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Nunca desprecies un voto

El presente es un artículo autobiográfico que cuenta una historia ajena; algo así como un relato enajenado.Sucedió meses atrás, durante un proceso eleccionario para nombrar director de la Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades (ECSH) en la UNED, en el cual su servidor figuró como uno de los cuatro candidatos a tan importante cargo.

El presente es un artículo autobiográfico que cuenta una historia ajena; algo así como un relato enajenado.Sucedió meses atrás, durante un proceso eleccionario para nombrar director de la Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades (ECSH) en la UNED, en el cual su servidor figuró como uno de los cuatro candidatos a tan importante cargo.
Confieso que mis pretensiones en dichas justas no iban más allá del afán de contribuir con que éstas se resolvieran a lo interno de la Escuela (así condicioné mi participación a uno de los candidatos que me solicitó inscribirme en el concurso, pues escaseaban los postulantes y se debía cumplir con la nómina reglamentaria).
De los escollos de campaña que debieron superarse con la Comisión Electoral (CE) y algunas falencias reglamentarias que saltaron a la arena política durante la contienda, por el momento, sólo un hecho será objeto de comentario; esto porque, según mi criterio, atentaba contra la transparencia del proceso.
En la única reunión de candidatos que convocó la CE objeté la participación, como miembro de esta, de un funcionario que, en aciago proceder, un día de marzo de 2004, hizo desaparecer un acta de reunión de cátedra, cuando unánimemente, a mano alzada y aplauso incluido, el colectivo de la Cátedra de Filosofía aprobó mi postulación como candidato único –condición que puse para participar en dicho acto- para que el Consejo de Escuela me nombrara como encargado de dicha cátedra. La decisión de la Cátedra no surtió efecto, ya que mi nombre no contaba con el beneplácito de la oficialidad. Al día siguiente de la reunión de los filósofos, la administración ya contaba con otro encargado de cátedra, mismo que había levantado la mano en mi favor; y cuando quise hacer valer mi derecho ante el Consejo Universitario, aportando el acta de la reunión, ésta había sido desaparecida por el comisionado de la Dirección, quien la había escrito, o debió escribirla, lo que hizo que el alegato no pasara de una ambigua respuesta por parte del Consejo Universitario, justificando la falta de normativa para el nombramiento de encargados de cátedra. Reconozco que mi berreo sólo logró un bajo perfil en la beligerancia electoral del cuestionado miembro de la CE.
Interesa, en lo atinente al derecho humano a participar, elegir y ser elegido, -cuando se tienen los requisitos de ley-, aclarar que la elección se fue a dos vueltas (ahora que están de moda); que para la primera vuelta uno de los candidatos, yo, por motivo de gira tutorial y rigidez de la Comisión electoral, habiendo dado la voz de alerta sobre el particular al candidato que apoyaría con mi voto desde la semana anterior a la elección, no me fue posible sufragar y la contienda resultó empatada.
A los ocho días de la primera vuelta se realizó la segunda, en la que sí participé en beneficio de mi candidato, pero ya era tarde: nuestro adversario se había oxigenado con el empate que no esperaba y ganó por una veintena de votos.
¡A don Humberto Aguilar, que por ser funcionario interino no pudo ejercer su derecho a elegir, pero fue elegido: mucho éxito en su gestión!
¡A cualquier otro candidato: la moraleja que intitula este artículo!

  • Tito Méndez, Profesor
  • Opinión
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