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Somos choriceritos, ¿y qué?

Cuatro campañas políticas atrás, en el día de las votaciones, un partido distribuyó camisetas entre los niños y las niñas con una leyenda: «Somos choriceritos, ¿y qué?» Muchos de ellos ahora serán jóvenes padres y madres de familia que no tendrían ningún reparo en que sus hijos e hijas exhiban ahora  una camiseta en la que se lea: «Papá y mamá son choriceros, ¿y qué?» Ellos guiarán de su mano a sus retoños para que de nuevo orgullosamente, y de manera bulliciosa, se paseen con su camiseta por los centros de votación, o sea,  en los alrededores de nuestros centros educativos.

Cuatro campañas políticas atrás, en el día de las votaciones, un partido distribuyó camisetas entre los niños y las niñas con una leyenda: «Somos choriceritos, ¿y qué?» Muchos de ellos ahora serán jóvenes padres y madres de familia que no tendrían ningún reparo en que sus hijos e hijas exhiban ahora  una camiseta en la que se lea: «Papá y mamá son choriceros, ¿y qué?» Ellos guiarán de su mano a sus retoños para que de nuevo orgullosamente, y de manera bulliciosa, se paseen con su camiseta por los centros de votación, o sea,  en los alrededores de nuestros centros educativos.
Y es que del choricerismo se ha pasado al cinismo.  La interrogante  ¿y qué?, no es más que esa pose desvergonzada de quien no está obligado a dar cuentas por sus acciones. Es esa pose que se ha convertido en una factura cara para los políticos en el  momento de recurrir a los ciudadanos para ser favorecidos con sus votos.  La ciudadanía, la que tiene madurez política, ha comprendido que este tipo de individuo, que ha asaltado el poder, es nocivo para la convivencia democrática. Al cínico, verdad de Perogrullo,  ya no se le cree precisamente por ser cínico, entendido el concepto como haber perdido la capacidad de avergonzarse.
El cínico es un grado adelante del choricero, tiene una raya más en su charretera. El segundo comenzó haciendo negociados de modo vergonzante, a la sombra, para luego hacerlos abiertamente. El cínico se hace rodear de choriceros y les exige pleitesía. Y es que los cínicos escogen personas cuyo modus vivendi ha sido sacar provecho propio del poder. Son los clásicos cortesanos que alimentan al cínico en su ansias de ascenso y, haciéndolo, se alimentan a sí mismos porque están prestos a recoger las boronas del banquete. ¡Pero qué clase de boronas!
 
El concepto de bien público, ambos personajes lo han ignorado desde hace mucho tiempo, convirtiendo sus acciones en una máxima del beneficio personal. Todo lo que realizan va tras la búsqueda de su permanencia en la cúspide del poder y para llevar agua a sus propios molinos. El agua de sus molinos es el compadrazgo, la repartición de prebendas, las asesorías con tarifas exorbitantes, la repartición de cargos públicos como bienes hereditarios, la explotación del medio ambiente sin reglas que lo impidan, la privatización de servicios públicos altamente rentables, la venta del país en retazos…
Y es que cínicos y choriceros por sí mismos constituyen un grupo perverso, en donde unos y otros se reparten los papeles estelares de ingeniosos y testaferros. El primero planea y bendice las acciones desde el más insondable Olimpo de impunidad, el segundo se presta como medio para llevar adelante esas acciones. El ingenioso es el padre de los ilícitos, el testaferro es quien pone la cara cuando a la luz se logran escapar algunos de sus desaguisados. La cara del testaferro siempre es impávida y su gesto es arrogante. Ambos atesoran capitales y exhiben con petulancia su riqueza, delante de pueblo cada vez más empobrecido. No se sienten nunca acorralados, porque la libertad la valoran en términos de la riqueza económica construida.
Cínicos y choriceros desde hace ya mucho tiempo se han encargado de minar la confianza de una ciudadanía que ha comenzado a salir de su letargo.

  • Carlos Fuentes Bolaños, Profesor Escuela de Tecnologías en Salud.
  • Opinión
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