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Francisco Delich: Necesitamos un Estado de derecho con equidad

«Repensar América Latina» es el nuevo libro del académico Francisco Delich.

«Repensar América Latina» es el nuevo libro del académico Francisco Delich.
Francisco Delich: Hay que aceptar que no somos autárquicos, pero podemos ser autónomos en algunas materias; hay un orden de decisiones que están en nuestras manos.

Académico y político, con una larga trayectoria en su Córdoba natal y en la política argentina. Francisco Delich, exrector, exsenador provincial, aspira nuevamente a un cargo político en la cámara de la provincia, por el partido Radical, los tradicionales rivales del peronismo. Pero el escenario ahora es otro y va aliado a sectores peronistas cercanos al presidente Néstor Kirchner y a otros grupos populares.
Miembro del Consejo Superior de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Delich asistió la semana pasada a una reunión de esa institución celebrada en San José. Vino precedido de un nuevo libro, «Repensar América Latina’, en el que trata de abordar los desafíos que el nuevo escenario internacional presenta a la región. «UNIVERSIDAD» conversó con él sobre sus propuestas.
 

 
Usted afirma que un modelo se agotó en América Latina. ¿Cómo lo plantea en su libro?
 
– La idea principal del libro es que el siglo XX fue, para América Latina, el siglo de industrialización mediante sustitución importaciones. Ese proceso fue particularmente importante en Brasil, Argentina y México. No se trataba solo de una estrategia económica, sino de una forma de articulación del Estado con el mercado y con la sociedad civil.
Los grandes predicadores del proyecto, como el fundador de la CEPAL, Raúl Prebisch, o el brasileño Celso Furtado, recientemente fallecido, habían visto que este modelo podía colapsar o agotarse.
En ambos casos tenían claro que era un modelo para que los países despegaran pero que en algún momento, tenía que ser reemplazado por otro. Furtado contaba su experiencia en el nordeste de Brasil, cuando dirigió la SUDENE, un organismo de desarrollo creado en esa región. Él era consciente de que, en 1980, ese modelo estaba agotándose y que había que pensar en una alternativa.
El fin del modelo representó también el fin de muchas cosas; se reduce el papel de la clase obrera industrial y de la burguesía nacional; pierden protagonismo los partidarios de una alianza de clases en nuestros países, la reducción de la brecha de ingresos entre diferentes estratos sociales deja de ser una preocupación predominante, desaparece el Estado benefactor.
Acá hay una cosa que terminó y otra que todavía no empieza.
 
Agotado el modelo, ¿donde estamos?
 
– Se terminó el Estado de soberanía absoluta, el Estado autárquico, que prevaleció durante la fase anterior. La soberanía absoluta era un requisito para las políticas autárquicas, y eso ya no existe. Entonces, ni en términos políticos, ni económicos, el mundo está para que haya autarquías o soberanías absolutas. Salvo una, que es la de la potencia dominante.
Nadie puede cerrar su país al mundo sin que eso tenga gravísimas consecuencias. Pero uno puede decir: aceptemos que no somos autárquicos, pero podemos ser autónomos en algunas materias; hay un orden de decisiones que están en nuestras manos.
Los países de América Latina no pueden volver atrás. Entre otras cosas porque resolvieron bien su problema más grave, que era el de la transformación agraria. Además, lograron cierto grado de industrialización, al cual no pueden ni deben renunciar.
En esa materia, Brasil está un poco más adelantado que el resto de los países de la región. Produce aviones, puede competir con países ricos, tiene grados crecientes de valor agregado en sus exportaciones, ha logrado avances importante en cuanto a producción tecnológica.
 
¿Cuál es el nuevo nicho que sustituiría el modelo de importaciones?
 
– Un segundo problema es que con el colapso del modelo se acrecentó la brecha entre los más ricos y los más pobres. América Latina tiene la peor distribución de ingreso del mundo. Son sociedades muy inequitativas. Por lo tanto, no solo hay que elegir un nuevo modelo, sino resolver esas desigualdades.
El tercer problema es la emergencia del poder de los mercados. No estoy en contra, la realidad es esa. El reto no es suprimir los mercados, es hacerlo funcionar sin monopolios, sin oligopolios.
Para eso se necesita un Estado capaz de incluir a las mayorías, que funcione con la lógica de la ciudadanía, donde todos sean iguales, donde todos tengan que estar incluidos en el sistema.
 
¿Cómo se puede lograr eso?
 
– Esto implica un cambio cualitativo en la cultura latinoamericana. Las opciones drásticas están fuera del horizonte histórico; no se puede pensar en otro estado parecido al modelo soviético. Pero tampoco se puede imaginar puro mercado, como lo hacen algunos fundamentalistas de mercado.
Tenemos que ser capaces de crecer y acumular capital y simultáneamente, distribuir la riqueza, lograr niveles de equidades crecientes.
Tenemos democracias bastante consolidadas en América Latina pero de baja calidad, de modo que construir un nuevo modelo implica enfrentar ese desafío. En el viejo modelo la democracia no existía, pues lo importante era el desarrollo. Pero ahora las sociedades no tolerarían ese modelo, hay que resolver los problemas en el interior de la democracia.
 
Todo esto ocurre en un contexto internacional muy distinto también al de hace 25 años. ¿Qué implicaciones tiene eso para la región?
 
– Tenemos una globalización asimétrica. Estamos en clara desventaja para la competencia, pero no podemos revertir eso; hay una potencia hegemónica que garantiza ese orden y el camino se hace una cornisa para tratar de encontrar un lugar en ese mundo que no signifique un retroceso para nosotros.
Las conclusiones son casi obvias: necesitamos un Estado de derecho eficaz, con instrumentos para lograr equidad (eso se puede hacer, con seguridad, por la vía de la educación); se necesita fortalecer el sistema de investigación científica asociado al tecnológico; fortalecer las identidades nacionales y, simultáneamente, incluirnos en el planeta.
 
Una de las propuestas para esa integración son los tratados de libre comercio. Ahora mismo en Costa Rica, esto provoca una gran polémica. ¿Cuál es su punto de vista al respecto?
 
– Hay dos experiencias anteriores, las de México y Chile. No estamos hablando en puras teorías, se puede discutir con ejemplos a la vista.
Por una parte, hay un crecimiento formidable de las exportaciones mexicanas; pero, por otro lado, vemos una casi total destrucción del campo, que es igualmente impactante. El costo de ese proceso lo están pagando los sectores rurales.
En términos políticos me da la impresión de que México ha podido mantener grados importantes de independencia, pero el interrogante final está, como siempre, en qué pasa con los 25 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos. No se puede olvidar que Los Ángeles es la segunda ciudad donde vive más gente de ese país, que manda miles de millones de dólares en remesas a su país.
Yo lo veo entonces como un momento de bastante ambigüedad.
En el sur, el MERCOSUR decidió negociar en bloque, para evitar estos efectos colaterales, y mantener su identidad; mientras Estado Unidos prefiere una negociación individual, como la que hizo con Chile y que está tratando de hacer con Centroamérica.
De modo que la opción está planteada así: o hay una unión sudamericana o no queda más alternativa que la incorporación al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que impulsa Estados Unidos.

  • Gilberto Lopes 
  • Mundo
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