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Acaba de publicarse por primera vez en castellano «Jugadores» (1977), una novela en la que Don DeLillo muestra, como en una exacta profecía, el rol del terrorismo en el contexto mundial. En esta entrevista, el destacado escritor norteamericano habla del sentido y el compromiso que impregna su literatura.
La entrevista tiene lugar en Amster Yard, un edificio histórico en el centro de Manhattan, hoy sede del Instituto Cervantes, a dos manzanas de la calle 47, arteria en la que transcurre toda la acción de Cosmópolis, su más reciente novela. Don DeLillo, nacido en el Bronx en 1936, se presenta con una campera y gorra de béisbol. Durante la charla, transmite una curiosa sensación de invisibilidad, casi como si no estuviera en la habitación. Después de que se ha ido se percibe en toda su plenitud su hondo calado humano.
¿Es la literatura un intento de vencer a la muerte?
Posiblemente sí. Es una cuestión filosófica… en la que no pienso deliberadamente, aunque es obvio que aflora de manera sostenida en mi trabajo. La muerte es el gran tema de mis novelas. Lo domina todo, sea de forma explícita o velada, aunque esté agazapada en un rincón. La creación de lenguaje es un acto de fe en virtud del cual el escritor busca trascender lo ordinario; a la postre, eso se traduce en un intento de trascender la muerte. Acabo de poner punto final a una obra de teatro cuyo asunto central es la muerte. No es algo buscado; surge espontáneamente cuando escribo, cuando pienso, cuando paso años entregado a un libro: hela ahí, al fondo, agazapada, pidiendo que alguien la entienda y logre trascenderla. Y nosotros, los seres humanos; nosotros, los escritores, somos tan ingenuos que creemos que lo podemos conseguir.
¿A qué obedece la presencia continuada de terroristas en sus novelas?
Desde un principio asumí que ser escritor implicaba tratar de comprender el hecho de que vivimos en tiempos peligrosos. En esencia, el sentido de mi trabajo no es otro que afrontar ese reto. Todavía no me había formado como escritor cuando tuvo lugar un acontecimiento histórico que me marcó: el asesinato del presidente Kennedy. Las consecuencias de aquella acción violenta hicieron mella en la cultura de nuestro tiempo: suspicacia, miedo, paranoia, la sensación de que el curso de la historia está en manos de fuerzas ocultas. Mis novelas recogen los ecos del impacto de aquel hecho emblemático. Si tachar a Lee Harvey Oswald de terrorista es adecuado o no, es cuestión de terminología. Lo que no se puede negar es que su acción desencadenó un sentimiento de terror colectivo que impregnó la cultura. El novelista es testigo del terrorismo y tiene que responder. Por otra parte mi escritura tiende a ser violenta, no sabría explicar muy bien por qué.
¿Por qué suele afirmar que la narrativa del mundo ha dejado de ser propiedad de los escritores?
Se la han arrebatado los terroristas, los dictadores, los tiranos. En épocas de menor complejidad, lo que yo llamo «la narrativa del mundo» estaba en manos de los grandes novelistas. La escritura de Dickens dimanaba directamente de su época, a la vez que la definía. Los dos últimos escritores cuya obra permitía asomarse a la manera de pensar y de sentir de un período fueron Kafka y Beckett. La lectura de Kafka ofrece una clave para comprender algo acerca de la naturaleza de la vida, del pensamiento, de la psicología de su época. No se puede decir algo semejante de los novelistas de hoy. El peligro que define nuestra época es de índole muy extraña. El terrorismo ha suplantado los temores de la guerra fría. Su amenaza afecta a nuestra intimidad de manera inmediata.
¿Qué significa escribir para usted?
Cuando era joven escribía para dar expresión a lo que me rodeaba. A estas alturas, escribir no es sólo lo que hago, sino lo que soy. Para mí, escribir es vivir. Hay un componente poético. Como escritor, busco crear un lenguaje que sea bello y preciso. Me interesa el aspecto material del mundo: describir el tiempo atmosférico, los rostros de la gente, la habitación que ocupa un personaje. Ahí radica el núcleo de mi ficción. Muchos novelistas de hoy, novelistas importantes, tienen una visión ensayística de la escritura. Yo necesito ver gente, percibir colores, escuchar sonidos. En este sentido sigo siendo un escritor tradicional.
¿Ve su carrera como una continuidad o hay rupturas?
La veo como una continuidad, dentro de la que sobresalen dos novelas, ambas históricas: Libra, en torno al asesino de John F. Kennedy, y Submundo. Tuve que sentir el desafío de la historia antes de dar el paso de escribir libros así. Soy consciente de la estima de que goza Ruido de fondo, pero su escritura no me exigió tantos sacrificios como esas otras dos.
Treinta años después de su publicación original, acaba de aparecer la primera versión en castellano de – Jugadores- . ¿Qué les diría a sus lectores?
Como en todas mis novelas, hay una preocupación por el lenguaje, que en este caso refleja el de un tipo social para el que entonces se carecía aún de nombre. Me refiero a los «yuppies». Puse mucho cuidado en reflejar su manera de hablar, que es síntoma de toda una manera de entender la vida. A la postre, de lo que se trata es de mostrar una forma de comportamiento carente de seriedad, que acaba por acarrear graves consecuencias a los protagonistas, entre otras cosas porque le dan la espalda al hecho de que nos ha tocado vivir una época que es muy peligrosa.
¿Fue laboriosa la gestación de Submundo?
Inicialmente, me propuse escribir un relato sobre un determinado partido de béisbol que tuvo unas connotaciones muy especiales, pero enseguida descubrí lo mucho que se ocultaba tras aquella historia.
¿Qué sentido le da al término «contrahistoria» en el contexto de esa novela?
Uno de los grandes temas de Submundo es la noción de conflicto. En un sentido primario, se trata de la guerra fría, que ocupa una buena parte de la novela, pero además del conflicto histórico, están las consecuencias de la guerra fría y cómo afectó a la gente en su manera de sentir y de pensar. La gente tuvo que seguir viviendo a través de aquella crisis histórica. El partido de béisbol que abre la novela es una forma de contrahistoria, en el sentido que le doy al término. La gente de a pie debe vivir a contramano de la Historia, trascendiéndola, protegiéndose de ella.
¿Qué escritores considera afines a usted?
Normalmente se asocia mi nombre con los de William Gaddis y Thomas Pynchon, escritores que admiro profundamente. Casi nadie se da cuenta de la importancia de Norman Mailer, que fue una fuente de inspiración importante para mí cuando era joven, sobre todo en los sesenta. Mailer escribía una ficción arriesgada y se involucró hasta los tuétanos en el revuelo de la época. Mailer es alguien a quien siempre vale la pena escuchar y leer. Es una fuerza en la cultura, y sigo admirándolo mucho.
¿Cómo es su relación con las palabras?
Para mí tienen una cualidad escultural. Es una de las razones por las que escribo a máquina. Necesito ver cómo esculpen el papel, qué huella dejan al golpearlo. La forma misma de las letras me parece importante. Cuando escribo una frase, no me fijo sólo en cuestiones de sonido, ritmo y forma, de cómo abrirla y cerrarla. Me interesa el aspecto visual de la escritura, letra a letra, palabra a palabra. A veces se dan relaciones internas, como cuando un vocablo contiene a otro en su seno.
¿Podría hablar de su interés por el ámbito de lo no verbal?
Es la cara oculta de la Luna, el reverso de las matemáticas. Frente a la claridad del lenguaje matemático, lo inefable. Los dos extremos están misteriosamente conectados. Mi interés por lo que hay más allá del lenguaje proviene de Herman Broch y el Rilke de la novena elegía del Duino. Como escritor, me interesa explorar lo que el lenguaje no puede alcanzar. En Los nombres se cometen actos violentos inspirados por el alfabeto. Se busca la coincidencia entre un nombre de lugar y el de una persona, y ello decide la muerte violenta de ésta. Por supuesto que se trata de una conexión demencial, pero a la vez, es muy posible ver en ello un emblema aislado de lo innombrable. Muchas veces me he preguntado si no es eso lo que les acaece a los terroristas. Enajenados de la cultura y de la historia, llega un punto en que pierden de vista toda motivación política o religiosa para convertirse en meros asesinos a sangre fría.
¿Cuáles son los ejes de la reflexión acerca de la naturaleza del tiempo que efectúa en Body Art?
Einstein dijo que el tiempo era una ficción. Mi intención era crear una ficción que pusiera de manifiesto esa verdad. ¿Cuál es la esencia del tiempo? Según los físicos es un continuum. ¿Qué mecanismos gobiernan su funcionamiento? ¿Existen distintas clases de tiempo? Por supuesto, no se trataba de escribir un ensayo acerca del tiempo, sino de llevar adelante una exploración narrativa a través de personajes vivos. Entonces se me ocurrió crear a Mister Tuttle, cuyo lenguaje es diferente al del resto de los mortales porque su experiencia del tiempo también lo es. Fue un libro difícil de escribir y creo que también es difícil de leer.
¿Y en cuanto al tiempo en Cosmópolis?
En ese caso me interesaba la relación entre tiempo y capital. La ecuación tradicional se ha invertido. El tiempo ya no es oro -dinero- sino al revés: el dinero es una forma del tiempo. El poder del dinero condiciona nuestra percepción del tiempo. Existen fuerzas impersonales que modelan oscuramente nuestra percepción, nuestra manera de vivir. Cosmópolis es una novela apocalíptica, y el Apocalipsis lo provoca una sola persona, haciendo grandes movimientos de capital en la bolsa por medio de un ordenador. En la novela el tiempo se contrae, condensando toda la vida del protagonista en el transcurso de un solo día.
Dos meses después del atentado contra el World Trade Center, publicó En las ruinas del futuro. ¿No le parece que su ensayo se centra exclusivamente en el punto de vista norteamericano?
Sí. Estados Unidos sigue siendo un país que se mira el ombligo, aunque por supuesto hay gente que tiene conciencia de que hay terrorismo en otras partes del mundo. Pero el atentado contra las Torres Gemelas entraña un significado especial, no porque… Me resulta raro decir esto… No porque los aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas, no porque muriera tanta gente, sino porque las Torres cayeron. En eso estriba el impacto psicológico del atentado. Curiosamente, las Torres se construyeron pensando que podían ser el blanco de un ataque. Ya lo habían sido ocho años antes; pero que pudieran derrumbarse era inconcebible. Cuando eso ocurrió, el impacto sobre la psicología de los norteamericanos fue inconmensurable.
Palabras suyas: «El tiempo que tenemos asignado es limitado. Cada novela alarga el pacto. ¿Cuántos libros nos es dado escribir?». La idea es angustiosa.
Curiosamente, me ocurría más antes. Cuando estaba escribiendo Ruido de fondo, no me podía quitar de la cabeza la idea de que me iba a suceder algo antes de haber acabado el libro. Al final, sólo tardé un año, pero escribir una novela puede suponer diez años. De ahí, en parte, la presencia de la muerte en mis novelas.
Tomado de Clarín.
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