugo, su narrador es un elemento más del fabuloso discurso imaginario que es toda la novela.__Pero el falseamiento del narrador no es tal a efectos estéticos: la casi infinita capacidad mitográfica de Hugo y su magia verbal salvan todos los escollos. Así brotan las criaturas memorables: Jean Valjean, Gavroche, Javert, Fantine, Cosette, Marius… Vargas traza una sugerente tipología; el justo (Valjean), el santo (monseñor Bienvenu), el ángel (Gavroche), el fanático (Javert)…, y brinda sorpresas gratísimas, como «el orden de la casualidad», es decir, la sabia reiteración de las coincidencias que hace que la multiplicidad de los incidentes obedezca a una exigente coherencia interna. Más, las aventuras responden a un doble orden: el orden de lo real, de lo visible, y el orden del alma.__Y con esto abordamos una cuestión esencial: la condición religiosa de la novela. La crítica progresista ha reprochado a Hugo su desconocimiento de la realidad social; la crítica conservadora le ha echado en cara su deformación. El crítico pone en tela de juicio los presuntos móviles políticos y sociales del gran creador, salvada su consideración negativa de la ley y su rotunda aversión a la pena de muerte. Utilizando sobre todo el largo e inconcluso «Prefacio» que el autor pensó en anteponer a la novela, y manejando el texto siempre como referencia ineluctable, llega Vargas a la conclusión de que «El mundo tan prolíficamente descrito y explorado en la novela es apenas un decorado para el drama profundo que el narrador-Dios quiere contar: la redención del hombre, su irresistible y trágica marcha hacia el bien, el rescate de Satán por el Ser Divino». Las conspicuas experiencias ocultistas de Victor Hugo, sus apelaciones a lo divino, sus alusiones providencialistas a «la mano oculta», no eran, pues, gratuitas. La lectura es congruente con todo el discurso crítico: convertido en sustituto de Dios, el novelista demiurgo de su mundo, legítimo deicida -expresión grata al crítico-, se vale del mundo ficticio que ha creado para trazar una fabulosa parábola cósmica.
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