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Aunque su pasión es cultivar flores y mantener un prodigioso jardín, Inés García considera que le hace falta más dinero para vivir mejor.
Una tranquilidad les envuelve el carácter y las canas peinan los años. Su situación económica les da para vivir dignamente, pero se sienten «apretados» y no les alcanza el dinero para pasear.
Esta situación, que cada vez se propaga dentro de la gran clase media (la cual tiende a reducirse cada vez más( golpea la salud mental de quienes se hallan en la «edad dorada» y que aspiran a vivir sus últimos años con la mayor calidad de vida posible.
La queja es generalizada. «Tengo 15 años de retirado y comencé con una pensión de ¢60.000 mensuales. En todo ese lapso me aumentaron muy poco y ahora obtengo ¢111.000 con el último ajuste de diciembre pasado», dijo Humberto González, quien reside en Río Segundo de Alajuela.
Desde muy joven supo administrar bien su dinero y pudo hacerse de una amplia casa en ese lugar que le permite a él y a su familia vivir cómodamente.
Pero lo que en los años 70 y aún en los 80 era una vida holgada, cambió: los González sienten un «bajonazo» en sus ingresos mensuales.
«Me alcanza porque soy ahorrativo, además de que me ayudo con la reparación de electrodomésticos, ydesde joven aprendí electricidad por correo», dijo este hombre de 83 años quien, a pesar de una reciente operación de cadera, mantiene buena salud y un espíritu de lucha que lo lleva a trabajar en un pequeño taller de reparaciones ubicado en el patio.
Él laboró como agente vendedor en la desaparecida Industrias Garrido Llovera y en una empresa que vendía el Aceite Ámbar.
Su esposa desde hace casi 50 años, Guillermina González, de 84 años, se nota físicamente más preservada. «Es duro aceptar que el cuerpo no le responde a uno como cuando era joven. Aún soy valiente y hago de todo. Me mantengo activa, aunque pasear me cae excelente. Sólo mis hijas pueden complacerme de vez en cuando con algún paseo», enfatizó.
Doña Guillermina no recibe pensión, al igual que miles de mujeres que en el siglo pasado se mantuvieron como el sostén de sus familias, ocupadas con los hijos, la limpieza de sus hogares, y la crianza de animales. Ella se crió en una finca en Puntarenas- sin pensar en la necesidad de cotizar para un régimen de pensiones.
TRANQUILIDAD BAJO ENCIERRO
Sonriente, apacible, con una casa de dos plantas en la que se nota orden y limpieza, así como un jardín cultivado con sus propias manos, Inés García (78) es una viuda que vive de la pensión de su marido, pero perdió el pago que recibía del Estado por la muerte de su hijo médico.
Este hecho impactó sus ingresos mensuales, lo cual afectó también la posibilidad de «moverse más en la vida», de entretenerse sin despilfarrar, pero sí alimentando su salud mental.
Hace cinco años murió su marido, Ramiro González, por lo cual doña Inés recibe una pensión por viudez. Cuando él estaba vivo la pareja recibía una remuneración por la muerte de su hijo Álvaro, pero al fallecer don Ramiro solo pudo recibir un solo pago, lo cual es una de las situaciones más cuestionadas por el Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU).
La pensión de su cónyuge, quien trabajó para el Instituto Costarricense de Ferrocarriles (INCOFER) era en un principio de ¢85.000. Dicho monto se reajustó en ¢209.000 y con el último aumento el pago le quedó en ¢227.000.
Si bien la cifra puede parecer aceptable comparada con el promedio de ingreso de la población , ella asegura que es una suma «apretada» para el actual costo de la vida.
Así, debe limitarse en «los paseos, el mantenimiento de la casa -que necesita arreglos pero no los puede hacer- y ni qué pensar en ropa o artículos de uso personal».
Adicionalmente, doña Inés debe velar por su hermano Rolando de 54 años, aparte de pagar servicios domésticos que incluyen gastos en comida. A eso se agrega ¢40.000 mensuales en medicamentos especiales que debe consumir.
«De lo que fueron los años 70 a lo que es ahora se siente una gran diferencia en el nivel de vida. En ese entonces nuestra familia iba a Panamá a comprar frutas enlatadas, pero todo eso quedó en el olvido».
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