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Mientras La Nación, Al Día y la cúpula empresarial promotora del TLC con los Estados Unidos se baten, injuriados, a golpes de pluma y verbo, contra las «proclamas sediciosas» de la Comisión de Enlace y algunos sindicatos, Alberto Trejos, Anabel González y los abogados favoritos de las empresas transnacionales, anunciaron la creación de una nueva organización (no confundir con la organización criminal que investiga el Ministerio Público, por más innegables que sean las coincidencias ideológicas entre sus fundadores) de apoyo al acuerdo comercial: Por Costa Rica (www.porcostarica.org), que arrogantemente hace uso de la bandera nacional para promocionarse.
Casi al mismo tiempo que los paladines de esta «cruzada patriótica» iniciaban su cabalgata, el Presidente de la República, Abel Pacheco, denunció en una entrevista que durante su administración había sido víctima de dos intentos de golpe de Estado. El primero de ellos fue «cuando un grupo de ministros decidió abandonar sus obligaciones y comenzó a instar a todos los ministros a que renunciaran, a que me dejaran a mí solo. Al mismo tiempo, por otros canales, ese mismo grupo trató de que yo le pidiera la renuncia a todo el Gabinete. Esto con el fin de nombrar todo un Gabinete afín a ideologías neoliberales». (Diario Extra, 29-04-05).
Trejos y González formaron parte de la estampida de neoliberales que dejaron el gabinete en agosto del 2004, durante aquella primera intentona golpista, tal y como lo plantea Pacheco. Ahora, el alter ego de Robert Zoellick, y la burócrata que, en 1992, coartó la libertad de observación y discernimiento del Embajador Gonzalo Facio en su defensa de los derechos de Costa Rica ante el GATT, según narró el diplomático en una carta dirigida al entonces Ministro de la Presidencia, Rolando Laclé, («el éxito que obtuvimos en esta primera parte de nuestra batalla en el GATT contra las políticas de importación de banano de la Comunidad Europea, difícilmente se hubieran logrado si la Lic. González o cualquiera de sus ‘técnicos’ hubiera estado dirigiendo nuestra misión en Ginebra»), ellos, ahora, invocan para sí el derecho de «difundir patrióticamente» las ventajas de un proyecto político-comercial donde los ganadores reciben trato de dueños de la razón, mientras que los perdedores reciben trato de mercancía.
¿Qué hace el Ministerio de Seguridad con la denuncia del Presidente? ¿No hay sedición en las actuaciones de los exministros, al menos en los términos que expone Pacheco? ¿Investiga la Dirección de Inteligencia y Seguridad a los negociadores del TLC, como quizá ya lo hace con los dirigentes de la Comisión de Enlace y los sindicatos? Curiosa justicia la nuestra, donde la sedición no figura entre las causas imputables a quienes quieren vender la Patria… o comprarla.
De esta grave acusación del Presidente, nada dicen los diputados que levantaron su voz enervada contra los Fabio, Albino y Vega Carballo. Nada dicen los patriotas de rancia estirpe de las cámaras empresariales, muchos de ellos financistas de la campaña del candidato Arias, ni la prensa acusadora: esa batería de columnistas y editorialistas incapaces de escribir una palabrita o parir una idea sin sopesarla, antes, en la balanza del cálculo y la conveniencia.
Este silencio cómplice sólo favorece la impunidad para quienes atentaron, confesión del Presidente de por medio, contra la institucionalidad democrática. ¿O será que consideran válida la sedición para los defensores del TLC, pero no para sus opositores? El camino de Costa Rica no debe ser el sugerido por los gremios y los opositores radicales al tratado, pero tampoco puede ser el que pretenden imponer los tecnócratas y plutócratas de turno, y que se consumó, en una primera fase, con la ilegítima rehabilitación de la reelección presidencial (un golpe de Estado jurídico).
Los abogados del dólar, advertía Neruda en su Canto General, tienen automóvil, whisky, prensa, los eligen jueces y diputados, los condecoran, son ministros y el gobierno los escucha. Los abogados del dólar lamen, untan, halagan, sonríen y, sobre todo, amenazan. Y no satisfechos con todo eso, hacen suyo, también, el monopolio del patriotismo.
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