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«Los chicos del coro» Filme recupera valores de la niñez

Un largometraje excepcional que invita a pensar sin ataduras, que conmueve sin manipulaciones y que alienta un cambio que, entre nosotros, podría servir de ejemplo para revitalizar la decadencia moral de este país y superar el pesimismo que nos asfixia.

Un largometraje excepcional que invita a pensar sin ataduras, que conmueve sin manipulaciones y que alienta un cambio que, entre nosotros, podría servir de ejemplo para revitalizar la decadencia moral de este país y superar el pesimismo que nos asfixia.

El próximo viernes 9 de septiembre (Día del Niño y la Niña) se estrenará la película «Los chicos del coro», ganadora del Oscar al Mejor Filme Extranjero y premiada por doquier. Aplaudida por millones en el mundo, no solo se trata de un magnífico filme; también facilita la reflexión crítica y el juicio moral de un modo muy oportuno; al tiempo que inspira sentimientos de esperanza  Su realizador, Christophe Barratier, es un guitarrista clásico reconocido quien por primera vez dirigió un largometraje. ¡Y qué manera de hacerlo, parece un veterano, tal su pericia y visión!. Acierta el distribuidor Luis Carcheri en apostar por este filme como un estímulo valioso a nuestra enrarecida cultura local.
El proceso educativo y la formación o deformación de los niños se prestan bien para comprender, mediante el arte, los valores, vicios y derroteros de una sociedad. Es lugar común confiar que los niños aun no están corrompidos y podrán construir un mundo mejor. Filmes como «Cero en conducta» de Jean Vigo, «Si…» de Lindsay Anderson y «La sociedad de los poetas muertos» de Peter Weir pusieron en jaque a las sociedades de sus épocas.
El microcosmos de un internado ofrece una excelente metáfora del conjunto social. En «Los coristas», este lugar, llamado precisamente «El fondo del pozo», se ve perdido en el campo, destartalado y pobre. Allí, niños que han rechazado el sistema escolar convencional y desarraigados de su familia (o carentes de la misma) sobreviven bajo los métodos represivos de un director que como en «El muro Pink Floyd» de Alan Parker desahoga su frustración y amargura en los párvulos. Como todo matón, oculta su debilidad en el abuso de los más indefensos. Su método es una especie de ley del Talión y el filme subraya su irracionalidad y su incapacidad de diálogo. Luego, veremos su falta de honradez y cinismo como parte de su cuadro psicológico que, por cierto, es tan frecuente en autoridades educativas y burocráticas de toda laya. ¿Quién no lo ha sufrido?
 
 

MÚSICO PRUDENTE

A ese pequeño y significativo infierno arriba un músico fracasado, celador y maestro, a contrapelo del héroe en boga -un cabal Gérard Jugnot («Monsieur Batignole»)-. Pequeño y más bien feo, nada anticipa su papel de héroe, que en todo caso, a diferencia de nuevo de la sociedad sensacionalista y de consumo máximo e indiscriminado que padecemos, no desembocará ni en la fama ni en la riqueza que la ignorancia y tontería dominantes equivalen con la felicidad.
Sin mayores pretensiones y con prudencia, el hombre actúa de acuerdo con su criterio moral, con respeto por sí mismo y los demás, responsable con su trabajo y con la certeza de quien maneja la razón y una dosis de optimismo rousseauniano. Su capacidad para distinguir el bien y afirmarlo, lo lleva a descubrir el talento musical de los chicos -extraordinario en uno: Pierre Morhange quien actúa y canta con la misma categoría- y a guiar sus inteligencias y ansias de libertad por el camino de un coro que resulta en su liberación, más que física -que también- mental.
Provoca, claro, y sin proponérselo, una revolución y la espantosa respuesta del poder establecido. Pero obtiene, como sucede siempre que se derrumban las mentiras, aliados inesperados. Su pequeña derrota en el cuento no disimula el triunfo en lo esencial. Así como Paul Rusesbagina salvó cientos de vidas como existencias en el filme «Hotel Ruanda», este maestro humilde salvó decenas de vidas como posible sentido de vida y plenitud espiritual.

EDICIÓN CON MAESTRÍA

Sencilla mas impecable, sin vana ostentación, cada plano y cada escena están llenos de ideas y sentimientos editados con maestría. Tiene actuaciones precisas y convincentes, la fotografía es adecuada tanto en su realismo como en su vuelo lírico, donde el paso de las estaciones se asocia a las temperaturas del alma; y hace gala de una música que colma el tiempo de energía  positiva (los niños del Coro de San Marcos hacen una interpretación memorable). Esta música es el camino del reencuentro consigo mismos y de la armonía con los otros, el afán colectivo que los hermana, el deleite inefable que sublima sus pasados de dolor y maldad, enrumbándolos mediante la belleza hacia el bien y la verdad. Con un sentido práctico memorable el maestro sabe encontrar el talento y el lugar para cada uno. El filme, asimismo, insiste en que nadie está totalmente perdido, ni aún el que lo parece, y subraya sin descanso que la injusticia y el mal son caníbales que se multiplican en su propio espejo. Es decir, que la violencia solo engendra violencia. Lo opuesto a la farsa que pregonan los políticos corruptos del mundo que etiquetan a sus rivales con falsas dicotomías para justificar así su impune ejercicio del mal.
Además, tiene un epílogo que muestra, como en «Caribe»,  que la familia no tiene necesariamente que ser una estructura económica para reproducir la represión y la conformidad, sino el ámbito diverso, que regido por el amor impulse las potencias humanas (el maestro y el huérfano). El mismo valor de la madre soltera desesperada, cuyo amor incondicional se revela mediante la nostalgia, en el hermoso prólogo del filme. Esta es una de los mejores películas que se ha estrenado en Costa Rica en muchos años.

  • Gabriel González Vega 
  • Cultura
Violence
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