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METÁBORA1: Un cuento congelado o un dulce tirón de orejas para Myriam Bustos A

Un esquimal de veinte años abandonó su tribu para buscar su sueño americano en el Grande Inuit 2.

Un esquimal de veinte años abandonó su tribu para buscar su sueño americano en el Grande Inuit 2.
Al llegar a la ciudad debió adaptarse inteligentemente, según Piaget, por lo que pronto le encontramos desempeñando _ascendentemente_   diversos oficios: limpiador de predios y ventanas, vendedor de chicles de menta, mandadero, vigilante de week- end,  repartidor de pizza, mucamo, asistente de ayudante de zapatero,  cosa que le permitió mayor seguridad económica y algún tiempo disponible para ingresar al INA de allá, donde se consagró como Suplente de Albañil para edificaciones de una planta que, alguna remembranza melancólica ejercía en su alma cuando pensaba en su pueblo, sus cabañas e iglúes.
El joven inuit era tesonero y continuó estudiando en academias para adultos e instituciones parauniversitarias que tanto abundaban por allá, hasta que un buen día _si acaso en esas inhóspitas regiones hay buenos días _ ingresó al equipo de redacción del «Sol Nocturno», una exquisita publicación artística-cultural _ subsidiada por el Estado, desde luego _ donde trabajó durante siete duros años de su vida.
 
 
Sin embargo, en aquel funesto año en que empezó la globalización, nuestro hombre fue enfermando continuamente, cada vez más y más y más, hasta que un buen médico del Seguro Social de allá, _ de origen laponés y probablemente emparentando a la distancia con el inuit _  le dijo enérgicamente: _ Mire, usted, su corazón ya no soporta. Ese trabajo le llevará a la tumba. Tiene usted una alternativa:3 o se acoge, de inmediato, a los beneficios del OTION4, o no podr* contar el cuento a su familia…
Dicho y hecho: el inuit se jubiló. Pocas semanas después preparó maletas, regalos, cachivaches, souvenires y una tarde inmensamente gris de agosto emprendió el regreso a su aldea, _  confiado en que las teorías del progreso y desarrollo de los hierofantes neoliberales _  mantuvieran al menos aún, la sonrisa candorosamente taciturna de su gente.
Ya de regreso en el pueblo, una noche se reuníó con sus amigos y excompañeros de juegos en la pulpería del barrio, donde a la luz de un mortecino farol contaba historias de la gran ciudad. Uno de sus amigos, llamado Artuk, le preguntó por las condiciones y tipo de trabajo que se realizaba all* y este respondió: _ Pues ver*n ustedes, se gana muy bien, se vive muy bien. El hombre blanco ha inventado muchas cosas, muchos trabajos raros… _ ¿Cómo cuáles?_Inquirió Artuk mientras masticaba un chicle de limón. _ Bueno, dijo doctoralmente nuestro inuit, el hombre blanco es raro, raro…Hasta inventó un trabajo que se llama escribir. Es muy duro, muy pesado, aunque se haga sobre papel. Por culpa de ese trabajo, estoy como estoy, por eso he vuelto. Los demás se quedaron mirando hacia el cielorraso de la pulpería, suponiendo que su coterráneo estaba chiflado, por lo que desde ese fecha ningún esquimal es escritor.                           ***
Pues bien, de este frío relato se desprende que escribir es un trabajo, un oficio, pese a lo que nos diga Myriam Bustos en su último libro «Microvagancias», bellamente ilustrado, editado por Tecnociencia , al que acompaña un enjundioso estudio de Jacques Sagot.
Si Myriam quiere entender por vagabunderías y vagancias mínimas suyas las intromisiones, los sin permisos arbitrarios para penetrar en las intimidades humanas, valga; no me parece justo, ni apropiado connotar el ocio creativo, el ángulo novedoso y la riqueza insistente de sus creaciones con un término muy peyorativo  que, nuestro pueblo es proclive a reciclar y esgrimir para la creación artística. Recuerdo, a propósito, que el chileno Jorge Edwards acaba de publicar su obra «El inútil» basada en un personaje de familia que escribía, en lugar de producir pesos y  cosas de interés económico social, como las que «producen» nuestros burócratas en las sagradas instituciones de gobierno. ¡Cuánto preferiría que nuestros oficinistas ministeriales, universitarios públicos y privados, profesionales, demagogos en campaña, pudieran escribir una sola de estas oligoovagabunderías que desnudan todo lo imaginable y morboso que nos ocurre y ocultamos!, para que pudieran conocer el arduo proceso de la creación y de una actividad tan noble que se ejerce para la sociedad, para el mundo, en cuanto trabajadores de la cultura. A  mi querida Myriam me resta replicar que la única vagancia obvia _  de que tengo alguna ligera idea _ reposa en los sepulcros.
Yo entiendo la actividad literaria como un oficio, como aquella parte de la dimensión vital donde se ejerce un ocio creativo y fecundo que, trasciende el implacable, cuasi maldito horario, las obligaciones y avatares cotidianos y expresa fenoménicamente la pureza de una libertad solidaria como manifestación cultural al servicio de todos los hombres. Por ello, creo que lo de Myriam no son vagancias microscópicas ni cosa parecida; son disecciones, son escritos _ siguiendo la línea de sus oligoembustes _ que denotan un supremo esfuerzo y trabajo para sacudir la inercia, la frivolidad de nuestros narradores que, al parecer quien contar algo pero olvidan sus historias al contacto con el primer renglón. Este bello libro confirma el acto de justicia del Premio de Cuento concedido recientemente a Myriam. Invito a leerlo, para convencer al público de que la literatura, el escribir, es un trabajo duro, cuya remuneración es elevada espiritualmente, e inversamente proporcional a la etiología cardiovascular y mental del escribiente.

1 Traducción al castellano e incorporación del elemento prefijal meta- para una voz albenaquia y así designar lo que trasciende la luz boreal.
2 Gan pueblo, multitud de gente blanca. La voz inuit es el término con el que los esquimales se designan entre sí, con el significado de gente, pueblo.
3 Imposible traducir al castellano el término original laponés.
4 Término en abreviatura, derivado del latín Otium

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