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Ambiente y crisis financiera

Acercándose el mes de junio de 1992, como parte de las etapas preparatorias del documento oficial que expresaría la posición de Costa Rica ante “La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo” en Río de Janeiro, sucedió algo interesante en la Casa Amarilla.

Acercándose el mes de junio de 1992, como parte de las etapas preparatorias del documento oficial que expresaría la posición de Costa Rica ante “La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo” en Río de Janeiro, sucedió algo interesante en la Casa Amarilla.
En una reunión de profesionales vinculados de diversas maneras con la problemática ambiental, supuestamente convocada para conocer y prácticamente avalar, el documento que preparara una organización no-gubernamental contratada para ello, se evidenció que en dicho informe nacional se ubicaba a la economía, y no a la ecología, como el factor predominante en los procesos de desarrollo.  Que en Costa Rica, casi por decreto, los elementos propios del equilibrio ambiental estaban supeditados a las propuestas economicistas, según los modelos dogmáticos todavía en boga.
Como reacción, no se hicieron esperar los reclamos de los que creíamos que el orden jerárquico estaba invertido; que según fueren las características ambientales locales y regionales, así también habría de planificarse el desarrollo. Que no se podía hablar de progreso si se pretendía sustentarlo en un ambiente en desequilibrio donde los flujos de energía estuvieren alterados.

Asimismo, cuestionamos que la “Estrategia de Conservación para el Desarrollo Sostenible de Costa Rica” (ECODES), publicada en 1990 después de una participación de más de un centenar de científicos, profesionales diversos y organizaciones conservacionistas nacionales e internacionales, se hubiera desdeñado por el gobierno de entonces en el proceso hacia Río de Janeiro. Se dejaba de lado el marco actualizado de referencia, que se esperaba, orientaría un modelo de desarrollo económico y social sustentado en el uso sostenible de los recursos naturales.

Para entonces, y ante la emergencia ambiental planetaria que justificara la gran reunión de jefes de Estado en Brasil, la confrontación ecología versus economía  era parte medular del debate. Discusión que para Costa Rica adquiría mayor importancia en vista de que al momento de realizarse la Conferencia de la ONU, circulaba el ejemplar del mes de junio de la revista Scientific American donde se mostraba a nuestro país como un lugar donde se tomaba la destrucción como desarrollo, gracias a un “modelo” sustentado en la deforestación, en el fraccionamiento de hábitats y en la pesca depredadora e incontrolada.
Desde aquellos años no solo ha pasado mucha agua bajo el puente sino que esa agua cada vez va más cargada de sedimentos, sustancias tóxicas y otros contaminantes. Las metas de Río 92, como se certificara en Sur África en el 2002, están muy lejos de cumplirse.  Tanto el desarrollo mal concebido como el subdesarrollo económico están atentando contra el imprescindible equilibrio ambiental; uno por su insaciable uso de los recursos en la generación de ganancias financieras y el otro por la extrema pobreza. Dos mundos divergentes que paradójicamente conviven en un mismo planeta que ya no soporta más maltrato.
Así, hemos llegado al 2008 caracterizado por su crisis financiera global, que nacida en la irresponsabilidad de los especuladores de Wall Street, invade inconteniblemente y con gran alharaca a todos los países de todos los continentes. Esto sí ha de ser motivo de gran preocupación, no solo para los economistas casi siempre equivocados, sino también para todos aquellos habitantes que aspiran por un mundo mejor, por una casa habitable y próspera.  Y es que no se puede desdeñar la amenaza que inexorablemente se orienta hacia el ambiente en momentos de crisis financiera. Ante el dilema de si se habrá de reafirmar la necesidad de políticas de conservación ambiental o si, más bien, habrán de buscarse caminos de recuperación económica independientemente del factor ambiental, ya se escuchan opiniones en pro de la segunda opción.
Propuestas de explotación petrolera en áreas ambientalmente frágiles, el impulso a la minería metálica a cielo abierto con características impactantes, la destrucción de relictos boscosos para hacerle espacio a monocultivos de alto riesgo social y ambiental, la imposición de leyes de mercado en actividades pesqueras devastadoras, la flexibilidad en el uso de peligrosos agroquímicos, el comercio transfronterizo de agua embotellada, la tendencia a privatizar la administración de las áreas de conservación, la emisión sin control de gases con efecto invernadero, el negocio inherente a la construcción de represas que inundarían cientos de hectáreas bajo conservación, con el cuento de abastecer de agua potable y controlar inundaciones, son solo algunos signos premonitorios vinculados al momento de crisis financiera, es decir, al momento de desesperación donde todo se vale con tal de superar el descalabro económico. Donde, de nuevo, la economía habrá de reinar sobre la ecología.

  • Freddy Pacheco (Catedrático UNA)
  • Opinión
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