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Las luchas de las mujeres por alcanzar una visión no fragmentaria de sí mismas y su entorno varían de geografía en geografía, al igual que las expresiones artísticas y literarias producto de estas luchas. Los movimientos feministas de los 70 en Europa han desencadenado una serie de producciones artísticas donde gradualmente la visión politizada de la feminidad ha dado paso a una más intimista y existencial. Elfriede Jelinek, escritora austriaca galardonada con el Premio Nóbel y Catherine Breillat, polémica cineasta francesa, son dos ejemplos sobresalientes de mujeres que han expuesto de una manera brutalmente hermosa la lucha y desencuentro perenne entre hombre y mujer, y la construcción de la identidad femenina que se hilvana en relación con el cuerpo, el lenguaje, el sacrificio y la entrega.
Fue en el año de 1920 que Tchetchelnik (Ucrania) trajo al mundo a una mujer hija de padres judíos-rusos, que dio uno de los pasos literarios más visionarios que respecto a la construcción femenina se hayan dado. Hace 65 años Clarice Lispector había ya planteado de manera aguda y penetrante esta dirección mucho más intimista de estudio de la feminidad.
Nacida en una tierra donde mujeres como Lina Kostenko y Lesya Ukrainka se abrían paso en un mundo homogéneo donde las diferencias eran concebidas como burguesas y abominables, hereda Clarice Lispector esta fuerza para desplegar su ingenio en el Brasil conservador de mitad de siglo pasado que sus padres escogieron poco después de la Revolución Bolchevique como nuevo hogar.
Algunos críticos han acordado en que debe de haber sido este origen distinto de Clarice lo que funcionó como motor interno para diferenciarse de la narrativa costumbrista y folclorista del Brasil de antaño. La pregunta por la identidad y los orígenes, que trazan la obra de Lispector, pueden estar relacionados con su propia condición de exilio subjetivo y objetivo: salir de su país y llegar a Brasil, haberse criado bajo una doctrina judía que nunca aceptó ni practicó, haber sido una mujer tímida que prefería el silencio en una tierra de música, colores y carnaval, y haber vivido por más de 20 años acompañando a su esposo en su carrera diplomática por diversos occidentales.
Este contexto familiar le dotó probablemente de la amplitud que se vertió en su sensación aguda y penetrante del mundo, a partir de la cual Clarice logra construir una literatura que no se limita a describir conservadoramente los eventos y vida cotidiana de las mujeres- lo cual fue la principal limitación de los inicios de la literatura femenina- sino que se adentra en esta simplicidad de los hechos cotidianos para regalarnos la más profunda filosofía existencial que sobre nuestro sexo se haya escrito. Se trata de hablar de la personalidad de una flor, de una pobre mujer atropellada por un auto el día en que su vida iba a iniciar, de la pregunta por el color del infinito, del origen de la música. No hay que ir más allá del yo para embelesarnos con el misterio del yo, pero no es suficiente la existencia per se sino que es fundamental una mirada trasgresora y adivina que redefina nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestro lugar.
Llegar a estas profundidades en la pregunta de nuestro ser fue un duro viaje para Lispector, quien tomó como punto de origen la nada; el origen, como único espacio para la creación. «Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío», escribió en su obra póstuma Un soplo de vida (1978). La segunda guerra mundial la vive desde su epicentro al residir en Europa, y es precisamente el año 1944 el que da a luz a su primera novela Cerca del Corazón Salvaje, que es una ruptura, un vuelco a la locura de este mundo donde han caído los grandes ideales y utopías, y donde no queda nada más que la identidad personal para sobrevivir a tanta desolación, desesperanza y dolor. Pero no fue sino hasta la publicación de su segunda novela, La manzana en la oscuridad (1961), que Clarice se consolidó como nombre en la crítica literaria, figurando entre las más prometedoras escritoras de la ficción de vanguardia. La crítica reconoció inmediatamente su giro crucial de la literatura psicológica a la metafísica.
Fue también su irreverencia a las normas estilísticas lo que la colocó en un lugar literariamente sobresaliente al cual, por supuesto, no llegó sin el temor de la clarividencia y la trasgresión. «Este libro requirió una libertad tan grande que tuve miedo de darla. Está por encima de mí. Intenté escribirlo humildemente. Yo soy más fuerte que yo», escribió como nota introductoria en su novela Aprendizaje o el libro de los placeres (1969) que, iniciando con una coma y concluyendo con dos puntos, es una incitación directa a la pregunta, a hurgar en nosotros mismos hasta que las luces se apaguen y se cierre el telón. Este yo más fuerte que yo, que se convierte en ese otro, es el que nos susurra a cada palabra tallada por Clarice en su prosa cabalística y trascendental.
Su forma innovadora y esquizofrenizante no corresponden a trucos estilísticos característicos de un esnobismo literario contemporáneo, sino a las únicas formas posibles de plasmar en el papel una filosofía del origen del ser. ¿Qué es ser mujer?, ¿Qué es ser hombre?, ¿Qué es ser yo?, ¿Qué es nosotros?, o «¿Por qué el mundo existe en lugar de la nada?», como se preguntó en La pasión según G.H. (1964) Preguntas todas que requieren de un discurso ya empezado desde que la humanidad tiene historia y que nos perseguirán hasta que la humanidad pueda definirse a sí misma como tal. «¿Cómo empezar por el principio, si las cosas ocurren antes de ocurrir?» reflexionaba en su libro La hora de la estrella (1977). No hay inicios ni fines, hay continuidad. Es ésta la consumación de uno de los deseos de Clarice de escribir una historia sin fin, como ella misma consideraba la obra de Joyce y es esto precisamente lo que el paso del tiempo le ha otorgado: la inmortalidad de sus preguntas.
«Sabías que algunas veces la esperanza consiste tan sólo de una pregunta sin respuesta?» inquirió Clarice en su novela La manzana en la oscuridad (1961). Uno de sus más retadores aportes a la literatura y a la posición del ser humano en relación con su existencia es su celebración de la incertidumbre; que es nada. Lispector no busca huir en su creación literaria del vacío y el sin saber, sino que se hunde en estos para volver con más preguntas y la certeza de que en vida jamás podremos responder a estos enigmas fundantes. Para la autora, la posibilidad misma de preguntarse resimboliza el universo a nuestro alrededor dotándolo de significación críptica abierta a la interpretación. «El acto de cuestionar es una forma privilegiada de valor. El valor de la esperanza» comentó en una de las pocas entrevistas que concedió.
En una conferencia ofrecida en 1928 por Virginia Woolf sobre la relación entre mujer y escritura, la autora dice a las presentes: «lo que importa es que escribáis lo que deseáis escribir; y nadie puede decir si importará mucho tiempo o unas horas». Clarice Lispector ha trascendido tierras y décadas no por el solo hecho de haberse atrevido a escribir, sino porque no escribe en referencia al hombre ni a los otros, sino desde su experiencia de mujer, desde las preguntas de su cuerpo y la música que lo define, de la nada como única verdad, de la recurrencia del dolor y del silencio. Su escritura no es una lucha de poder con el sexo masculino, sino una declamación femenina en pleno; colgando del vacío, lo cual a la vez hace de su lectura una experiencia difícil ya que no hay soportes ni condescendencias, ni política ni reivindicación. Es feminidad pura, abierta, sin discurso, sin caretas; solamente siendo en un espacio distendido.
Clarice Lispector es una excelente personificación del llamado de Virginia Woolf a escribir a pesar de. Amante de Debussy, Joyce y De Chririco (quien pintara su retrato) no podría decirse que fuese una mujer particularmente erudita. Es curioso el hecho de que su estilo fue en muchas ocasiones comparado con el de Kafka, al cual ella dijo no haber leído en el momento de dicha comparación. «No soy un intelectual, escribo con el cuerpo. Y lo que escribo es una niebla húmeda» exhorta el personaje masculino de La hora de la estrella (1977). Este ejemplo de ingenio literario más allá de las cantidades y calidades de conocimiento poseído derriba la falacia que rodea al acto de escribir y que ha detenido a muchas mujeres de emprender una carrera literaria por el temor a la crítica del «cuánto». Clarice hizo historia y ha inaugurado un tipo de literatura femenina existencial porque ha escrito guíada por la pasión y porque se atrevió a escribir y llevar al lenguaje a los límites de su capacidad a pesar del poder imaginario de una intelectualidad juzgadora y reguladora. «Digo lo que tengo que decir, sin literatura» afirmó la autora, que se definía a sí misma como «antiescritora». Clarice escribía para no morir, «»Si todavía escribo es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad» afirmó. ¿No es este acaso motivo suficiente para lanzarse a escribir?
La literatura de Clarice no podría llamarse literatura política ni ella podría clasificarse de feminista con su nulo activismo político. Su prosa se divorcia de lemas e insignias y resulta incluso insoportable para todas aquellas personas escudadas por banderas. Es árida. No es el lugar de la desesperanza pero sí el del dolor, la soledad y el ?. Clarice va más allá de lo político porque no se ideologiza, ni se dogmatiza, ni toma partidos monopolizantes de la verdad. Su búsqueda no es la de la justicia social o denuncia de opresión de un sexo, su búsqueda es la de los principios y porqués; y más allá de esto, de las causas de los principios y el origen de nuestra experiencia femenina que está hecha de lenguaje.
Nos encontramos en el año 2005 y las mujeres seguimos desintegradas en la diversidad de discursos que se adueñan del «qué y cómo es ser mujer», desintegrándonos al antojo del oportunismo o el grito de poder. El abordaje intimista de Clarice, que se plasma en su uso minucioso y obsesivo del lenguaje, es curiosamente el punto al que muchísimos anos más tarde está llegando la sensibilidad femenina europea, al tratar de ver más allá de las convenciones y los tratados. El aporte de esta mujer, cuya letra ha recorrido el mundo de Este a Oeste y de Norte a Sur, ha abonado a que las mujeres podamos empezar a integrarnos en la pregunta origen de nuestras vidas: ¿Qué es ser mujer?
En 1977 Clarice Lispector murió y nacía la autora de estas notas. Quisiera creer que algo del sentido cósmico que trazó su devota introspección en los orígenes de la feminidad se ha heredado de una vida que termina a otra que inicia, y es por medio de la escritura, acaso único medio posible, que se inmortaliza a las personas que han trastocado la lógica de un mundo bipolar, que han teñido la amalgama hombre-mujer y que nos dicen con tal claridad que en el silencio hay respuestas; que hay que mirar hacia adentro para tratar de entender.
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