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Crítica de cine Valentín

«Hay cierta moda donde el cinismo posa de inteligente y en mi caso quise ir un poco a contramarcha de esto.»

«Hay cierta moda donde el cinismo posa de inteligente y en mi caso quise ir un poco a contramarcha de esto.»



Alejandro Agresti, director
Un niño de ocho años, solitario a su pesar, sueña, lucha y sufre, sin dejar de amar y gozar la vida con lógica implacable. Rodeado de adultos, debe asumirse como tal frente a estos. Pese a las dudas de verosimilitud que deja su madurez, el personaje nos cautiva con su ternura, su sinceridad y placer de vivir. Arrimado a su abuela cascarrabias y enferma (una convincente Carmen Maura -de «Mujeres al borde un ataque nervios»- que revela un fondo bondadoso), ayuno de padre y madre, explora con curiosidad y aplomo el mundo a su alrededor, empeñado en resolver sus problemas (aferrado a la ilusión de ser astronauta); y especialmente dedicado a hallarle novia a su padre arrogante e irresponsable (que interpreta el propio Agresti), para así formarse un hogar.

La extraordinaria actuación de Rodrigo Noya como el niño guía fácilmente al filme, que se recibe con simpatía. La sencillez de la trama coincide con la del estilo. Se aprecia la sutileza de las miradas críticas de la obra (sin la acidez de un Mike Leigh -«Vera Drake»-) y el valor otorgado a lo cotidiano en esa década que transformó el mundo. El buen humor permea todo el relato.

Es un filme muy argentino (de un nacional que vive en Europa), ubicado en los barrios porteños de los años 60, que despierta sentimientos universales. Laureado en Mar de Plata y Utrecht -donde compitió entre otras con la costarricense «Caribe»-, reconocido  en Cannes y San Sebastián, ésta es una película agradable, que se percibe honrada y deja reflexiones positivas. De hecho me gustó más que la pretenciosa y fallida «Una noche con Sabrina Love» que Agresti no logró cuajar como sátira de los medios. En todo caso, Alejandro es un autor muy respetado, con 25 filmes realizados, y algunos bien reconocidos como «El viento se llevó lo que». En ésta última («Valentín») explora sus recuerdos personales con autenticidad.

Al final comprendemos todos que no es necesario llegar a La Luna, basta con encontrarnos a nosotros mismos y hacer de nuestra vida -con lo que hicieron de nosotros- lo mejor posible, para nosotros mismos y para los demás (el sentido que debemos otorgarle a nuestra existencia, sea el ejercicio de la libertad de cada quien).

Junto a las europeas «Los chicos del coro» (estupenda lección humanista en clave musical nominada a dos Óscares) y la magnífica «Querido Frankie» (sobre otro niño de un hogar roto) forma una trilogía no hollywoodense en cartelera que combina el buen gusto del sétimo arte con la esperanza y el predominio del amor. Conviene verlas, son un deleite.

  • Fernando López González 
  • Cultura
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