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El discípulo Anakin Skywalker enfrenta a su maestro Obi Wan Kenobi.
Con éste, los seis capítulos de La guerra de las galaxias forman una sola película y cosmovisión, la que se fue rehaciendo durante el proceso. Esta fantasía espacial de George Lucas es el universo más popular de la historia. No me refiero solo a la taquilla ni al consumo de productos derivados, sino al imaginario colectivo. Este es el mundo que millones anhelan y en el que se refugian. Hasta qué punto se quedan en los atuendos y en los juguetes o asumen la ética implícita, hasta dónde se sumergen en la fantasía en un viaje solo de ida o aprenden de la épica cómo lidiar en lo cotidiano, es otra historia. Porque sabemos que el ser humano necesita ir más allá de sí mismo; si no puede amar se aferra a la esperanza, de lo contrario, se pierde en su soledad.
Hijo de un comerciante conservador, tímido y testarudo, Lucas se entregó a las revistas de historietas y a las series televisivas. La escuela de cine le enseñó cómo traer de vuelta y convertir en entretenimiento su mundo imaginario; así convierte su sueño personal en sueño colectivo.
Su evangelio, de raigambre cristiana, es ecuménico; habla de La Fuerza en sentido religioso, y de una libertad de conciencia que se debate entre el bien y el mal. No tiene prejuicio intelectual y se nutre de todo (Flash Gordon y la ópera, los samurais y las Cruzadas; los Western y los cuentos de hadas); sintetiza y sincretiza. Sabe contar historias, lo que no solo requiere destreza, también de una visión que otorgue sentido a la mera existencia. Demiurgo esmerado, puebla sus mundos de una riqueza deslumbrante sin que falte el buen humor. Innumerables criaturas luchan por sobrevivir en paisajes exóticos, marcadas por las fuerzas opuestas de la luz y la oscuridad, de la vida y la muerte. Su mirada infantil elude el erotismo pero dibuja el romance y maquilla la violencia. Sin ser pretencioso, resultó coherente y portentoso.
Otros superhéroes devienen poderosos por accidente y eligen hacer el bien; cuesta creerlo, porque el poder corrompe. Lucas formula su héroe homónimo a la inversa. El elegido debe vencerse a sí mismo para encontrar La Fuerza, que no es tanto fortaleza física como fe. Un gnomo que parece una rana, Yoda, le enseña que La Fuerza es espiritual y engaña las apariencias.
La fe de Lucas es fe en la totalidad y en el sentido que le encuentra a esta certeza moral. Hace una apuesta por la vida con inocencia de niño, con habilidad de mago y profundidad de sabio.
Se le puede señalar, no obstante, que le cuesta comprender al individuo y que sus personajes son mejores estereotipos que caracteres; sus intérpretes se ven limitados. A veces, se regodea con la pirotecnia de efectos especiales y música romántica. Y las mujeres tienen escaso protagonismo. El resto que le achacan me parece escozor de eruditos que repudian lo popular -él no es el Chaman previsto-, o la sospecha de que el éxito implica mediocridad -dejo aristocrático-.
Fábula moral
Todos nos encarnizamos a diario ante la responsabilidad de nuestros actos y sus consecuencias. El miedo y el odio, la culpa, tanto como el amor y la paz, se trenzan en ese conflicto interno. Algunos labran su proyecto con eficacia, otros sucumben, y la ecuación personal cambia a diario. Pero los más peligrosos, los verdaderos malvados, son los intolerantes, aquellos que exorcizan en otros sus propios demonios. Estos hipócritas, cuya entraña es la envidia, son legión en nuestros días, empeñados en su fundamentalismo religioso o político, hacen lo opuesto a lo que predican. Por eso en este episodio Lucas hace alusiones críticas a su gobierno fariseo («Solo un Sith puede pensar en términos de blanco y negro»). La moral que propone es conquista interior, no intolerancia vociferante y armada.
En este episodio III vemos cómo Anakin se torna en Darth Vader (Padre Oscuro). El joven incomprendido, que siente la injusticia (el odio) y el joven enamorado que desde su egoísmo teme la muerte de la amada (el miedo) no soporta esa realidad, pierde la fe y se somete al mal. Su nueva fealdad física representa la espiritual; su imponente figura negra es emblema del poder que encubre la muerte. En El regreso del Jedi, Luke, el hijo derrotado en la batalla, se salva por el amor al padre, y Anakin se libera al reencontrarse en su amor al hijo que lo redimió. El drama freudiano se lee sugestivo, pero a su realización le falta vigor y sutileza.
Aventura, melodrama, moraleja; la humanidad se repite. Me sentaré con calma a verlas en orden cronológico. Pero no pienso convertirme en fanático, todo lo contrario.
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