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Katrina «parte aguas» en la historia de EEUU

El manejo de la crisis dejado por el huracán Katrina desató también un renovado debate sobre el racismo y la pobreza en el país.

El manejo de la crisis dejado por el huracán Katrina desató también un renovado debate sobre el racismo y la pobreza en el país.
Miles de muertos, miles de millones de dólares en pérdidas económicas, y la devastación de la ciudad de Nueva Orléans y de otras muchas en la zona del golfo de México podrían ser poca cosa comparadas con los efectos políticos y sociales que el huracán Katrina ha dejado en los Estados Unidos.
Sobre las aguas que inundaron la ciudad salió a flote una cara casi siempre oculta del país «profundo», ausente de las pantallas de televisión y los demás medios de prensa, desatando un debate que hacía mucho no se veía en esa nación norteamericana.
El país se ha visto obligado a mirarse en su cara mas pobre y mas triste, y lo que vio ha comenzado a provocar enormes reacciones.
Mas que el efecto del huracán, choca el desamparo de miles de personas que no tienen adónde acudir, ni posibilidades de escape, mientras el caos imperante durante la primera semana después de la tragedia es objeto de los más diversos comentarios en la prensa internacional.
 
 

EFECTOS

Los efectos del huracán en términos de vidas y recursos económicos perdidos son todavía objeto de especulaciones. Una semana después del paso del Katrina por los estados del sur del golfo, las autoridades dan cifras muy conservadoras sobre los muertos, pero advierten que lo peor está aun por venir. Las cifras oficiales eran de poco más de 250 personas fallecidas, pero las autoridades advertían que los números podrían superar los diez mil.
«No sería disparatado calcular que puede haber unos diez mil muertos», afirmó, el lunes pasado, el alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin, en una entrevista a la cadena NBC. Nagin no ha ocultado su ira y frustración ante la lenta respuesta del gobierno federal a la devastación provocada por el huracán en su ciudad. Algo parecido dijo el Secretario de Salud, Michael Leavitt. «Es evidente que se trata de miles», afirmó, al referirse al número de víctimas.
«Necesitamos estar preparados para esperar lo peor», era la opinión de Michael Chertoff, titular del Departamento de Seguridad Interior,  organismo creado por la administración Bush después de los ataques del 2001. Encargado de enfrentar los desafíos contra el seguridad del país, el organismo fue criticado por su falta de preparación. Preparándose para lo que puede venir, Chertoff afirmó que «cuando el agua sea removida de Nueva Orléans, vamos a descubrir los cuerpos de los muertos, quizás escondidos en las casas, o cuyos restos serán hallados en las calles». «Serán escenas tan horrorosas… como se puede imaginar.»
A medida que baja el agua y nuevas zonas de la ciudad se vuelven accesibles para los socorristas, cuerpos sin vida aparecen por todas partes: en altillos, flotando en las calles, en sillas de ruedas o incluso abandonados en las rutas. Craig Vanderwagen, responsable del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, dijo que en una sola morgue, en la prisión de Saint Gabriel, se calculaba que había entre mil y dos mil cadáveres. En el hospital Charity, por ejemplo, el depósito de cadáveres tiene cuerpos acumulados hasta el techo, informaba una agencia de prensa.
Por lo menos 350 mil viviendas quedaron destruidas, solo en el estado de Luisiana. Un millón de personas quedaron sin hogar en los tres estados más afectados. Las estimaciones por daños materiales se acercan a los $100.000 millones.
Estos efectos catastróficos, sin embargo, podrían representar poca cosa ante las consecuencias políticas y sociales que el manejo de la crisis podría tener para la administración Bush.

DRAMAS

Los relatos sobre la dramática situación en la zona de catástrofe, sobre todo en Nueva Orleáns, donde se concentran los medios de prensa, abundan.
«En el campo de refugiados que acabo de abandonar, en la autopista I-10 cerca de Causeway, miles de personas (por lo menos un 90% negras y pobres) están paradas y en cuclillas en el barro y la basura detrás de barricadas de metal, bajo un sol implacable, con soldados fuertemente armados que montan guardia», relató el dirigente sindical Jordan Flaherty, que vive en Nueva Orléans. Cuando pasa un autobús, añadió, «se detiene en cualquier parte, la policía abre una brecha en una de las barricadas, y la gente corre hacia el autobús, sin información sobre dónde los lleva — Baton Rouge, Houston, Arkansas, Dallas, u otros sitios. «Me dijeron que si te subes a un autobús que va a Arkansas (por ejemplo) ni siquiera permiten que se bajen en Baton Rouge a personas con familia y donde alojarse en el lugar. No queda otra alternativa que ir al refugio en Arkansas. Si tuvieras gente dispuesta a ir a buscarte a Nueva Orléans, no podría acercarse a menos de 27 kilómetros del campo».
El relato de Flaherty abunda en escenas de la vida en la ciudad francesa antes de la catástrofe.
«La ciudad tiene una tasa de analfabetismo de un 40%, y más de un 50% de los niños negros de noveno año no se graduarán en cuatro años. Luisiana gasta un promedio de $4.724 por la educación de un niño y está en el 48 lugar del país por los peores salarios para los maestros», señaló.
«Hay una atmósfera de intensa hostilidad y desconfianza entre gran parte de Nueva Orléans negra y el Departamento de Policía de la ciudad. En los últimos meses, han acusado de todo a policías, desde tráfico de drogas a corrupción y robos. En incidentes separados, dos policías de Nueva Orléans fueron recientemente acusados de violación (de uniforme) y ha habido varios asesinatos policiales de jóvenes desarmados, incluyendo el asesinato de Jenard Thomas, que inspiró continuas protestas semanales durante varios meses».
«La política de Luisiana es famosa por la corrupción, pero con las tragedias de esta semana nuestros dirigentes políticos han definido un nuevo grado de incompetencia», añade.
Los relatos de lo que estaba ocurriendo en los refugios, los asaltos y violaciones, pintaban una situación de descontrol e improvisación difícil de imaginar.

Atenderé problema de terrorismo y tragedia
En ese marco, no era difícil imaginar las consecuencias que empiezan ya a perfilarse en el mundo político norteamericano.
Un día antes de que los diques que protegían  cedieran, Bush pronunciaba un discurso en Colorado comparando la guerra de Irak con el II Guerra Mundial y a él mismo con Franklin D. Roosevelt, recordó el asesor del expresidente Bill Clinton, Sydney Blumenthal. «Nosotros sabemos que la mejor manera de traer paz y estabilidad a la región era trayendo libertad al Japón», afirmó Bush en su discurso. El presidente «se ha embarcado en su propio tranvía llamado deseo», ironizó Blumenthal.
Bush aseguró que Estados Unidos podría mantener la «guerra contra el terrorismo» y atender las demandas de esta tragedia. La realidad es que, probablemente, no esté en condiciones de atender a ninguna de las dos. La fragilidad de una economía norteamericana, que ha vivido demasiado tiempo de prestado no se lo permite.
El manejo de la crisis desató también un renovado debate sobre el racismo y la pobreza en el país. La trágica «herencia racial» del país ha sido recordada en todos los tonos.
Lynne Duke y Teresa Wiltz, del Washington Post, recordaron que en los Estados Unidos se demoniza el «otro» porque están condicionados para hacerlo. Es más fácil, afirman, colocar a la gente en una caja y guardarla en un rincón, lejos de nuestra vista. Así los problemas se transforman en «su» problema, no nuestro. Katrina abrió la caja, y dejó en evidencia la dramática situación de quienes no estaban acostumbrados a salir en TV, y que imploraban ayuda, y expresaban su ira, por lo que consideraban olvido y abandono por parte de una administración que reaccionó tarde y mal, y que parece incapaz de comprender la magnitud de lo que ha ocurrido y las consecuencias que tendrá sobre la economía y la política norteamericana.

  • Gilberto Lopes 
  • Mundo
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