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El incidente en que al candidato del Partido Liberación Nacional, señor «Óscar Arias, se le impidió ingresar al canal universitario de televisión dio pie para que La Nación S.A. editorializara bajo el título «No hay universidad sin respeto» (23/07/05). Como se sabe, Arias es también el candidato de ese grupo empresarial. Si el expulsado hubiese sido, por ejemplo, Ottón SolÍs, o mejor todavía, Abel Pacheco, el medio quizás hubiera titulado: «Ciudadanos ahuyentan a político santurrón» o «Universitarios repudian inmoralidad de Pacheco». Pero el expulsado fue su candidato y La Nación S. A. lo llora. Normal. Cuando el periódico tenga una línea nacional y profesional, tal vez leeremos un editorial titulado: «No hay prensa sin responsabilidad social y respeto». Mientras el milagro ocurre, La Nación S.A. prescribirá como «respeto» cualquier acción que no perturbe sus intereses.
El caso sobre el que opina La Nación S.A. no compromete a la Universidad de Costa Rica por razones sencillas. Expulsar al señor Arias no es parte de ningún programa universitario. Quienes corrieron al candidato lo hicieron como ciudadanos, puesto que el señor Arias brega por la presidencia del paÍs, no por una decanatura, silla en el Consejo, o un empleo para asear los jardines del campus. Que los ciudadanos sean también graduandos tampoco compromete a la Universidad como institución, así como los comportamientos «erráticos» de los señores Calderón, Rodríguez y Figueres Jr. no implican a las universidades locales y extranjeras donde cursaron estudios y recibieron títulos. Quienes corretearon al candidato Arias fueron ciudadanos costarricenses.
¿Por qué ciudadanos costarricenses avientan del campus al señor Arias, tal como Jesús de Nazaret expulsó a los mercaderes del templo? (Mateo, 21,12-13). El cronista bíblico dice que porque los mercaderes habían convertido una casa de oración en «cueva de ladrones», o sea, la habían desnaturalizado. Por ello, Jesús fue intolerante y su acción, violenta, restituyó el «buen orden de las cosas». Los evangelistas reconocen que violencia e intolerancia formaron parte, sin paradoja, del amor nazareno. Jesús usó un látigo. Hoy habrÍa gritado: «¡No hagan de la ciudadanía un lugar para negocios!» (Juan, 2,16). Quienes expulsaron a Arias lo hicieron por amor y respeto.
Todos saben que el señor Arias recurrentemente desprecia a los ciudadanos (los tilda de «caracoles» y demanda su adhesión irrumpiendo en su vida y propiedad). En opinión fundada, violó la ConstituciÓn al pugnar por su reelección y lograr su habilitaciÓn jurídica. El señor Arias tampoco respetó nunca a sus compañeros candidatos de partido. Al irrespeto constante, Arias suma la concentración de poder: obispo de la ralea política, empresario millonario, respaldo de La Nación S.A. y una Sala IV amiga (Guido Sáenz dixit). Entornos cortesanos y «meritócratas» que, sabedores de su hinchazón, lo adulan para lograr beneficios y le llevan a creer que «contra Él, nadie». Aunque se trate de una experiencia personal penosa, el repudio ciudadano (numeroso o pequeño) debería hacerle reflexionar, madurar y crecer.
Después de todo no siempre se cuenta con gente sin codicias capaces de gritarle al Rey o Águila: «Vas sin plumas y no luces para nada sexy».
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