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«Colón admiró mucho sus habilidades, inteligencia y buen juicio por lo que se llevo dos para que le sirviesen de guías». Cartilla histórica de Fernández Guardia (47ª edición).
Hubo un tiempo en que el descubrimiento de Costa Rica por el mismísimo Descubridor de América era considerado motivo de orgullo. Incluso el nombre del país se le llegó a atribuir al famoso navegante genovés. Era sólo un detalle dentro de la concepción eurocentrista de nuestra historia, pero muy significativo.
El aniversario de aquel acontecimiento es una oportunidad propicia para reflexionar sobre lo ocurrido entre el 25 de septiembre y el 2 de octubre de 1502. Y aquí los documentos demuestran que lo sucedido realmente dista mucho de haber sido un encuentro idílico. Para los primitivos habitantes del país debió haber resultado incomprensible la terca negativa de los españoles a comerciar y el rapto o secuestro de dos personajes principales de la comunidad provocó una verdadera conmoción entre los indígenas. Por la parte europea los testimonios son contradictorios. Colón era, en aquel momento, un hombre derrotado que, por lo mismo, se aferraba patológicamente a su obsesión por el oro. Fue entonces cuando escribió aquello de que el oro es algo maravilloso que, convertido en tesoro, permite hacer lo que se quiera en este mundo e incluso, en el más allá, comprar el paraíso. El país y sus gentes causaron una impresión muy negativa en el Almirante. Esta reacción resulta especialmente chocante si se comprar, por ejemplo, con la admirada descripción de los taínos de República Dominicana y sus elogios y entusiasmo por Cuba. Por el contrario, de Costa Rica dijo: «En Cariay y en esas tierras de su comarca son grandes hechiceros y muy medrosos. Dieran el mundo porque no me detuviera allí una hora. Cuando llegué allí, luego me enviaron dos muchachas muy ataviadas; la más vieja no sería de once años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura que no serían más [sino] unas putas; traían polvos de hechizos escondidos. En llegando las mandé adornar de nuestras cosas [mandó darlas vestir y comer dirá su hijo] y las envié luego a tierra».
¿Qué sucedió realmente? ¿Fue aquél un encuentro ominoso o sólo estamos ante una interpretación malintencionada del frustrado Virrey? Hernando Colón, testigo niño de aquellos hechos suavizó años más tarde la crudeza del cuadro paterno. Según él, las niñas tendrían ocho y catorce años, se habrían comportado «con gran fortaleza» y actitud honesta y al ser devueltas después a tierra, recibidas por los suyos con gran alegría. En cualquier caso, las referencias colombinas no dejan de ser inquietantes e introducen un elemento discordante en las descripciones al uso de lo que podríamos llamar la partida de nacimiento de la Costa Rica moderna. ¿Por qué será que la historiografía ha omitido esta otra cara del Descubrimiento?
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