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Las discusiones en torno a la firma y posible ratificación del TLC han sido útiles en muchos sentidos.
Cuando se afirma, por ejemplo, que el tratado comercial es sinónimo de desarrollo, se nos obliga a reflexionar nuevamente acerca de esa concepción del desarrollo y cuáles son, entonces, los problemas que podría enfrentar Costa Rica si convierte las prioridades nacionales en cuestiones de finanzas, negocios e indicadores macroeconómicos.
Hemos insistido muchas veces acerca de las nefastas consecuencias que tiene, por ejemplo, el considerar a la educación como un bien del comercio y no como un derecho que el Estado tiene la obligación de tutelar.
En el mismo sentido, debemos valorar si las demandas del consumo y de la eficiencia mercantil resultan compatibles con nuestras necesidades ambientales y con el respeto a los derechos sociales y culturales, que no se rigen por los parámetros del comercio ni tampoco pueden sustraerse de los mecanismos de justiciabilidad de los derechos humanos.
Quizás porque las respuestas institucionales han apostado la mayoría de sus recursos a la atención de la economía, antes que de la sociedad, hemos caído en una lógica errónea, que en palabras de Latouche, propone comprender el bien-estar como bien-tener.
El desarrollo no es resultado de una negociación financiera ni la pobreza es producto de la ausencia de comercio.
Podríamos pensar en el desarrollo más bien como un proceso de aprendizaje colectivo, que nos permita construir una ciudadanía responsable y feliz, a partir del reconocimiento de nuestras capacidades y de nuestros ideales.
Por esa razón, el único desarrollo aceptable es aquel que tenga como fin garantizar todos los derechos humanos de todas las personas.
Si admitimos esa premisa, debemos también reconocer la necesidad de reformular las políticas públicas para vincularlas con los verdaderos propósitos del desarrollo, de modo que cada día estén más y mejor conectados con la generación de oportunidades y derechos y con el disfrute pleno de los frutos de la humanidad.
Tal vez tengamos que ceder ante la premura de los tiempos y pensar si vale la pena vender lo que nos falta, comprar lo que ya tenemos o mirarnos al espejo para saber cuál es nuestro destino. Quizás debamos preguntarnos, como diría Alejandro Lerner, si volver es una forma de llegar.
Relator Especial de la ONU sobre el Derecho a la Educación
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