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Presentamos extractos de una entrevista con Mario Vargas Llosa, a raíz de la publicación de su obra más reciente, La tentación de lo imposible, ensayo sobre la vida de Victor Hugo y su novela Los Miserables.
Durante las últimas elecciones presidenciales en EE.UU., el escritor Jonathan Franzen dijo que lo mejor que podían los escritores era abstenerse de opinar sobre política; que a la gente no le interesaba su opinión. Usted siempre defendió la idea del intelectual comprometido.
Hay a quienes no les interesa participar en debates cívicos o políticos, y eso es respetable. Pero todos somos ciudadanos, y como tales debemos tener una responsabilidad moral. Creo que se ha dado un fenómeno muy interesante entre los intelectuales de las sociedades que se han ido democratizando. Nada politiza tanto a los intelectuales y a los artistas como la falta de libertad. En las sociedades autoritarias, los intelectuales generalmente han estado a la vanguardia de la resistencia contra las dictaduras. Esa situación politiza a artistas, a intelectuales y a la cultura en general. Cuando caen las dictaduras y se instala la democracia, hay una despolitización de la cultura, que nadie decide ni ordena, pero que es una consecuencia natural de un nuevo estado de cosas. Porque en una democracia la expresión del descontento, de la crítica, del debate, en todos los campos de la vida social, encuentra otras vías de expresión, y entonces muchos artistas e intelectuales van replegándose de las actividades cívicas y se concentran en su campo específico de creación. Eso a mí me parece que es un error, porque no es bueno que la democracia quede sólo en manos de una clase política. No digo que haya que ejercer una militancia política profesional, pero sí que haya algún tipo de compromiso cívico de los artistas e intelectuales. Una cultura que se desinteresa de los problemas del hombre común, a la corta o a la larga se irá destrozando.
Usted se caracteriza por ser un hombre de obsesiones y también de pasiones. Los dos últimos años concentró su energía en escribir un ensayo sobre Victor Hugo y su novela – Los Miserables- , que acaba de publicar. ¿En qué se diferencia la pasión que se pone en una obra de estas características, con la que se vuelca al escribir una ficción?
Bueno, es muy semejante, ¿eh? En un momento dado, una investigación deja de ser un fenómeno puramente racional y se vuelve también un fenómeno afectivo, sentimental; eso me ha pasado con Victor Hugo, que además es un personaje entrañable y fascinante. A mí me deslumbra cómo una persona que se pasó la vida escribiendo, que dejó una obra tan inmensa, al mismo tiempo vivió tanto. Porque Victor Hugo no es un hombre que se la pasara en una biblioteca. No: hizo todo, vivió su época hasta los tuétanos, y a la vez escribió muchísimo y toda su experiencia la volcó en la literatura. Por eso su obra, aunque muy desigual a veces, es una gran obra literaria, un testimonio extraordinario de su época. Y eso es algo que yo admiro muchísimo en un escritor. Y en Los Miserables él volcó prácticamente toda su experiencia vital.
Cuando avanzó sobre el personaje, ¿nunca tuvo la tentación de llevarlo a la ficción?
No, bueno… la vida de Victor Hugo es una ficción vivida. Hizo cosas tan diversas, fue tantas personas a la vez, que uno tiene la sensación de estar con un personaje de novela. Es una vida tan subordinada a la historia, a todo lo que es la vida pública, en la que él siempre tuvo un papel descollante no sólo como escritor sino como figura cívica, como una especie de conciencia moral a la que se consultaba y cuya opinión era escuchada en todos los ámbitos. En la figura del escritor encarnada por Victor Hugo la literatura parecía realmente la ciencia de las ciencias, con respuestas para todas las preguntas, todas las inquietudes, todos los interrogantes humanos. Claro que es un personaje que da para una novela, pero esa tentación no la tuve. Aunque sí, en un momento dado, la investigación sobre Los Miserables se convirtió para mí prácticamente en un trabajo de imaginación, de ficción.
En la introducción a – La tentación de lo imposible- usted defiende que los biógrafos -esos «voyeurs», los llama-, escarben en la intimidad de un personaje, porque así lo humanizan. Hace un par de meses se publicó en Estados Unidos una nueva biografía sobre Borges, escrita por Edwin Williamson, a la que se criticó justamente por apoyar su análisis de la obra de Borges en aspectos personales del escritor. ¿Qué opina de esto?
Williamson ha hecho un trabajo inmenso, gigantesco, y la obra es muy fascinante, pero digamos que esas interpretaciones que recurren a Freud y al psicoanálisis dejan tanto campo a la imaginación… Tienen una ventaja: no hay manera de verificar si sus análisis son científicos o un ejercicio de la imaginación, así que al final uno tiene que juzgarlos por su poder de persuasión internos. ¿Por qué nos convencen los psicoanálisis de Freud? ¿Porque son ciertos? No lo sé, pero son muy bellos, ¿no? Yo le tengo una inmensa admiración literaria a Freud, porque sus deducciones tienen una fuerza persuasiva admirable, ¡aunque científicamente me dejan muchas veces dubitativo! Una ciencia que no puede ser verificada creo que está mucho más cerca de la literatura que de la ciencia, y eso me pasa con Freud. De todas formas, creo que un biógrafo tiene todo el derecho a escarbar la intimidad, porque allí están muchas veces las fuentes de un creador. Una cosa muy distinta es la interpretación, que es algo que está librado a la competencia o incompetencia del crítico, a la metodología que utilice, a las disciplinas de que se valga, a las ideologías que quiera utilizar como perspectiva, y sobre eso hay un amplio campo para la controversia. El hecho fundamental, y esto lo digo después de haber escrito muchos libros y ensayos críticos, es que en última instancia no hay explicación para el género. Es eso que Dámaso Alonso llamaba «la humedad última» del poema: a la humedad última no llega ni un psicoanalista ni un lingüista. Ahí no se puede llegar a través de la razón, sino a través de la intuición, del contacto directo con la obra maestra. Por eso a uno siempre lo deja perplejo y estupefacto una obra maestra lograda, es algo que nos desconcierta. Borges, que es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo, es un escritor genial; y esa genialidad es una sombra que se nos escurre entre las manos. Pero no se puede entender cabalmente a Borges sin situarlo en su época, en su sociedad, en su momento, sin conocer lo que fue su experiencia vital.
Sus dos últimas novelas están basadas en personajes reales: – La fiesta del Chivo- en el dictador dominicano Leónidas Trujillo, y – El paraíso en la otra esquina- en Paul Gauguin y su abuela Flora Tristán. ¿Esto fue premeditado?
Reales hay que ponerlo entre comillas, porque están inspiradas en personajes reales, pero son más bien personajes literarios; le deben mucho más a la literatura que a la historia. Están hechos con palabras, están hechos con una dosis muy fuerte de fantasía, de imaginación, más que sobre el material histórico. Y probablemente lo añadido a ellos ha sido mucho más importante que lo tomado de la historia. Así que sí, están basados en personajes reales, pero el proceso de elaboración de la historia ha sido el mismo que cuando invento… Nunca invento todo, siempre hay partes que surgen de experiencias, de recuerdos, de imágenes. Luego, los temas se le imponen a uno, ¿verdad? En realidad son temas que están dando vueltas allí, y sólo cuando estoy terminando un libro y empiezo a sentir la angustia, tú sabes, el vacío de: «bueno, voy a terminar este libro…»
«¿Y ahora qué?»
«¿Y ahora qué?». Ese vacío a mí no me gusta nada, es una sensación que detesto. Por eso, cuando termino un libro, procuro inmediatamente comenzar otro.
O sea que ya está metido de cabeza en su próximo libro.
¡Claro!, ya tengo el título, si no se me ocurre cambiarlo más adelante: se llamará Travesuras de la niña mala y es una novela de amor. Es la primera vez que me meto con una historia de amor, o sea que es un desafío bastante difícil. Sobre todo en esta época, en la que todo parece estar ya dicho y contado en lo que se refiere al amor, ¿no? Pero será una historia romántica, con el romanticismo propio de nuestro tiempo. Por otra parte, será una novela que está situada en distintas ciudades y en distintas épocas; y sólo es autobiográfica en cuanto a que yo viví en esas ciudades en las épocas en que ocurren estas historias. Son historias completamente inventadas, y al mismo tiempo que son historias autónomas, son capítulos de una historia que las engloba a todas.
Ultimamente hizo unas declaraciones algo apocalípticas con respecto al género de la novela: dijo que así como la conocemos, no sobrevivirá al siglo XXI.
Espero equivocarme con eso de que la novela está en peligro, y que sea una profecía totalmente errada. Creo que se empobrecería mucho la vida sin novelas. Pero nosotros hemos vivido en nuestra época fenómenos tan extraordinarios, que nada se puede excluir. Todo puede ocurrir, eso está demostrado. Hoy en día está de moda un tipo de novela ligera, light. Novelas como Los Miserables, como el Ulises de Joyce, La montaña mágica de Thomas Mann, o como Rayuela o Adán Buenosayres en la Argentina, donde hay casi una vida detrás volcada, eso no está de moda. Los escritores hoy están impacientes, escriben rápido, quieren tener éxito cuanto antes. Y el público tampoco está dispuesto a hacer el esfuerzo de una lectura sostenida. Entonces lo que está de moda es la novela light, ésa es la realidad. Hay algunas excepciones: ciertas novelas light son magníficas, brillantes, pero la tendencia es un poco preocupante.
¿Y qué pasa cuando este tipo de novelas, cuyo caso más visible últimamente es quizá – El código da Vinci- , hacen que la gente se acerque a los libros?
Eso muy bueno, eso está muy bien. Es preferible que la gente lea, aunque sea literatura de muy escasa calidad. Ahora, hay un tipo de literatura que en lugar de crear lectores para la buena literatura, los vacuna contra la buena literatura. Si El Código da Vinci al final a ti te produce un extraordinario placer y lo que buscas son obras que sean equivalentes, entonces tú nunca vas a poder leer el Ulises de Joyce, nunca vas a leer a Proust, ni vas a gozar con Borges. Yo creo que esas otras lecturas en cierta forma te vacunan, así como las telenovelas te pueden cancelar completamente la sensibilidad para gozar de un tipo de teatro de gran refinamiento, por ejemplo. Porque esas obras, algunas muy bien hechas, que te capturan la atención muy rápidamente, son obras descomplicadas, que no ponen en ejercicio tu inteligencia ni tu capacidad de raciocinio, que no te plantean dudas o problemas. Son una agradable ensoñación, casi como tomarse un tranquilizante: te descansan, te sedan un poco, pero eso crea lectores pasivos, lectores que son los espectadores de telenovelas. ¿Qué inconveniente tiene eso?: que rápidamente puedes llegar a descubrir que si eso es lo que te interesa, entonces ¿para qué leer? Hay un cine, una TV que te da eso mismo. La buena literatura necesita lectores que sean activos, que estén dispuestos a enfrentarse a la complicación, que trabajen codo a codo con el autor, con su imaginación, con sus conocimientos, para poder disfrutar cabalmente la obra. Cosas como El Código da Vinci están totalmente reñidas con eso, es una literatura de otra naturaleza.
Cada año se editan más y más títulos, ¿no se corre el peligro de perderse algo bueno en medio de esa avalancha?
Sí, ese peligro existe. Y lo más grave es que al mismo tiempo se ha empobrecido tremendamente una crítica que discrimine y oriente al lector. En los años 60 había en América latina una crítica que era notable; los mejores escritores hacían crítica literaria: Emir Rodríguez Monegal, Angel Rama, Juan Carlos Onetti… era un placer leer esas críticas inteligentes, lúcidas, instructivas, bien escritas. Eso hoy en día se ha reducido a su mínima expresión. La crítica en España y América latina, con algunas excepciones, ha pasado a ser muy rudimentaria, y eso tiene a los lectores totalmente desorientados. La consecuencia es que se producen confusiones extraordinarias. Como por ejemplo, que El Código da Vinci aparezca como una obra maestra de la literatura.
Tomado de Clarín.
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