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Ya sea en un restaurante o en la privacidad de la casa, no es extraño escuchar que, ante una situación de atragantamiento u ahogo de algún comensal, alguno de los presentes acude a San Blas para que ‘ayude’ a la recuperación de la persona afectada.
Los católicos han buscado la intercesión de la Virgen y de santos y santas, ante Cristo, para diversos males y situaciones como las enfermedades, identificadas en ciertas épocas con el pecado, el mal, los demonios y percibidas como un castigo, por lo que la ayuda celestial ha sido considerada muy importante en esos casos.
A pesar de que todo santo es percibido por el pueblo como un médico, sus fieles se acostumbran a atribuirle el don de aliviar con preferencia tal o cual enfermedad. Así, con el tiempo, los santos se fueron identificando con distintas curaciones, por lo que es necesario dirigirse a uno para los males de ojo, a otro para los males del vientre y sucesivamente.
Así lo expone la historiadora Carmela Velázquez Bonilla, en su investigación «El sentimiento religioso y sus prácticas en la Diócesis de Nicaragua y Costa Rica, siglos XVII y XVIII», presentada para obtener el grado de Doctora en Historia, de la Universidad de Costa Rica.
DE LA SALUD
Los santos de la salud, es precisamente uno de los temas tratados por Velázquez en su investigación, centrándose en las devociones, en los siglos XVII y XVIII, a Santa Ana, San Blas, San Sebastián y San Benito.
En la solicitud de ayuda a estos santos, junto a las plegarias, estuvieron también las reliquias, los ayunos, el agua bendita, las penitencias y las promesas por cumplir si el favor solicitado era concedido.
El estudio indica que para pagar estas promesas, muchas veces las personas llevaban exvotos a los santos, o sea, si lo curado era, por ejemplo, una pierna, se entregaba una en pequeño, confeccionada en algún metal.
Los exvotos también podían ser pintados en las paredes o en pequeños cuadros que se colocaban cerca de la imagen del santo intercesor. El objetivo de esto era dejar patente el agradecimiento y que los demás conocieran los favores concedidos.
Velázquez recuerda que existía y existe la idea de tocar las imágenes del santo al que se le pide ayuda. «Así los fieles han repetido una costumbre muy antigua: el contacto de dos cuerpos, efectuado de alguna manera sobre todo por intermedio de las manos, que siempre han parecido el medio más eficaz de para transmitir fuerzas invisibles de persona a persona».
DEVOCIONES
La investigación expone que a Santa Ana se le conoce como la abogada de las madres de familia, de las embarazadas y las mujeres estériles, quienes se identifican con la santa que no pudo tener hijos por mucho tiempo.
La devoción de esta santa fue menor en Costa Rica que en Nicaragua. Se fundó una iglesia que estuvo ubicada en la «nación» de los térrabas, en Salamanca, y se le puso su nombre a una de las regiones del Valle Central, mientras que habitantes de Cartago declararon tener imágenes de esta santa en bulto y en estampa.
Además, en Cartago, se le celebraba una sesión solemne en su honor, como agradecimiento por su intercesión ante el mal de la rabia.
San Benito de Palermo, conocido como el santo negro, es considerado como «patrón de los esclavos y auxilia a quien acude a él en busca de ayuda por problemas de la salud y cuando hay serias necesidades de comida».
La investigadora indica que en Costa Rica San Benito está presente en la ciudad de Cartago y su imagen se encuentra en la Basílica de la Virgen de los Ángeles. Su celebración se realiza en agosto y para esa festividad se viste al santo con gorro de panadero y se reparte pan en la celebración de la eucaristía.
San Blas es otro de los santos a los que se recurrió por problemas de salud, tanto por las anginas como por los atascos en la garganta.
De los testimonios que dan fe de los milagros de San Blas, surgen expresiones como «San Blas, San Blas, si te lo llevás me lo pagás» o «San Blas San Blas, no me lo ahogués porque no hay más».
Como a los santos anteriores, a San Sebastián se le requiere en momentos de enfermedad, pero sobre todo, «se considera el patrono ante las pestes que tanto acecharon la población en la época colonial».
PARA LA MUERTE…
Como parte del trabajo, la historiadora analiza también las devociones especiales para la muerte, como la de las Benditas ánimas del purgatorio y la de Nuestra Señora del Carmen.
«Con el fin de tener una buena muerte y que los intercesores cumplieran su trabajo, el cristiano requería de una preparación especial que incluía una serie de pasos. Una de las primeras recomendaciones hechas por la Iglesia era no morir ab intestato», o sea, sin testar.
El testamento cumplía en los siglos XVII y XVIII el papel de confesión final; el testador dejaba arreglado sus asuntos espirituales y terrenales.
Asimismo, indicaba «la clase de funeral que deseaba, el número de sacerdotes, el doble de las campanas, la luz de las velas, la misa cantada o rezada del día del funeral y las que se solicitaban para los días sucesivos».
La investigadora señala que la devoción a las ánimas del purgatorio es diferente a las analizadas, ya que no hay representaciones en imágenes, láminas o medallas. Fue promovida por la Corona, por medio de una real cédula emitida en 1682, en la que señaló «la necesidad que tienen las santas Almas del Purgatorio de los sufragios y oraciones de todos los cristianos».
Relacionada con la anterior esta la devoción a la Virgen del Carmen a quien se le atribuye el poder de liberar del purgatorio a los devotos que usaron su escapulario (dos pedazos de tela bendita para llevar usualmente en el cuello).
La presencia de la devoción a San José se practicó también en la Diócesis de Nicaragua y Costa Rica. Los testadores de Cartago, Nicoya, Barva y Heredia en sus declaraciones testamentarias incluyeron imágenes de bulto, estampas y láminas de bronce de San José.
Como parte de sus conclusiones, Velazquez afirma que «la devoción a San José, se convirtió en el siglo XVIII en una de las más fuertes, como ayuda para obtener una buena muerte, ya que murió en la mejor compañía: entre Jesús y María. Pero también es importante rescatar que su devoción fue paralela a la de María y conforme esta se iba difundiendo, así también crecía la San José».
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