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María Clara Vargas destaca que la evolución de la música es multidireccional
«La música, como cualquier expresión social, siempre es producto de lo que suceda en la sociedad, » dijo Vargas.
«Debemos reconocer que la música es plural,» afirmó la Directora de la Escuela de Artes Musicales, María Clara Vargas Cullell, ganadora del Premio Aquileo J. Echeverría en la rama de Historia.
Vargas recibió ese reconocimiento por un trabajo en el que repasa el desarrollo musical costarricense durante los siglos XIX y XX, titulado «De las fanfarrias a las salas de concierto: Música en Costa Rica (1840-1940)», producto de siete años de investigación mientras cursaba la Maestría en Historia de la UCR.
De seguido un resumen de la conversación que mantuvo UNIVERSIDAD con la especialista.
Dentro del periodo del que se ocupa la investigación, ¿se puede decir que el desarrollo musical del país fue el proyecto de una élite?
-Hay partes en que sí, pero hay elementos que no son elitistas. Por ejemplo, el Estado se interesa en las bandas y éstas eran escuchadas por todo el mundo durante los recreos y retretas, muy distinto a las veladas en el Teatro Nacional, dirigidas a un público más selecto.
Hay un momento en el siglo XIX cuando la oferta musical se basó en las bandas militares, ¿se puede interpretar eso como una vocación militarista del Estado de esa época?
-No, en esa época el aparato militar empieza a tener un declive en su importancia. Sin embargo, era una de las instituciones mejor organizadas de Costa Rica y por ello asumió la música, pues esta sirvió al Estado para reforzar ciertos valores. Además, la música cumplió un papel importante al atraer a la gente a las ceremonias públicas y actos patrióticos que se consolidan en esa fase.
¿Qué papel jugó la música en el proceso de formación de la identidad nacional?
-Fue muy importante al ser parte del ceremonial, como uno de los aspectos que les dio brillo. No es lo mismo asistir a una ceremonia con una banda que toca, apoteósica, con instrumentos muy lindos y uniformes especiales. En todas las culturas la música ha sido un elemento clave para convocar a la gente a ciertas actividades, así que el Estado la aprovechó para atraer al pueblo.
Por otro lado, además de las bandas están los himnos que se empiezan a crear para apoyar esas actividades, como el Himno Nacional. Una manera de que la gente se los aprendiera fue establecer la materia en las escuelas, así la música se incluyó en los programas de estudio.
¿Hasta qué punto se puede decir que el Estado utilizó la música con un medio de propaganda política?
-En el caso de los himnos es muy claro a la hora de incluir la asignatura en las escuelas y de establecer inspectores que velaran porque se cantaran bien. Otros casos, como las bandas, son muy ambiguos.
El Estado utilizó la música para apoyar su proyecto, sin embargo, a pesar de reconocer ese valor, no dio el apoyo necesario como para que alcanzaran un alto nivel musical. Las agrupaciones tuvieron muchos problemas, mientras se favoreció la música de bandas y el aprendizaje de los himnos, la música popular y clásica no conocieron ningún estímulo y no hubo interés estatal en la música tradicional y popular. Se dio un doble discurso en el que se hablaba de la importancia de la música, pero sólo hubo interés en aquello que servía al ceremonial patriótico.
En el libro destaca cómo había ciertos géneros musicales considerados deseables y otros que más bien se despreciaban, como el jazz, incluso llamado «música de negros» en la época. Es llamativa la transposición del pensamiento religioso a la música, al decir que algo es sublime y lo otro aborrecible. ¿Se ha mantenido ese pensamiento hasta ahora?
-En el campo oficial sí se ha mantenido. En los discursos ese pensamiento se ha eliminado, pero lo cierto es que lo que se apoya mayoritariamente son las instituciones como la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), pero las de cámara o de música tradicional no reciben apoyo, el cual no tiene que ser en la forma de dinero, sino en proveer espacios para que puedan tocar.
En este momento los grupos de cámara, que son muchos y muy buenos, no tienen espacio pues todo está centralizado en San José. Así que ese pensamiento ha perdurado, sólo que no tan intenso como en esa época y por supuesto que ahora no se habla tan despectivamente de otros géneros. Permanece la filosofía de «la buena música», la clásica, una frontera que los músicos quisiéramos desdibujar. Las instituciones aún se adscriben a un pensamiento decimonónico.
Al inicio del libro se delimita la investigación y se señala la música afrocaribeña e indígena como fuentes que no han sido escuchadas, ¿por qué no lo han sido y qué tan escuchadas son hoy?
-La música indígena requiere otro tipo de investigación, pues de la antigua no tenemos referencia y tendría que investigarse la actual, lo cual requeriría una metodología muy diferente. En este trabajo se excluye porque no encontré información; desgraciadamente la indígena está ausente en las fuentes de la época, como igualmente lo está la afrocaribeña.
Esta última ha tenido más visibilidad, hay grupos muy buenos, como Cantoamérica, que han recopilado información como la de Walter Ferguson y la han integrado a su repertorio. Sigue muy ausente la indígena, es una tarea pendiente en la investigación musical, que requiere una preparación muy peculiar.
En un momento se planteó la necesidad de tener una música nacional y entonces la mirada oficial giró hacia Guanacaste, en un proyecto postizo de una élite ¿Hasta qué punto esa identificación ha sido impuesta?
-A finales de la década de los años 20 sí fue un proceso muy postizo, planeado y forzado, que al menos sirvió para recoger ese repertorio. Ahora ya no tiene sentido y creo que por dicha nadie tiene ese plan de tener una música nacional, porque hay tantos actores que sería imposible señalar una sola corriente.
Debemos reconocer que la música es plural, hay muchas músicas, todas son importantes y en todas habrá o no calidad.
¿Se tiene esa actitud desde la oficialidad?
-Volvemos a lo mismo. En los discursos sí se maneja una ampliación de mentalidad, sin embargo se apoyan más las agrupaciones grandes de música clásica. Las mismas bandas nacionales, las escuelas municipales de música, o los grupos tradicionales, por ejemplo, no reciben tanta ayuda. Hay un doble discurso en ese sentido.
Las escuelas universitarias dieron un paso importante al reconocer la importancia de las otras corrientes e integrarlas a nuestros planes de estudio.
¿Cómo evalúa el desarrollo de la música nacional desde 1940?
-Mi proyecto es tener completo el panorama del estudio del desarrollo de la música nacional. Me limitaría a la clásica pues es la que conozco, cuyo panorama es muy llamativo y el nivel al que están llegando los músicos es muy bueno.
Me satisface que formamos gente de muy buen nivel, pero es preocupante que esos estudiantes no encuentran trabajo. La OSN es una sola y las bandas nacionales están casi saturadas; así, Costa Rica hace una inversión que es muy cara y que finalmente es cosechada por otros países. En este campo los procesos son muy largos, la formación de un músico no es ir cuatro o seis años a la universidad, puede tomar 20 años.
Nuestros graduados sacan doctorados en universidades europeas o norteamericanas y se quedan allá, pues al regresar no encuentran opciones de trabajo estable.
¿Es necesaria una mayor sensibilización del público para que el mercado de la música sea más amplio?
-No, creo que el mercado es grande. El problema es que las orquestas y bandas no sobreviven si no tienen un apoyo estatal o de alguna empresa, pues son muy caras de organizar.
En los medios de comunicación la música se trata como entretenimiento; por ejemplo, lo que se promueve no es lo que pueda componer un Eddie Mora, sino la canción de Tapón. ¿Cómo evalúa esto, hacia dónde vamos?
-En el campo de la música de entretenimiento también puede haber calidad, así como la puede haber mala. Creo que aquí el nivel también ha subido, pues hay muchachos con formación clásica que terminan en ese otro campo y hace que el nivel mejore. Es un fenómeno mundial; por ejemplo, el grupo Queen tenía formación de conservatorio.
Lo ideal es que todos los músicos tengan una formación técnica, sin importar el tipo de música que hagan. El repertorio es un problema aparte.
Hemos hablado de la música como instrumento propagandístico, como entretenimiento y de la transposición del pensamiento religioso a ella, ¿hacia dónde debe ir la música en particular y el arte en general?
-La música, como cualquier expresión social, siempre es producto de lo que suceda en la sociedad y se ve afectada por los problemas económicos y políticos. Con el libro quise decir que la música no es aséptica, está inserta en un medio que tiene miles de variables que la afectan. Va hacia donde vaya la sociedad.
¿Es el arte patrimonio de una élite?
-Yo creo lo contrario. El arte no es de todos porque no han tenido oportunidad de entenderlo. Lo ideal sería que todos pudieran conocer el arte y decidir qué les gusta, el problema es que la gente se decide por una música porque es lo que recibe de los medios de comunicación. Lo que los músicos quisiéramos es que las personas no dejen de asistir a conciertos por una pereza generada porque no los entienden. Todo empieza con las clases de música en los colegios, cómo se imparten, si se les enseña a amar la música o como un curso más. También si quienes manejan los medios de comunicación tuvieran una formación más completa que incluya los colores, timbres, texturas y otros elementos con los que se puede analizar la música.
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