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Las comunicaciones han globalizado las tragedias. Las torres, el tsunami, ahora el golfo de México. Desde Asia llegó el grito de ayuda, ahora desde los Estados Unidos de América, el país más rico y poderoso del planeta: el huracán lo dejó devastado; fallaron los muros que se suponían capaces de detener el agua, las poblaciones fueron arrasadas, quedaron sin nada, solo llenas de angustia y de dolor, sin energía, sin teléfono, ni agua potable, ni cloacas – todos los poblados convertidos en inmensos albañales – carentes de centros de salud, ausentes de puestos de emergencia, sin seguridad pública, sin autoridades, sin medios viales seguros; millares de personas prisioneras en sus propias casas; los más sofisticados gimnasios convertidos en casas de abandonados y de pobres, madres separadas de sus hijos. La pantalla me trae caras de niños, jóvenes y viejos pidiendo ayuda. Piden comida, medicina, ropa, agua potable, «hielo».
Desde lejos, desde mi segura Costa Rica elevo mi oración por quienes, parientes y amigos sufren en el agua sucia, agua, agua, agua, que reclama meses para desaparecer, agua sucia, muertos, seres humanos y toda clase de animales, que flotan, oro por las madres que: han dado y están dando a luz en aquellas circunstancias; si, una generación nacida en estos terribles días. Oigo cuando piden «hielo», que les demanda el calor y cuyo alivio desaparece en pocos instantes.
Como el pasado, que vivió la desaparición de ciudades, ahora pienso en Nueva Orleáns, la bella, la pintoresca, la histórica, la tradicional, la musical, la que se agita bajo las aguas.
En la costa norte del golfo de México ocurrirá un fenómeno que nos concierne a todos, esos cinco estados se tragarán toda la inversión del planeta en tanto Estados Unidos trata de restaurar la desaparecida autoridad y el desaparecido mito del milagro americano que ha sucumbido con todo su poder y cuyos efectos han desnudado en aquella zona víctima del huracán, pobreza sin límites en el país más poderoso del mundo.
La tragedia sigue… hacia dónde van los damnificados, cual será su residencia, su trabajo, su esperanza.
Debemos mirar el futuro, prestar atención a las empresas privadas aseguradoras frente a los reclamos de sus clientes. Sigamos a los damnificados de hoy en la búsqueda de un futuro.
Costa Rica ha logrado la institucionalidad ausente en aquella inmensa área de los Estados Unidos. Ayudemos ahora a ese país a encontrar los caminos de la solidaridad y la hermandad humana, no basados en el poderío militar ni financiero sino en el derecho de todos los seres humanos a ser libres y tener trabajo y protección para enfrentar sus necesidades básicas.
Hagamos de América el continente de la esperanza y la solidaridad entre sus habitantes con verdadera justicia social. Nuestra América pobre puede y debe enseñarle a nuestros hermanos ricos y poderosos lecciones de humildad, amor por los más desvalidos y con clara conciencia de la importancia de cuidar, mantener y defender nuestro hábitat, nuestra naturaleza, nuestro mundo que es la única casa que tenemos todos: los ricos y los pobres. Las tragedias naturales de todo tipo: terremotos, tsunamis, inundaciones, huracanes nos lo están demostrando con toda severidad. Abramos los ojos, la mente y el corazón para actuar todos juntos: los del Norte y los del Sur, los del Este y los del Oeste, para proteger nuestro mundo; el único que tenemos.
* Expresidente de la República
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