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GONZÁLEZ, Otto-Raúl
El Peuqueñal (País de los oficios poéticos)
México
Editorial El Cristal Fugitivo
2003
Pp. 46-47
Guatemala es un país de balas y dictaduras. Recordemos que de 1838 a 1871 fue gobernada por Rafael Carrera, Justo Rufino Barrios fue otro caudillo reformista, comandante de la oligarquía liberal, y de 1898 a 1920, Manuel Estrada Cabrera se alza con el poder. El absolutismo de este último dictador se caracterizó por reprimir fuertemente la libertad de escribir y expresarse en público, siendo el crimen político el mejor argumento para convencer a los que adversaban su manera de gobernar.
En el año de 1931, otro dictador, Jorge Ubico, ocupa la presidencia de Guatemala. Pasarán catorce años más para que abandone el poder, no por puro gusto, sino por la fuerza de los movimientos populares de junio de 1944. Este fenómeno dio como resultado una Revolución Democrática Burguesa que duró apenas 10 años, en donde el derecho a la educación, a la cultura, a ejercer el voto popular, a la tierra y la libre organización sindical y estudiantil, fueron las políticas fundamentales para convertir a Guatemala en un país civilizado, solidario y equitativo.
Otto Raúl tenía 23 años, de modo que su infancia y adolescencia las vivió bajo la bota del dictador, quien educado en la vieja escuela liberal, entendió siempre que gobernar era imponer la voluntad del presidente, sin contar para nada con la opinión pública, ni respetar la Constitución de la República. Ubico como todos los dictadores, mostró siempre el deseo de gobernar por sí, sin respetar las leyes. Los poderes Judicial y Legislativo, estuvieron completamente sometidos a su voluntad.
A pesar de todo, el poeta se da a conocer públicamente en 1943 con su primer libro, del todo emblemático: Voz y Voto del Geranio, cuando votar en Guatemala era vedado. Ese mismo hecho lo sitúa cronológicamente en la llamada Generación de 1940, o «Grupo Acento», formada casi exclusivamente por pintores, poetas y escritores, como el ya desaparecido Augusto (Tito) Monterroso. De allí en adelante no ha dejado de producir un solo día, producto de ello son sus poemarios, entre otros, Cuchillo de Caza, Oratoria del Maíz, Viento Claro, que subtituló «Poemas de un viaje al amanecer del mundo», además de La Siesta del Gorila y Poesía Fundamental, obra suya en la cual recoge su producción de 1943 a 1968 (veinticinco años de trabajo poético). Además, su poesía ha sido traducida al inglés, francés, ruso, checo y chino.
Sin embargo, dada su preocupación por la realidad socioeconómica de los pueblos subdesarrollados, y de su Guatemala asesinada por los militares que detentaron el poder (y aún lo ejercen aunque presidan «civiles»), desde la caída de la Revolución Democrática Burguesa, hasta la llamada «firma de la paz» (1996), la mayor parte de su obra ha sido escrita en el exilio.
Tras la caída de la Revolución Democrática Burguesa, producto de una invasión orquestada por los llamados defensores del «mundo libre», los Estados Unidos, y por medio de la temible CIA, se produce un éxodo de intelectuales guatemaltecos sin parangón en la historia guatemalteca. A partir de esta dramática realidad se dieron nuevas y sucesivas ausencias de más intelectuales, artistas, campesinos, obreros, estudiantes y profesionales revolucionarios organizados en diversas organizaciones políticas y guerrilleras.
La lucha tenaz de los guatemaltecos y la intolerancia política de la dictadura militar, que se origina después de la ignominia de 1954, en donde las camarillas de militares se relevan el mando tras gobiernos de facto, favorecidos por sucesivos golpes de estado, el genocidio militar siguió su curso durante prácticamente toda la segunda mitad del siglo XX, bajo una ola de desapariciones, torturas y muertes masivas de niños, mujeres, ancianos y hombres.
Este fenómeno aún lo resiente Guatemala, particularmente los sectores más progresistas, de hecho el país está en crisis: hay un déficit de pensadores, poetas y artistas, intelectuales y humanistas, por lo tanto, la imbecilidad y estupidización social aflora cada día más, sobre todo con la aparición de los llamados moles, los nintendos y la «educación» privada universitaria; también en las masas alienadas por los programas de televisión gringos, mexicanos y venezolanos (las telenovelas, los musicales, los reality show y el cine tonto hollywoodense), así como el consumismo bestial que práctica una burguesía insensible e indolente de las necesidades que apremian a las grandes mayorías del país, cada vez más empobrecidas, espiritual y materialmente.
Otto Raúl, le ha cantado y le sigue cantando al indio despojado de sus tierras y de su historia, a reformas agrarias truncadas, así como a la aspiración frustrada del derecho a la cultura, la salud y la educación, lo cual incluye el derecho a la tierra y, sobre todo, a comer, amar y sonreír. Porque después de 1954 y hasta la «firma de la paz», las desapariciones de ciudadanos honestos, ya sea por medio del asesinato premeditado, la tierra arrasada o el exilio, fue pan de todos los días. Fueron pues años de zozobra, de terror, de humillación y de sangre.
Ahora el poeta radica en México, tiene más de cincuenta años de vivir allí. En el año de 1968 lo invitaron sus coetáneos y compañeros de grupo a que viajara a Guatemala, precisamente al cumplirse un cuarto de siglo del aparecimiento de Voz y Voto del Geranio, el gobierno de turno le cerró las puertas. De ese año hasta la «firma de la paz» (28 años), la saña de la bota militar y los civiles lacayos, no permitieron que la palabra floreciera, solamente los muros de las ciudades gritaban y denunciaban el horror.
Firmada la «paz», ha regresado efímeramente a su patria, la extraña aún, pero su espíritu poético está allí, con los amigos de siempre, los que ya se fueron, los que ya no viven y los que con su pluma no han parado de contar la barbarie. También, (aún) están los «gorilas» -militares o civiles, con sus hijos, sus nietos y las esposas y los esposos de todos ellos-, esos que le temen a los poetas, pero él hace caso omiso, sigue escribiendo, ya no sólo a Guatemala, sino a todo aquel ciudadano del mundo que carezca de una cobija, o de sus más elementales derechos sociales y económicos, así como el derecho a la tolerancia y a ser reconocido como ser humano.
En su reciente libro, El Peuqueñal (país de los oficios poéticos), nos habla de su reencuentro con Rulfo, Miguel Angel Asturias, Vallejo, Neruda, Rubén Darío, Whitman, Eunice Odio y Alberti, entre otros. Dialoga con ellos imaginariamente y nos revela su amistad entrañable con todos, son conversaciones desde el centro de su memoria, en donde afloran las risas, los peligros de cada uno, los ritos y los tragos, algo para disfrutar y aprender que la vida, a pesar de todo, hay que vivirla para poder contarla.
En junio del 2004, en solemne agasajo, el poeta recibió de manos del alcalde de Alajuela, Fabio Molina, las llaves de la ciudad, emocionado argumentó: cuando llegué me entregaron una llave, ahora me dan otra, ah, ya entendí, es que una es para entrar y la otra para salir.
*Profesor-investigador, Universidad de Costa Rica.
EUNICE ODIO
Eunice Odio, una de las más connotadas poetisas del siglo XX, estaba instalada en una mansión que me pareció algo así como un palacio renacentista que me hizo recordar las residencias donde le gustaba vivir en Toledo a el Greco, y cuya renta pagaba con los dineros que le producían sus obras. Me habló por teléfono una tarde para invitarme a su casa y «platicar toda la noche». Acepté de inmediato; no puedo hacer otra cosa, pensé al recordar los hermosos años de juventud cuando nos conocimos y nos hicimos amigos. Siempre me habían gustado sus ojos verdes, su «inteligencia en llamas» y su gran sentido del humor.
Apenas hube llegado le dije: Eunice, vives en una mansión, en un palacio, en un castillo…Sí, dijo ella, con sus eternos modos de niña mimada, vivo en un castillo encantado. ¡Asombroso! ¿De qué te asombras? Tú me conoces bien, ¿no es así? Claro que sí, querida Eunice. No me debe extrañas nada de lo que esté relacionado contigo. Hace pocos días, continuó, supe que estabas en El Peuqueñal y a mí sí me extrañó que no me hubieses llamado; así que entonces decidí hacerlo yo. Quise inventar alguna excusa, pero me sentía atrapado. Está bien, no te preocupes más, dijo finalmente.
La noche era cálida, Morzart sonaba en el estéreo y en la terraza más cercana nos esperaba la cena. Al instalarnos ahí ella dijo: Esta es tu cena de despedida. ¿Qué? ¿Sabías que mañana me voy? Claro que sí, niño. ¡Vaya, vaya! Exclamé, ¡qué linda y agradable sorpresa! Cenamos, bebimos y conversamos durante mucho tiempo. Le conté que su poesía ya le había dado la vuelta al mundo traducida a casi todos los idiomas. Y que también en San José, Costa Rica, existía el parque Eunice Odio igual que en México hay otro que tiene el nombre de Rosario Castellanos. Te diré, me dijo, que todo eso ya lo sabía y no me emociona para nada. No había orgullo ni pedantería en sus palabras. Se me había olvidado por un momento que todo lo que sucede en la Tierra se conoce inmediatamente en la dimensión del Peuqueñal.
Terminó la cena, pero no la plática ni los brindis. A Eunice y a mí nos encantaba hablar mal de la gente. Y esa noche cortamos muchas cabezas que fueron enterradas bajo paletadas de sarcasmos y carcajadas. Considerando que era ya buena hora para retirarme, le dije que me tomaría «la del estribo» y aceptando, se quitó una zapatilla y dijo: Te la tomarás en mi zapatilla, como hiciste la primera vez que nos conocimos. Por supuesto que sí, Eunice, respondí apurando el cuenco rebosante; el tequila me supo a gloria. Ahora dime, pregunté, ¿cuál es tu ocupación aquí? Sus sonoras carcajadas llenaron de plata el ambiente e hicieron resonar los cristales. Soy Cazadora, dijo finalmente, de Erratas Inverosímiles, las cuales me recompensan metafóricamente a precio de oro.
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