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Lanzarme en una columna sin puntos ni comas sin respiraciones sin coherencia sin que el lector pueda advertir un sentido determinado y vaya y venga como las olas del mar y lanzarme sin paracaídas desde un avión que surca los cielos a diez mil pies de altura con la esperanza de
caer intacto y celebrar el milagro de la absolución
Como pueden observar las incoherencias y el absurdo se contagian, porque he leído con absoluto asombro, en la edición 1636 del Semanario Universidad, que quienes no toman alcohol «presentan menor eficacia en la resolución de problemas».
Las afirmaciones se desprenden de un estudio del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP) de la Universidad de Costa Rica, realizado con grupo de 720 jóvenes.
Acto seguido el director del IPP, Rolando Pérez, sostiene «que la solución a los problemas derivados del consumo de licor no es favorecer a los abstemios, sino enseñar a los jóvenes a tomar responsablemente…».
Motivado por esa extraordinaria lección de inteligencia, sentido común y visión científica sobre el alcohol, me he ido de inmediato a la Internet con la esperanza de, por analogía, encontrarme con una miles o miles de páginas que me enseñen a consumir responsablemente el arsénico, terror y obsesión de escritores, gramáticos y suicidas.
Antes de hallarme las anheladas páginas sobre el arsénico, me he tropezado por una feliz coincidencia temática con un reportaje publicado en la edición digital de El País, de España, del 11 de septiembre, en el que se explica que miles de jóvenes sucumben por la cocaína llevados de manera magistral por el alcohol.
Acá, en mi tierra, sin embargo, un Instituto que se supone es responsable y serio divulga un estudio que podría generar profundas confusiones entre los jóvenes.
Da la impresión, incluso, de que esos investigadores son como los publicistas de antaño: se pasan la vida entre cuatro paredes a la espera de que los ilumine el genio que no tienen y nunca salen a caminar por la Calle de la Amargura o jamás escuchan los desastres que el alcohol deja por donde pasa, sea entre clases altas o bajas, entre católicos, protestantes, los Hijos de Jesucristo de los Últimos o los Primeros Días, entre derechistas, socialcristianos o liberacionistas, total, es lo mismo.
«Empecé con borracheras de fin de semana y enseguida pasé a las pastillas. Tomé las primeras cuando tenía 16 años y me gustaron porque con ellas tenías la diversión asegurada. Luego ya todo fue muy rápido. En cuestión de semanas tomé de todo, éxtasis líquido, trippies y, al final, cocaína. Ahí me quedé colgado».
Claro que se quedó colgado el joven español Dami, porque de seguro no tuvo la asesoría del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la UCR para que le enseñara a «tomar responsablemente».
«Hay un patrón que se repite con frecuencia: comienzan a consumir alcohol y hachís en el colegio o el instituto, y luego pasan a las pastillas y a la cocaína. Hacen itinerarios diferentes, pero lo habitual es el policonsumo», expresa en el reportaje la investigadora Lluísa Pérez, a quien le convendría una pasantía por el IPP para que pueda ver el mundo de otra manera, quiero decir, de una forma más científica.
Jordi, uno de los muchachos citados en el reportaje, que ha padecido el consumo de cocaína, pide, tras ingresar a un programa de rehabilitación, que «Ni una vez. Lo mejor es no empezar».
Aquí, en mi tierra, le habrían aconsejado otro proceder y yo, como creo más en las razones de los académicos que en los testimonios de los hombres sin ciencia, me voy a ir a tomar unos traguitos y unos arsénicos, total, que aunque ya no sea tan joven, estoy convencido de que en la hora cumbre el Instituto de Investigaciones Psicológicas de la UCR me enseñará a «tomar responsablemente».
* Periodista.
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