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El horror de las guerras religiosas, coraza ideológica de ambiciones terrenales, subyace en este «Reino del cielo» -título original del filme- que añoran sus creadores. Espléndida narración audiovisual que establece el ejemplo de un héroe intachable y revive la nostalgia de una fraternidad forjada en la paz -me recuerda al bienintencionado Charles Chaplin de «El gran dictador»-. Creo que su crítica vehemente y fundada a la hipocresía religiosa desatará la polémica y las reacciones viscerales. Lamento que apenas sí traza unas pinceladas sobre la dimensión femenina.
En su exitosa carrera el director Ridley Scott ha desplegado un talento esmerado, siempre atento al detalle. Ha repasado con éxito géneros y estilos, deslumbrando con su riqueza de imágenes y sonidos. Aquí lo tuvimos, cuando yo dirigía el Centro de Cine, para el rodaje de «1492», en el que participaron productores costarricenses como Mario Sotela y Sergio Miranda. Y, por cierto, Giannina Facio, su esposa tica, hace una breve aparición como la hermana del Sultán.
Este relato épico tiene la fuerza y el colorido -así sea sangriento- que domina su autor, el mismo artista que concibió el aterrador «Alien» original, el clásico «Blade Runner», la melosa «Leyenda», la entrañable «Telma y Luisa», el espectacular «La caída del Halcón Negro», y el rudo «Gladiador».
Se aprecia su fidelidad histórica con hermosos escenarios en España y Marruecos. Hasta 25.000 extras sirvieron a esta pintura portentosa.
Scott elige la notable tregua del siglo XII entre Balduino IV de Jersusalén y el musulmán Saladino, cuyo reino rodea la ciudad de lugares santos para los tres monoteísmos. El ligamen con nuestros tiempos de fanatismo fundamentalista y guerra religiosa se hace evidente. En la sabiduría de ambos monarcas se apoya el filme para su crítica a la codicia y la intolerancia que prevalecen. Ghassan Massoud es excelente como Saladino y todos los musulmanes son interpretados por otros tantos.
Del casi desconocido pero verídico Balian de Ibelin hace un caballero perfecto, como lo cantó Chaucer. Herrero que pasa fácilmente a guerrero intrépido, político honrado y líder popular. Mas, ¿acaso todos los héroes de historieta no son más exagerados? ¿Y los religiosos, aun más? Pareciera que los seres humanos necesitan de esos modelos sobrehumanos. Héroe a su pesar, Balian, con un sentido del deber implacable -como el de Cristo que duda en la versión de Martín Scorsese y Nicos Katzanzakis-, funciona como arquetipo pero resulta distante como persona. Lo interpreta el popular Orlando Bloom, que ya dibujo un Legolas mitológico muy sugestivo en «El Señor de los Anillos» y un Paris apropiadamente sensual y timorato en «Troya». Pese a su simpatía, la perfección del personaje limita su influencia. Un arte más ceremonioso como el japonés permite que otro héroe inesperado y también distante, como el de «La sombra del guerrero», sea vehículo del humanismo de Akira Kurozawa. Ed Norton como la voz del rey leproso consigue esa mezcla siempre eficaz de fuerza y debilidad. Jeremy Irons, formidable actor de carácter, hace de Tiberias un consejero convincente. La joven Eva Green, que lanzó Bertolucci en «Los soñadores», aquí apenas figura y su encuentro erótico con Bloom se reduce a casi nada, quizá para complacer censuras puritanas.
Buen cine de aventuras, encomiable empeño en la tolerancia, algunos defectos y cierta frialdad, para un filme que conviene ver, máxime con la cartelera escuálida de estos días.
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