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George Clooney (Lexington, Kentucky, 1961) es un tipo encantador, casi irresistible. Sonríe, bromea y busca la complicidad del interlocutor. La entrevista se desarrolla en un hotel veneciano y se centra en Buenas noches y buena suerte, su segunda película
como director. Se trata de la apuesta más audaz de su vida: tuvo que avalar los ocho millones de dólares (más de 6,5 millones de euros) que costó producirla con su propia casa, porque nadie quería arriesgar dinero con una película que criticaba al poder y
podía ser considerada antipatriótica por la derecha estadounidense. Las descalificaciones políticas comenzaron incluso antes del estreno. «En mi país me llaman traidor», comenta.
Parecía difícil que Estados Unidos volviera a vivir tiempos similares a los de los años cincuenta. Y sin embargo, aquí están Guantánamo, la ley antiterrorista aprobada tras el 11-S, los abusos en las cárceles iraquíes… Lo que ocurre hoy parece incluso peor que el macartismo.
Recuerde que después del ataque a Pearl Harbour, todos los ciudadanos estadounidenses de origen japonés fueron encerrados en campos de concentración y que los ensayos nucleares soviéticos generaron aún más miedo que los atentados terroristas de 2001. Por
un tiempo, como ahora, los ciudadanos antepusieron la seguridad a la libertad. Entonces también se acusaba de antipatriota a quien criticaba al Gobierno. Pero creo que, como entonces, las cosas se arreglarán. Estados Unidos funciona así, por ciclos. La gente empieza a descubrir la verdad: que los iraquíes no tuvieron nada que ver con la destrucción de las Torres Gemelas, que no había armas de destrucción masiva en Irak… La información veraz está ahí, el problema consiste en que no es fácil encontrarla ni
distinguirla de la propaganda que difunden ciertos medios.
Usted ya era considerado un «peligroso izquierdista» por la nueva derecha que apoya a George W. Bush. ¿Le causará problemas esta película?
Mire, determinados medios de mi país me acusan de traidor desde hace algún tiempo y Buenas noches y buena suerte no mejorará mi imagen en los ambientes ultraconservadores. Pero creo que cuestionar y, en su caso, criticar la actuación del Gobierno es un deber cívico. Y me ha ayudado mucho releer las crónicas y los discursos de Edward Murrow, porque inspiran y fortalecen. Empecé a pensar en rodar una película sobre Murrow y McCarthy hace cinco o seis años, antes del 11 de septiembre y de todos los desastres que trajo consigo, y mi idea nunca fue hacer un manifiesto político.
Quería hablar del poder de la información veraz y honesta y de la vigencia de la posición de Murrow: las libertades y los derechos constitucionales son sagrados. Lo que ocurre es que la nueva derecha está rehabilitando al senador Joe McCarthy. Anne Coulter, una de las más famosas polemistas conservadoras, ha publicado un libro en el que afirma que McCarthy fue un héroe y Murrow se comportó como un traidor. Recordando lo que ocurrió en realidad me he visto metido de lleno en el debate político. Yo no quiero dar lecciones a nadie, pero si no respetamos la libertad y los derechos en nuestro propio país, ¿en nombre de qué luchamos?
Su inclusión en el debate político estadounidense no es casual. Usted, por ejemplo, mantuvo en Edimburgo una larga reunión con Paul Wolfowitz, ex subsecretario de Defensa, presidente del Banco Mundial y uno de los halcones de la nueva derecha.
Eso fue muy interesante. He participado en bastantes manifestaciones públicas contra Wolfowitz y resultó curioso estar encerrado con él en una habitación. Él se ofreció a debatir cómo se podía ayudar al Tercer Mundo durante la cumbre del G-8 en Edimburgo, me invitaron al debate y acepté, como otras personas.
Vale la pena intentar convencer al enemigo.
Cabe pensar que la profesión de su padre, periodista televisivo, influiría en su interés por la historia de Edward Murrow.
Por supuesto. Murrow era un héroe en mi casa y fue siempre el modelo profesional de mi padre. Mi padre, a su vez, es un héroe para mí. Con mi hermana, aprendimos a comer deprisa cuando nos invitaba otra familia, porque mi padre casi siempre discutía con los anfitriones y teníamos que marcharnos antes del postre. Es un hombre de convicciones firmes que siempre expresa su opinión, un periodista incómodo, y eso hizo que le despidieran de bastantes empresas. ¿Y sabe qué? Yo me siento orgulloso de todas las discusiones, de todas las comidas sin terminar y de todos sus despidos.
Su padre fue candidato demócrata al Congreso por Kentucky en las pasadas elecciones y usted no le ayudó a hacer campaña electoral.
Por no perjudicarle. Si yo hubiera aparecido por allí, habría saltado enseguida la vieja acusación sobre los liberales de Hollywood, los actores millonarios que hacen progresismo de salón, y decidimos que convenía que yo quedara al margen. De todas
formas, el candidato republicano hizo una campaña durísima contra mi padre, distribuyendo montajes fotográficos en los que se le veía descamisado y con un porro en la mano. ¡Mi padre, un señor que siempre lleva corbata y no ha visto un canuto en su vida! Mi padre perdió por paliza, claro, y a sus 71 años no tiene interés en volver a intentarlo.
Acaba de mencionar el desprestigio moral de Hollywood ante el estadounidense medio. Hollywood sufrió también la campaña de McCarthy en los cincuenta.
Sí. Y al final se demostró que esos «progresistas de salón» tenían razón. Tenían razón los actores y cineastas que se opusieron a la caza de brujas. Y tuvieron razón después cuando defendieron la igualdad de la mujer, la igualdad racial, los derechos civiles… Hollywood siempre ha tenido razón en los debates importantes. Y a veces ha hecho más que la propia prensa por cambiar la opinión de la gente. La película Adivina quién viene esta noche [protagonizada por Spencer Tracy, Katharine Hepburn y Sydney Poitier] fomentó una gran reflexión colectiva sobre la estupidez del racismo.
Buenas noches y buena suerte es una película en blanco y negro y llena de diálogos rodada con el formato de un documental, aborda un momento delicado de la historia americana reciente y, además, muestra a unos personajes que fuman como posesos. ¿No tiene miedo de que, como las obras de Woody Allen, guste mucho en Europa y poco en Estados Unidos?
Puede ocurrir. O no. Tres reyes, una película difícil y con gran carga política, fue un éxito en Estados Unidos y un fracaso en Europa. Nunca se sabe. Lo que más nos preocupaba era la distribución posterior en televisión, que permite recuperar la
inversión aun en caso de fracaso en los cines. Todas las grandes cadenas estadounidenses rechazaron Buenas noches y buena suerte por estar rodada en blanco y negro. Afortunadamente, HBO [la cadena de cable que emite series como Los Soprano] compró al final los derechos. Eso significa que no tendré que vender mi casa.
Cuando los productores supieron que yo no asumiría el papel protagonista, sino uno secundario, se negaron a arriesgar los ocho millones que costaba el proyecto, y tuve que ofrecer mi casa como aval.
Tomado de El País.
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