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El reconocido intelectual cubano, responsable de la restauración de La Habana Vieja, visitó nuestro país y conversó con UNIVERSIDAD.
Eusebio Leal: «En este campo del patrimonio cultural, mientras se es más conservador, se es más revolucionario».
El historiador cubano Eusebio Leal Spengler impartió dos conferencias en Costa Rica sobre la restauración permanente del casco histórico de La Habana y sobre el tema de la identidad nacional.
El centro histórico de dicha ciudad fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982, un año después de que Leal Spengler iniciara el trabajo de rescate del sitio.
Leal nació en 1942 y fue autodidacta desde su juventud, en 1974 entró a la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana para cursar la Licenciatura en Historia, la cual concluyó en 1979. Es Doctor en Ciencias Históricas y tiene maestrías en Ciencias Arqueológicas e Historia Comparada de América Latina. Además, ha recibido doctorados honoris causa de universidades de Grecia, Uruguay, Italia y la de La Habana.
¿Cómo era La Habana en la que creció?
-Muy complicada, un gran espejo de una sociedad desbalanceada, donde la pobreza del campo no guardaba ninguna relación con el esplendor urbano, donde se marcaban muy bien las diferencias de clase, habían enormes barrios de prostitución, alimentados por el turismo norteamericano de esa época. Era el tiempo de la gran decadencia republicana, la dictadura de Batista, la caída de los gobiernos democráticos.
Éramos una generación desfavorecida, en medio de una sociedad que se derrumbaba por la revolución, en 1959, que fue la que abrió las inmensas posibilidades para el estudio y la superación personal. A partir de ahí se me abrieron las puertas de trabajo, se organizaron miles de empleos y se acortaron las diferencias entre la ciudad y el campo.
¿Su primer trabajo con el régimen revolucionario fue en el proceso de alfabetización?
-Luego de 1959 empezamos a ver jóvenes de ambos sexos que llegaban del campo a la ciudad para estudiar, y nosotros íbamos al campo a alfabetizar, entonces yo tenía 16 años. Fui parte de los 100 mil jóvenes que con sólo saber leer y escribir alfabetizamos a un millón de personas. Cuando regresamos, ir a estudiar para alcanzar una meta mayor era una exigencia social. Allí empezó todo para mí, ávidas lecturas, trabajo y finalmente exámenes para convalidar asignaturas para la universidad.
Atravesé un largo camino, en zig-zag a través de la montaña, otros tuvieron la oportunidad de recorrer una avenida de forma directa. Lo importante es que la revolución abrió todas las puertas.
Me gustaba la historia y el mundo del coleccionismo, por eso opté por la historia como profesión y por trabajar en un museo como vocación. Así, en 1967 entré al Museo de La Habana y llegué a ser director de la institución once años después. En 1981 comenzó el desafío de la restauración del centro histórico, que no ha concluido.
¿Cuáles eran los objetivos más apremiantes al inicio del trabajo de restauración?
-Lo que más me motivaba eran los edificios que se perdían, pero la vida nos demostró que había que luchar por el conjunto urbano, más que por elementos aislados, que no era viable un proyecto de restauración pura que no asumiese la parte social, es decir, la ciudad habitada. Entonces, se debía tener una concepción mucho más amplia, más participativa y popular, que tomara en cuenta la vivienda y la salud. Así la restauración ha implicado la creación de centros geriátricos o centros diferenciados de atención a niños con discapacidades.
¿Al ser historiador, qué dificultades presentó el trabajo arquitectónico de restauración del casco histórico de La Habana?
-No muchas porque vivo rodeado de arquitectos, conmigo trabajan más de cien; y además de obreros de la construcción . A estas alturas es un trabajo multidisciplinario, donde no solamente interviene el historiador como coordinador del trabajo y animador de la prédica por la conciencia social y útil de preservar el patrimonio cultural, sino que también intervienen arquitectos, ingenieros, abogados, arqueólogos y museólogos; es decir, es un trabajo múltiple porque no es sólo reconstruir, es también conducir adelante un proyecto de desarrollo social, justo y equitativo que busca una mejor vida para todos los que habitan el centro histórico.
En el caso de Cuba, que por política internacional tiene necesidades apremiantes y muy escasos recursos para satisfacerlas, ¿cómo se lleva a cabo un proceso de restauración integral como éste?
-Es en este contexto cuando se hace más urgente la preservación del patrimonio cultural, porque si nos quieren despojar del cuerpo, también nos pueden robar el alma, y el alma de cada país es su patrimonio tangible e intangible. Cuba le ha dado una altísima prioridad, como se lo ha dado a la salud, a la educación y al deporte. La más grande obra de la revolución es moral y ética; dentro de ello, la preservación del patrimonio histórico era muy importante, aunque desde el punto de vista económico era incosteable.
Nos enfrentamos a la disyuntiva de todo país en vías de desarrollo, tienes un enorme patrimonio cultural pero te dicen «privatízalo, porque no lo puedes conservar; privatiza la arqueología, los parques nacionales y los museos, porque es la única forma de tenerlo bien, porque el Estado siempre es deficiente». Esa prédica neoliberal se ha escuchado de la mañana a la noche. La Habana Vieja contradice todo eso, quien va a Cuba tiene una experiencia positiva de la restauración y todo lo que ella supone.
Se creó un modelo de gestión propia, según el cual el dinero que dejan los turistas que visitan La Habana Vieja se revierte directamente a la restauración, un ciclo de movimiento continuo que salva a la ciudad del olvido y la destrucción. El Estado se reserva el derecho de fiscalizar, pero realizamos una gestión autónoma.
En el caso nuestro, a mayor turismo, mayor restauración; a mayor restauración, mayor turismo. Esa ecuación ha resultado infalible y el proyecto divide su dinero en tres partes: una directa a la restauración, otra al desarrollo social y comunitario y lo tercero, una contribución a la nación, porque sin patria no hay Habana Vieja.
¿Cómo ha evaluado la situación del patrimonio arquitectónico a lo largo de sus viajes por América Latina y sobre todo América Central?
-En todas partes hay gente destacadísima que lucha. En este mundo nadie tiene el monopolio de la razón, el mundo es pluralista independientemente de la tendencia homologadora de la globalización neoliberal y muchas personas han encontrado caminos para lograr un objetivo, pero por lo general el patrimonio cultural padece una gran orfandad, sobre todo porque, paradójicamente, son los países más pobres los que tienen un mayor patrimonio cultural, tangible o intangible, y es una especie de fardo pesado sobre las espaldas de esos estados. Si la salud y la educación son prioridad, ¿cómo se pagan los museos, cómo se reconstruye una ciudad?
En el campo de la protección del patrimonio, ¿qué solución vislumbra para una Costa Rica que se ha perdido mucho del patrimonio arquitectónico?
-Tiene que haber una reacción convocada por una vanguardia de gente que piense. Uno de los grandes problemas de los países es cómo aceptar el reto de las globalizaciones aún en los aspectos que resultan inevitables y cómo al mismo tiempo preservar lo autóctono y vernáculo, que no tiene por qué ser solamente lo pintoresco, porque no tenemos que quedar solamente como titiriteros ante la cultura mundial, sino que saber esgrimir y proclamar nuestros valores sin vergüenza. Debemos enfrentar la idea utópica, no fantástica, de cambiar el mundo y en este campo del patrimonio cultural, mientras se es más conservador, se es más revolucionario. A los que nos hemos formado para esto, nos es dada la magna tarea de proclamar el valor de todo ello y al hacerlo, lograr consenso y simpatía. Creo que en el caso cubano lo hemos logrado. Las claves son el amor y la consagración, en la política, la educación, la cultura, el periodismo y en lo que sea a, pesar de las dificultades. Ya sabemos que cuesta mucho trabajo tener una posición digna en un mundo en el que los intereses privados establecen las normas del juego.
¿Qué actitud ha encontrado en profesionales académicos del mundo, no sólo hacia la restauración de La Habana Vieja, sino hacia todo el universo de la cultura cubana?
-Cuba siempre será objeto de una gran batalla, hay que recordar que la posesión de los medios de comunicación masivos está en manos del imperio y de las transnacionales de la noticia. Pero en el mundo académico, en el de la cultura, Cuba siempre ha tenido amigos, porque han admirado logros como el deporte y el cine. En general, Cuba es percibida con mucha hospitalidad y afecto y hay una gran curiosidad, más ahora que ya no existe el llamado bloque socialista. Cuba libra la batalla más encarnizada y larga de la historia de este continente: el derecho de un pueblo a hacer su destino, y si hemos luchado tanto por la igualdad, también luchamos por la singularidad, Cuba es singular. Somos una isla y una isla sitiada, somos la Esparta del continente. Los jóvenes a través de Internet y del cine, por ejemplo, ven la parte luminosa y fosforescente del mundo del capitalismo, pero no conocen su rigor, el ideal del mercado en que, por ejemplo, un paciente de un médico se vuelve un cliente. Por eso la revolución es perpetua y se libra una batalla de ideas.
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