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Protestas, desacuerdos y bombas descarrilan cumbre del G-8

La reunión del G-8 evidenció la incapacidad de sus principales líderes en solucionar los urgentes problemas globales

La reunión del G-8 evidenció la incapacidad de sus principales líderes en solucionar los urgentes problemas globales
Así quedaron los vagones en la estación Liverpool St., tras los ataques en Londres el mismo día que se reunían los gobernantes del G-8.
Cercados por la policía, aislados de la población, transportados en helicópteros ante la imposibilidad de llegar por tierra al lugar de la reunión, en las afueras de Edimburgo, Escocia, los jefes de Estado de los ocho países más ricos del mundo (G-8), concluyeron el viernes pasado una cumbre ensombrecida por el atentado que estremeció Londres el día anterior.
El objetivo de la cumbre había sido planteado por el Primer Ministro británico, Tony Blair, quien exhortó a los países del G-8 a duplicar la ayuda a África, pasándola de los actuales $25 mil millones a $50 mil millones en el 2010, además de aumentar toda la ayuda exterior al equivalente del 0,7 % de los ingresos nacionales para el 2015.
Hace pocas semanas los países industrializados acordaron condonar la deuda a 18 de los países más pobres del mundo. Pero, para beneficiarse de esa condonación, esos países han tenido que cumplir lo dispuesto en la iniciativa de los Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE o HIPIC por sus siglas en inglés), una serie de condiciones como la privatización de sus empresas y sus servicios, la liberalización del comercio para poder tener acceso a una condonación parcial de su deuda. O sea, precisamente las medidas que han acentuado el proceso de empobrecimiento de esas naciones.
El otro gran tema de la cumbre era el cambio climático y las disposiciones del Protocolo de Kyoto, que pretenden regular la emisión de gases que provocan el efecto invernadero en la tierra. Blair aspiraba a un plan que limitara las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de invernadero, pero funcionarios estadounidenses presionaron para impedir que el comunicado del G-8 incluyera metas concretas de reducción de emisiones como requiere el Protocolo de Kyoto. Pero el presidente norteamericano, George Bush, no solo ha reiterado su oposición a la firma del tratado, sino que ha introducido en la cumbre la idea de que es mejor hablar de la etapa post-Kyoto.
 
La propuesta de Bush fue apoyada por Blair, pero rechazada por los representantes de los cinco países en desarrollo invitados a la cumbre: Brasil, México, China, India y  Sudáfrica.
 

IMPOTENCIA

El principal resultado de esta cumbre es haber reunido en un solo escenario algunos de los principales problemas globales y haber evidenciado la incapacidad de sus principales líderes, no solo para ofrecer cualquier vía de solución, sino para inspirar entusiasmo y confianza entre los ciudadanos del mundo.
Ante la gravedad de la crisis que, en particular, afecta al continente africano, el aumento de la ayuda es algo así como una gota de agua en el océano. El primer ministro británico enfrentó esa realidad destacando el aumento de la ayuda al desarrollo en $50 mil millones, la «señal» para un nuevo acuerdo sobre la liberalización del comercio, la cancelación de la deuda de los países más pobres, un «acceso universal a los tratamientos contra el sida y una nueva fuerza de mantenimiento de la paz para África».
A cambio, los líderes africanos, aseguró, reafirmaron su compromiso con la democracia, el buen gobierno y el imperio de la ley.
«Todo esto no va a cambiar el mundo mañana», reconoció Blair. «Es el comienzo, no el final». Pero, en realidad, los destinatarios de esa medida se preguntaban: ¿inicio de qué?, ante una cumbre que dejó en evidencia la incapacidad para cualquier oferta seria al resto del mundo.

AMBIENTE

Esa crisis se reveló, una vez más en el tema ambiental. Bush y Blair lanzaron la propuesta de empezar a hablar de post-Kyoto, dando así por enterrado el tratado de 1997 en el que se intentaba dar tímidos pasos hacia la reducción de la emisión de gases de invernadero. Estados Unidos, el principal contaminante, con cerca de 25% del total de emisiones, se niega a adoptar las disposiciones del tratado. Lo que Bush propuso fue una nueva negociación que incluya a China e India, cuyas emisiones, en conjunto, se acercan a las de Estados Unidos. «Ahora es tiempo de ir más allá de la etapa de Kyoto y establecer una estrategia inclusiva de las naciones en desarrollo», dijo Bush, una afirmación que, según analistas presentes en la cumbre, podría tener consecuencias de gran alcance.
La propuesta fue encarada por los representantes de los cinco países en desarrollo presente en la localidad escocesa de Gleneagle
En un comunicado conjunto divulgado una hora después de los comentarios de Bush y Blair, los cinco líderes del sur afirmaron que el Protocolo de Kyoto «aborda de forma adecuada los aspectos ambientales, sociales y económicos del desarrollo sostenible».
Los países industriales deben conducir la «acción internacional para combatir el cambio climático implementando en forma total sus obligaciones de reducir emisiones y suministrando financiación adicional y transferencia de tecnologías más limpias, menos contaminantes y de costos razonables a las naciones en desarrollo», afirma el comunicado.
El documento demandaba «cambios en los insostenibles modelos de producción y consumo de los países industriales», y garantías de que las tecnologías con impactos positivos sobre el cambio climático sean tanto accesibles como adquiribles para los países en desarrollo».
Nada de eso parece viable dentro del actual marco de las relaciones internacionales y estas cumbres sirven, cada vez más, para dejar en evidencia las crecientes dificultades para un acuerdo sobre temas sustantivos para la humanidad.

ATENTADOS

La cumbre mostró, una vez más, que las reuniones de los principales dirigentes del mundo solo pueden hacerse rodeadas de medidas de seguridad cada vez más drásticas y en escenarios completamente aislados de la población.
Pero, en esta ocasión, la cita se vio ensombrecida por los cuatro atentados en el metro y en un autobús de Londres, que dejaron un saldo de víctimas fatales que superaba los 52 fallecidos, además de unos 700 heridos.
El hecho ha provocado una ola de repudio en el mundo, pero ha servido también para evidenciar las consecuencias de la invasión de Irak, que ha empujado al mundo a nuevos extremos de violencia e inseguridad. Los dos principales líderes de esa invasión, el presidente Bush y el primer ministro Blair estaban reunidos en la cumbre, lo que hizo recordar, una vez más, las mentiras con que llevaron el mundo a esta guerra.
En Estados Unidos, las encuestas revelan una creciente desconfianza con la política de la Casa Blanca.
Un estudio publicado la semana pasada por la empresa encuestadora Gallup indica que 41 % de las personas consultadas creen que nadie está ganando la «guerra contra el terrorismo», ni Bush y sus aliados, ni los «terroristas». Otro 20 % cree que los que ganan son los «terroristas» y solo 36 % (casi dos tercios de los que se identificaron como republicanos) estiman que Washington está ganando. En cambio, 66 % opinaba así cuando fuerzas estadounidenses derrocaron el movimiento islámico afgano Talibán, en enero de 2002, y 65 % sostenía ese punto de vista después de que tropas de Estados Unidos tomaran Bagdad, en abril de 2003.
Además de los atentados en Londres, el embajador de Egipto en Bagdad, secuestrado pocos días antes de la cumbre, fue asesinado por sus secuestradores, en una escalada mas de violencia, que la ocupación de Irak está lejos de detener.
El fracaso de esa cumbre y la escalada de violencia deja en evidencia la necesidad de que nuevos actores asuman la responsabilidad de ofrecer alternativas al mundo que los actuales dirigentes son incapaces de ofrecer.

  • Gilberto Lopes 
  • Mundo
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