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José Saramago no sólo es uno de los más respetados novelistas vivos: también es un inspirado poeta. Alfaguara publica ahora su Poesía completa, que se inicia con Los poemas posibles (1966) continúa con Probablemente alegría (1970) y concluye con El año 1993 (1975), libros en marcha que el autor ha ido puliendo en cada reedición. En versión de Pilar del Río, una muestra de poemas inéditos en castellano que introducen entre nosotros al mejor Saramago poeta
Don Quijote
No veo Dulcineas, Don Quijote,
Ni gigantes, ni islas, nada existe
De tu sueño de loco.
Sólo molinos, mujeres y Baratarias,
Cosas reales que Sancho bien conoce
Y para ti son poco.
Dulcinea
Quién eres tú no importa, ni conoces
El sueño en que nació tu rostro:
Cristal vacío y mudo.
De la sangre de Quijote te alimentas,
Del alma que en él muere es que recibes
La fuerza de ser todo.
Juego de fuerzas
Resiste aún la cuerda que se rasga,
Crujiendo entre los dos nudos que la rematan:
No huyó de ella la fuerza que disfraza
Este romper de fibras que desatan.
Del nacimiento y muerte los polos veo
En la distorsión que muestra la cuerda herida,
Contradictorio miedo, que es deseo
De conservarla así y verla rota.
De mí a la estrella…
De mí a la estrella un paso me separa:
Lumbres de la misma luz que esparció,
En la explosión casual del nacimiento,
Entre la noche que fue y ha de ser,
La gloria solar del pensamiento.
Donde…
Donde los ojos se cierran; donde el tiempo
Hace resonar la caracola del silencio;
Donde el claro desmayo se disuelve
En el aroma de los nardos y del sexo;
Donde los miembros son lazos, y las bocas
No respiran, jadean violentas;
Donde los dedos trazan nuevas órbitas
Por el espacio de los cuerpos y los astros;
Donde la breve agonía; donde en la piel
Se confunde el sudor; donde el amor.
Si no tengo otra voz…
Si no tengo otra voz que me desdoble
En ecos de otros sones este silencio,
Hablo, sigo hablando, hasta que sobre
La palabra escondida de lo que pienso.
Es decirla, quebrado, entre desvíos
De flecha que a sí misma se envenena,
O mar alto cuajado de navíos
Donde el brazo ahogado hace señas.
Es forzar hasta el fondo una raíz
Cuando la piedra cabal corta el camino,
Es lanzar hacia arriba cuanto dice
Que más árbol es el tronco solitario.
Ella dirá, palabra descubierta,
Los dichos de la costumbre de vivir:
Esta hora que aprieta y desaprieta,
El no ver, no tener, el casi ser.
Proceso
Las palabras más simples, más comunes,
Las de andar por casa y dar a cambio,
En lengua de otro mundo se convierten:
Basta que, de sol, los ojos del poeta,
Rasando, las iluminen.
Protopoema
Del ovillo enmarañado de la memoria, de la
oscuridad, de los nudos ciegos, tiro de un hilo
que me aparece suelto.
Lo libero poco a poco, con miedo de que se
deshaga entre mis dedos.
Es un hilo largo, verde y azul, con olor a cieno,
y tiene la blandura caliente del lodo vivo.
Es un río.
Me corre entre las manos, ahora mojadas.
Toda el agua me pasa por entre las palmas
abiertas, y de pronto no sé si las aguas nacen
de mí o hacia mí fluyen.
Sigo tirando, no ya sólo memoria, sino el propio
cuerpo del río.
Sobre mi piel navegan barcos, y soy también los
barcos y el cielo que los cubre y los altos
chopos que lentamente se deslizan sobre la
película luminosa de los ojos.
Nadan peces en mi sangre y oscilan entre dos aguas
como las llamadas imprecisas de la memoria.
Siento la fuerza de los brazos y la vara que los
prolonga.
Al fondo del río y de mí, baja como un lento
y firme latir del corazón.
Ahora el cielo está más cerca y cambió de color.
Y todo él es verde y sonoro porque de rama en
rama despierta el canto de las aves.
Y cuando en un ancho espacio el barco se detiene,
mi cuerpo desnudo brilla bajo el sol, entre el
esplendor mayor que enciende la superficie de
las aguas.
Allí se funden en una sola verdad los recuerdos
confusos de la memoria y el bulto súbitamente
anunciado del futuro.
Un ave sin nombre baja de no sé dónde y va a
posarse callada sobre la proa rigurosa del barco.
Inmóvil, espero que toda el agua se bañe de azul
y que las aves digan en las ramas por qué son
altos los chopos y rumorosas sus hojas.
Entonces, cuerpo de barco y de río en la dimensión
del hombre, sigo adelante hasta el dorado
remanso que las espadas verticales circundan.
Allí, tres palmos enterraré mi vara hasta la piedra
viva.
Habrá un gran silencio primordial cuando las
manos se junten con las manos.
Después lo sabré todo.
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