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Cuando José Paz tenía cinco años jugaba a policías y ladrones con pistolitas de agua y metralletas de mentiras. A los diez empezó a entretenerse con nintendos, computadoras, game boys y sus derivados; casi todos los juegos eran de peleas donde se obtenía la victoria matando al adversario con armas que disparaban láser y bolas de fuego.
A los 13 su papá le compró un rifle de balines con el que le disparaba a latas y alguno que otro animalillo. A los 16 se iba con sus «compas» del cole a jugar paint ball ; era como si estuvieran en una guerra, se herían sin piedad los unos a los otros. A los 19, después de que asaltaron al primo de uno de sus vecinos, compró una pistola 9 milímetros, para estar más seguro y que nadie pudiera hacerle daño.
La historia de José Paz se asemeja a la de una gran cantidad de jóvenes costarricenses, quienes crecen rodeados de pistolas, ya sean de plástico o virtuales, que luego se convierten en asesinas de acero y plomo.
Además evidencia la aceptación de esta sociedad hacia la tenencia de armas y las causas por las cuales Costa Rica, el país más «pacífico» de América, se ha encaminado en los últimos tiempos hacia una cultura de las armas.
Lo anterior abonado a un sentimiento de inseguridad y a una falta de credibilidad en el aparato policial, han hecho que las personas decidan encerrarse con candados y alambres de púas en sus propios hogares o comprar armas de fuego para supuestamente defenderse ante el ataque de algún antisocial. Tanto así, que en Tiquicia el número de armas subió de 44.000 registradas en el 2000 a 148.000 para el 2004.
El dato anterior es aún más preocupante si le se suma el estimado que existe de armas ilegales, el cual ronda los 97.000; es decir, que en Costa Rica habría casi 245.000 armas.
Cabe recordar que adquirir un arma no es nada difícil, solamente se necesita ser mayor de 18 años, hacer un examen de tiro y una prueba física. Cada persona puede tener un máximo de tres armas, mientras que existe venta libre de municiones de cualquier calibre. Además, el examen psicológico no es obligatorio. Por supuesto, también existe la opción de adquirirlas en el mercado negro, donde son más baratas y hay menos trabas.
CULTURA DE VIOLENCIA
Según la psicóloga especialista en violencia Mónica Vul Galperín, hay fenómenos en la sociedad producto de la subjetividad de la época en la que vivimos que generan actitudes agresivas. «Hay más violencia, más agresividad, más adicciones. Estas son conductas que se pueden llamar de riesgo y la tenencia de las armas es una de ellas».
Agregó que la realidad costarricense está caracterizada por un discurso capitalista, donde lo que importa no es ser, sino tener. «La sociedad promueve ideales y poseer un arma es tener un objeto que da poder e importancia. Aunque podría luego convertirse en un objeto mortal».
Por otra parte, la politóloga Anayancy Espinoza Quirós, Oficial de Progreso del Área de Paz y Seguridad Humana de la Fundación Arias para la Paz, considera que la parte de seguridad que le corresponde al gobierno local no se cumple efectivamente, lo que desarrolla un sentimiento de vulnerabilidad en la ciudadanía, el cual se resuelve mediante la tenencia de un arma de fuego.
Empero, las armas lejos de proteger, son las que generalmente ocasionan las muertes dentro del hogar, ya sea por accidente o por un conflicto familiar (ver cuadro), señaló Espinoza.
El MIEDO VENDE
«Encapuchados le robaron hasta los calzoncillos»
«De puñalada le rajan estómago»
«Amarran a empresario y lo matan a tubazos»
«Se topó rival en la cantina y lo mató»
Estos son tan solo algunos de los titulares publicados en algunos periódicos nacionales. Dichos medios utilizan las noticias de sucesos para vender ejemplares, ya que son efectivamente consumidos por la gran masa. El sensacionalismo de estas notas evoca al morbo y provoca una percepción distorsionada de la realidad.
Al existir tanta cobertura a las noticias de sucesos, crímenes, robos, violaciones, asesinatos, las personas tienden a pensar que la sociedad es más violenta de lo que realmente es, por lo que viven en una condición de miedo, inseguridad y paranoia.
«Los medios tienen un papel alarmista, amarillista, exacerbado. Llegan al lugar del crimen, muestran el cadáver, retoman los hechos y pasan las escenas de violencia repetidamente y todo eso tiene un efecto en el público. Contribuyen a construir una cultura del miedo, y eso tiene consecuencias severas. El miedo se contagia», aseveró Vul.
Prueba de lo anterior es la acción tomada por el Ministerio de Educación, la cual dictamina que se revisará estrictamente y sin excepción los bultos del estudiantado de las escuelas y colegios públicos. De esta manera los infantes y jóvenes son tratados como posibles delincuentes, enseñándoles a desconfiar los unos de los otros.
Sobre este punto la psicóloga manifestó que es necesario educar a la juventud, pero la revisión de bultos a la entrada de los colegios no es la solución.
Ese temor de la ciudadanía y la cobertura mediática es abarcado en el documental Bowling For Columbine (Matanza en Columbine) del estadounidense Michael Moore. En esta cinta ganadora del Oscar de 2002, se evidencia como la sensación de miedo, generada en gran parte por los medios informativos, trae como consecuencia una sensación de inseguridad, la cual desemboca en el uso de armas para «protección» personal.
Más recientemente el documental costarricense Doble Llave y Cadena (ganador de cuatro premios en la última Muestra de Cine y Video Costarricense, entre estos el Premio del Público), ofrece una radiografía del encarcelamiento en el que viven las familias.
Bajo la dirección de Hernán Jiménez, la película desnuda el miedo imperante en Costa Rica, lo que produce que las personas se resguarden en fortalezas de candados, alambres de púas, alarmas.
Jiménez considera que este miedo, producido tanto por los medios de comunicación como por la falta de credibilidad en la policía, desemboca en un ensimismamiento de la población, que tiende a apartarse y pone el individualismo por encima de la solidaridad.
De igual forma comentó que este encarcelamiento es una manera de seguridad pasiva, la cual podría convertirse en seguridad activa, en donde se utilizan armas para defenderse atacando a quienes amenacen la seguridad.
«Las rejas te protegen pero no lastiman, mientras que las armas son para enfrentar y dañar a quien intente meter a tu casa», agregó.
SOLIDADRIDAD COMUNAL
Al igual que Jiménez, Anayancy Espinoza considera que hay una ausencia de solidaridad entre los costarricenses, por la cual en la Fundación se impulsa el programa «Armas no, gracias, las armas destruyen»; en este se ofrecen trabajos locales en las comunidades y en centros educativos, para que la infancia pueda ser consciente desde sus hogares y aulas del daño que pueden causar las armas.
«Es necesario una educación abierta no excluyente, ayuda vecinal, solidaridad, tolerancia, romper el individualismo», destacó.
Del mismo modo Jiménez argumentó que es indiferente si las rejas sirven o no, lo importante es crear solidaridad entre las personas, valores comunitarios, confiar en los vecinos, rescatar la sociedad de esa sensación de desconfianza.
Por su parte Vul opinó que se deben crear comités de trabajo, de diálogo; trabajar en comunidades y darle la palabra a los profesionales y a los ciudadanos
Se buscan balas perdidas
Las personas adquieren armas con el fin de protegerse; sin embargo, estudios han comprobado que estas más que seguridad producen accidentes y muertes en los hogares.
Los siguientes datos obedecen a la realidad de América Central:
* El 57% de las víctimas de armas de fuego tienen menos de 30 años de edad.
* El 70 % de las muertes violentas- excluyendo los accidentes de tránsito- son ocasionadas por armas de fuego.
* Una de cada tres víctimas mortales de las armas de fuego, muere en su propio hogar.
* Cuatro personas menores de 18 años, resultan muertas por armas de fuego cada semana.
* 62 % de las mujeres que mueren por actos de violencia ,son víctimas de un disparo.
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