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El 56 y el presente

En vista en que se aproxima la celebración del sesquicentenario de la Campaña Nacional 1856-1857 es imperativo ir más allá del mero ejercicio académico. Es preciso tratar de comprender la relación entre el pasado épico y glorioso – fundamental en la cristalización de nuestra nacionalidad – y el presente angustiante que estamos viviendo.

En vista en que se aproxima la celebración del sesquicentenario de la Campaña Nacional 1856-1857 es imperativo ir más allá del mero ejercicio académico. Es preciso tratar de comprender la relación entre el pasado épico y glorioso – fundamental en la cristalización de nuestra nacionalidad – y el presente angustiante que estamos viviendo.
Para quien se interese con sinceridad en la soberanía y la nacionalidad costarricenses, es esencial recordar que cuando se libró la lucha contra el invasor extranjero, hubo costarricenses que lanzaban vivas al filibusterismo,  que resaltaban la supuesta superioridad de Walker y sus hombres.  Esa actitud de sumisión ante el extranjero opresor, aunque también ha habido extranjeros solidarios con los intereses de Costa Rica, como fue el caso, por ejemplo, de varias decenas de alemanes, lamentablemente se ha repetido en otros momentos de la historia nacional. En las ultimas décadas del siglo XIX, con la justificación de «fomentar el progreso» en el país, se entregaron tierras y riquezas a poderosas compañías extranjeras.  Así, cuando se inauguró el ferrocarril al Atlántico – en principio, de gran importancia para Costa Rica – en la locomotora iba,  con aire de conquistador, Minor Cooper Keith, enarbolando la bandera de Estados Unidos. ¡La historia nos ha  enseñado  cual ha sido el resultado de muchos de esos tratados «negociados» por algunos costarricenses en nombre de nuestra patria! ¿Es ese el nacionalismo que algunos han encontrado en los liberales que «inventaron la nación»?
 
 
Hoy, con el pretexto de convertirnos en «el primer país desarrollado de América Latina», a toda costa se trata de aprobar el Tratado de Libre Comercio (TLC) con los EUA,  a pesar de los términos en que fue negociado por funcionarios y exfuncionarios públicos.  (Es revelador el hecho de que una de las rondas de negociaciones fue pagada por dineros provenientes de las arcas  una de las partes interesadas.)  Estos personeros han sido alabados  (¿será por casualidad?) por los principales medios de comunicación colectiva.  Se trata de los mismos medios de comunicación  que, con el objetivo de influir sobre la opinión pública, mienten a todos los costarricenses al afirmar que ese tratado ya ha sido aprobado en Estados Unidos, o que no puede ser modificado, lo que tampoco es cierto (véase el periódico La República, 20,7,2005).
En realidad,  nos referimos a un Tratado de Libre Comercio, que no es libre, ni es de comercio, que de firmarse con las condiciones acordadas actualmente, nos impondría un sinnúmero de restricciones que hipotecarían nuestro futuro y provocarían un cambio tan profundo en nuestro modelo de desarrollo, que harían que el Combo del ICE pareciera algo insignificante. El TLC equivaldría, entonces, a un super ajuste estructural   que impondría limitaciones al Poder Ejecutivo, al Legislativo y al Judicial.  ¿Es ese el precio que debemos pagar para convertirnos «en el primer país desarrollado  (¿sometido?) de América Latina». ?
En los momentos cruciales en  que vivimos, necesitamos imbuirnos del patriotismo y la determinación mostrados, en 1856, por gobernantes como Juan Rafael Mora, así como del heroísmo de labriegos sencillos como Juan Santamaría. Por esta razón hoy, es urgente que toda la nación costarricense – gobernantes y pueblo en general -,  haga gala, hoy de la más autentica responsabilidad cívica y el más profundo compromiso colectivo en defensa de nuestra soberanía y nacionalidad.  Recordemos que, hace casi 150 años, el filibusterismo foráneo y el criollo fueron derrotados gracias a la visión, valentía, esfuerzo y sacrificio de casi totalidad de los costarricenses y al apoyo de extranjeros, honorables hijos adoptivos de Costa Rica.  ¡Sepamos, entonces, ser dignos herederos del invaluable legado de nuestros ancestros!      ¡Seamos cada uno de nosotros un Mora, un Cañas, un Juan Santamaría!
Hoy más que nunca es válida la exhortación que Juan Rafael Mora Porras hiciera en su vibrante proclama del 1º de marzo de 1856: «Paz, justicia y libertad para todos.  Guerra solo a los filibusteros»
* Historiador

  • Juan Rafael Quesada
  • Opinión
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