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El desarrollo de diversos grupos y actividades musicales entre 1840 y 1940, influenciados por las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales en esos 100 años, dio como resultado la consolidación de la música como un oficio en Costa Rica.
Así lo determinó la M.Sc. María Clara Vargas Cullell en su investigación Práctica musical en Costa Rica (1840-1940), con la que optó por su Maestría en Historia de la Universidad de Costa Rica, y en la que básicamente define la música como una práctica social que surge por demanda de ciertas clases sociales e instituciones, y describe los procesos que afectaron la producción y la ejecución musical, así como su recepción, en ese período.
El estudio, que se realizó a partir del análisis de documentos oficiales como reglamentos, leyes y decretos en poder del Archivo Nacional y la consulta de revistas y periódicos de la época que son conservados por la Biblioteca Nacional, contempló además la historia oral, sobre todo en lo que se refiere a los años 1920-1940 y documentos, recortes y fotografías de algunas familias que estuvieron ligadas al oficio musical.
El análisis fotográfico fue fundamental en algunos casos, pues si bien es difícil identificar a todas las personas que allí aparecen, permitió analizar las relaciones sociales y de género de la época y, sobre todo, la conformación de grupos según instrumentos musicales.
Así se pudo corroborar que algunas agrupaciones estuvieron integradas por ejemplo por un violoncello, una guitarra, una mandolina y un clarinete, lo que brinda una idea sobre cuáles eran las posibilidades de la época y la forma espontánea en que surgieron esos conjuntos, ajustándose a los instrumentos disponibles.
Lo anterior contrasta mucho con lo que se da en la actualidad, en que los grupos ya están codificados y se sabe que un cuarteto de cuerdas debe necesariamente estar conformado por dos violines, una viola y un violoncello.
BANDAS MILITARES
A juicio de María Clara Vargas, la consolidación del oficio musical se inicia con la aparición de las bandas militares a partir de 1840. Aunque en principio estuvieron integradas por unos cuantos músicos, todos formados empíricamente, son la primera posibilidad para que empiecen a desarrollarse.
Estas primeras bandas, a las que denomina fanfarrias y que respondían básicamente a las necesidades de la milicia, distan en mucho de las que conocemos hoy día que están compuestas por 50, 60 ó hasta 80 integrantes, pues contaban en su mayoría con 10 a 15 músicos y con instrumentos muy básicos como clarines, pífanos, cornetas y tambores y que en general fueron muy desorganizadas.
Un aspecto importante es que fue precisamente el ejército de esa época el que destina por primera vez parte de su presupuesto para la formación de músicos y la compra de instrumentos, según consta en el decreto LXIII, emitido en 1845, durante el gobierno de José María Alfaro. Ese año es considerado como el de la instauración de la Dirección General de Bandas.
El siguiente eslabón aparece hacia 1870 con las veladas y los conciertos, que estaban a cargo de músicos aficionados y que se realizaban tanto en casas particulares, como en espacios públicos. La realización de estas veladas y conciertos era anunciada con antelación por los periódicos y algunas veces su asistencia era regulada mediante invitaciones.
El repertorio de las bandas militares consistía en arreglos de bailes como la polca o el vals y música lírica arreglada para banda y marcha. Entretanto en las veladas y conciertos se presentaban obras vocales, arias de ópera con acompañamiento de piano, obras para piano solo o a cuatro manos, reducciones de obras orquestales para piano y composiciones para violín o flauta.
Entre 1880 y 1890, aparece un tercer tipo de músico que da origen a las denominadas orquestas de salón que contaban con cinco, diez o 15 integrantes y que ofrecen sus servicios para restaurantes, hoteles, bodas, bailes, paseos, picnics, serenatas, almuerzos, cenas, fiestas campestres y deportivas y celebraciones religiosas, de acuerdo con la demanda.
Estos grupos no van a ser de aficionados como los anteriores, pues fueron conformados por profesores de música y músicos de banda que buscaban entretenerse o percibir ingresos complementarios.
A partir de finales del siglo XIX y principios del siglo XX los repertorios se amplían y empiezan a incluir partituras de Mendelssohn, Bach y otros compositores clásicos, mientras las bandas continuaron tocando valses, polcas y hasta fox trot, de acuerdo con la moda del momento.
ESCUELAS DE MÚSICA
Aunque hacia 1870 los músicos aficionados y los que integraban las bandas militares comenzaron a ofrecer clases privadas de música y permitieron la aparición de ventas de instrumentos y partituras, es hacia 1890 que se fundan las primeras escuelas formales como la Escuela Nacional de Música y la Escuela de Música Santa Cecilia, que contaban con planes de estudio semejantes a los actuales.
Eso permitió una diversificación del repertorio y el florecimiento de la música clásica, que no había aparecido con programas completos en los escenarios nacionales.
La fundación de estas escuelas y de grupos de cámara con repertorio clásico, coincide con el regreso al país de algunos jóvenes que a finales del siglo XIX habían salido a estudiar en conservatorios europeos y norteamericanos.
Estas primeras experiencias de música clásica culminan en 1940, cuando aparece la Orquesta Sinfónica Nacional y se funda el Conservatorio de Música, que es hoy la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica.
La creación de las escuelas de música también permitió, que desde finales del siglo XIX apareciera esporádicamente una que otra composición musical de autores nacionales.
No obstante, el mayor impulso se dio a finales de la década de 1920 cuando en diversas reuniones de intelectuales se decide que es necesario impulsar la música nacional y se realizan excursiones a Guanacaste para rescatar parte de la creación musical de esa región.
Anteriormente, en el siglo XIX fueron pocos los costarricenses que se distinguieron como compositores, a excepción de los muy conocidos Manuel María Gutiérrez y Rafael Chaves Torres.
Manuel María Gutiérrez, coautor del Himno Nacional, fue un reconocido arreglista que incluso ofrecía sus servicios a través del periódico, pues en ese tiempo llegaron al país muchas compañías líricas extranjeras que ocuparon sus servicios para adaptar las obras al tipo de orquesta con que se contaba.
En términos generales, a partir de 1870 los arreglistas contaron con una buena fuente de trabajo porque las partituras que venían de afuera estaban concebidas para orquestas o bandas ideales que aquí no existían. Era parte de la obligación de los músicos adaptar el repertorio.
A inicios del siglo XX aparecen nuevos compositores como Alejandro Monestel, Julio Fonseca e Ismael Cardona, quienes insisten en dar a conocer sus obras e incursionan en la creación de música para bandas, veladas y conciertos de música clásica y popular.
Para la M.Sc. María Clara Vargas, pese a que en el período analizado se da una diversificación de las posibilidades de los músicos en cuanto a educación formal y formación de agrupaciones, lo que se consolida es el oficio y no la profesionalización del músico como tal, que se va a dar a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Los detalles de esta investigación pueden ser consultados en el libro De las fanfarrias a las salas de concierto, recientemente publicado por la Editorial Universidad de Costa Rica.
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