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Bastaba con salir a cualquier centro comercial de la capital para encontrar la dicotomía entre un chinamo y un mall.
Una bipolaridad donde el portal, la pólvora y el tamal competían con los árboles de navidad sintéticos, cubiertos de nieve, también artificiales. Una polaridad, donde se evitaba el mestizaje y la hibridización, que darían lugar a una nación. Los chinamos parecían formar parte de un recuerdo brumoso de nuestra niñez y los malls de una mitología del capital importado. La diferencia era tan grande entre ambos que no logramos la síntesis, para crear una nueva persona. Lo mismo ocurre en otros países, tales como los Estados Unidos, donde el tradicional San Nicolás, ha sido desplazado por el cibersalvajismo y sus “playstations”. El salvaje del mundo cibernético, sin tradiciones, sin historia y sin cultura, parece más bien un bebé creado en un tubo de ensayo. Vive, más no tiene símbolos de transformación, ni pasado que lo acompañe.
En Costa Rica estamos acostumbrados a que lo extranjero siempre vino primero y lo nacional fue su imitación. Cuando no es el caso, dejamos que ocurra su opuesto, sin oponer resistencia. Confrontados con esa polaridad entre chinamo y “playstation”, nos convertimos en almas entumecidas buscando, a decir del poeta nacional, “refugio bajo algún alero”. Ambos son mundos y ambos parecen haber muerto. Las navidades no parecen excitar lo religioso, lo mitológico o lo espiritual, más allá, del grado en que se puede correr hacia una tienda a gastar el aguinaldo. Las fiestas de Navidad siguen oscilando entre dos mundos, el de una sexualidad exagerada, acompañado por el absurdo de una sobredosis de Viagra y la tendencia hacia la depresión, curado por una benevolente dosis de Prozac. La cultura del guaro de un pasado, confronta la cultura del narcótico adictivo de un futuro tenebroso. Religiones extremistas, pregonan la existencia de cielos adonde la pobreza es el azote de Dios y ha de aceptarse. Más la nuestra, ese catolicismo de santos y templos acogedores, se mantiene en silencio parcial, a través de esa crisis ontológica y confrontación cultural. El Padre Nuestro que se reza en cada misa, no pregona aun en las calles del hombre, la moralidad del pan físico de cada día, ante los aumentos en el costo de vida excesivos, que destruyen a la clase media.
Aumentos en parte artificiales y llenos del veneno del crédito que logra que el costarricense, viva debiendo su futuro al comerciante y al hotelero. La inmoralidad del consumerismo, no ha sido inteligentemente enfocada por nuestra tímida y algo conformista Iglesia Católica. ¿Me pregunto, que es el futuro del tamal o si no deberíamos quizás ya comprar, para Navidad, una cena en un restaurante de comida rápida?
El capitalismo no solía ser destructivo antes de Milton Friedman. Era un capitalismo jocoso y bonachón. Los Estados Unidos, un viejo amigo del cual, se podía depender en tiempos de necesidad. El paradigma despiadado de los chicos de Chicago, particularmente, el de los seguidores de Friedman intentó desgarrar el alma y el corazón del capitalismo, produciendo una máquina económica egoísta y centrada en si misma. El Tercer Mundo ha sido la víctima de ese desastre espiritual. A pesar de los esfuerzos de Juan Pablo II, la Iglesia Católica no estaba preparada para confrontar el embate de las olas de una economía sin alma y sin corazón. Eso no debe de sorprendernos, pues gran parte de la doctrina católica, no ha cambiado significativamente en materia teológica, desde el Concilio de Trento y su retraducción por Vaticano I.
Teológicamente, aun se encuentra en el periodo de la contrarreforma. Sospecho que hasta San Carlos de Borromeo, se asombraría de la ausencia de un Vaticano III (Vaticano II parece estar enterrado). La misma doctrina moral sexual, parece fabricada para los habitantes de un monasterio y no capaz de coexistir con el hombre moderno. Por otra parte, en materia social, es una voz poderosa, más aun no esgrime una espada lo suficientemente capaz de forzar reformas fundamentales en el nivel mundial. El paradigma despiadado, también asaltó al mundo católico. Que lo digamos nosotros, los latinoamericanos, hijos de una cultura católica y de un liberalismo laico que a finales del siglo 19 y principios del veinte forjó nuestra democracia, particularmente en Costa Rica. El hedonismo, producto de ese capitalismo despiadado y su uso de un simbolismo sexual con fines de vender productos, asaltó nuestros templos del corazón también. Son tantos golpes de estado al amor y a la caridad. El paradigma de la muerte nos enseñó a ser “desafiantes” y comprar los “playstations” de una nada, en vez de tamales y portales. No se si Jean Paul Sartre o Martin Heidegger hubiesen estado de acuerdo en pensar que América Latina, ha sido violada y violentada, por esa nada misma. La presencia de lo absurdo, debería ser objeto de un análisis, en el estilo de una logoterapia avanzada, con fines de curar el impacto de esa proliferación de una ausencia enfermiza. La obra de Víctor Frankl, quizás nos pueda ayudar un poco, pero traducido a una América Latina, moribunda espiritualmente.
El análisis de la neurosis noógenica cultural no debe hacerse esperar. Quizás se necesite de un Rollo May iberoamericano para mejor analizar nuestra cultura.
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